Juan Pablo Pernalete: El MVP del cielo
Sobre el ataúd, situado en el centro de la Capilla I del Cementerio del Este, en La Guairita, hay una bandera de la Universidad Metropolitana, un balón de baloncesto, un arreglo floral, una foto y dos camisas con dedicatorias firmadas con bolígrafo y marcador. Adentro está el cuerpo de Juan Pablo Pernalete Llovera, estudiante de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Metropolitana asesinado en Altamira el 26 de abril. “Siempre MVP” (siglas alusivas al jugador más valioso) es la frase que se lee al final de una larga dedicatoria escrita en una franela de básquet con el número 11.
En el fondo, su madre, acompañada de familiares, recibe el pésame de parte de decenas de personas. A su izquierda, una mesa exhibe una foto con un equipo de baloncesto y todas las medallas y trofeos que “Juanpi” —como le decían cariñosamente— obtuvo como deportista durante sus 20 años de vida.
Hay mucha gente. Son las cinco de la tarde del 28 de abril y transcurre el velorio de Juan Pablo Pernalete Llovera, quien murió luego de que una bomba lacrimógena impactara en el lado izquierdo de su pecho dos días antes durante las manifestaciones en los alrededores de la plaza Francia de Altamira. Está rodeado de coronas enviadas por familias cercanas, el equipo de básquet de la Unimet y hasta del alcalde del municipio Sucre del Área Metropolitana de Caracas, Carlos Ocariz.
A su alrededor, cuatro monjas rezan. Familiares lloran y se abrazan fuertemente. Salvo el rector de su casa de estudios, Benjamín Scharifker, no hay mayores personalidades, ni más de cuatro medios de comunicación. Sus compañeros de bachillerato esperan para acercarse a la urna, todos vestidos con una camisa blanca con bordes azules de la promoción del 2013 del Colegio María Santísima. Minutos antes, estos mismos amigos firmaban la camisa beige con la insignia de la institución que luego fue colocada sobre el ataúd.
En paralelo, su tía, muy afectada, aguantada por un familiar, es escoltada hasta un carro en el estacionamiento del cementerio. Hay mucha tristeza en el ambiente.
En las afueras, aquellos que no lloran conversan sobre Juan Pablo, sobre cómo se enteraron de su muerte y cómo quieren recordarlo. “Me escribieron y me dijeron ‘Juan Pablo se murió’. Yo no lo podía creer”, expresa una amiga del muchacho. “¿Viste sus trofeos?”, pregunta a otra persona una mujer con voz entrecortada. “Era extrovertido, atrevido. Le gustaba rumbear, bailar. Siempre fue un jugador sobresaliente”, dice su amigo Marvid. “Esperemos que su muerte no sea en vano”, agrega.
“Gracias por todo”, “te nos fuiste muy rápido y de manera muy dura” y “no te vamos a olvidar” eran los mensajes dedicados por sus amigos al pie de la urna del muchacho, jugador y fanático empedernido del baloncesto. Mientras, más personas llegan a la capilla, se acercan al ataúd y silenciosamente leen una última frase: “¡Suerte en la NBA del cielo!”.
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