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Por primera vez en 14 años

En verdad, por primera vez en 14 años, el gobierno de Venezuela encuentra que tiene, de frente, una verdadera oposición.

En las elecciones de 1998, el gobierno que dignamente y en medio de enormes dificulatdes presidió Rafael Caldera, no presentó candidato presidencial: no le era posible el hacerlo, por cuanto, como sabemos, dicho gobierno estaba constituido por sectores políticos, más que por partidos, los cuales apoyaron la candidatura de Caldera en diciembre de 1993 ante la dramática situación que generó la sorpresiva e inconveniente –por lo demás injusta– destitución del presidente en ejercicio Carlos Andrés Pérez, propiciada por un sector escasamente mayoritario de su partido Acción Democrática, hecho que enlagunó más aún el ambiente político venezolano, ya muy confundido después de los dos intentos golpistas de 1992.

Tal vez por ignorar las profundidades y orígenes de esos intentos, que en lo militar venían del inicio de los años 70 y en lo económico-político tenian que ver con la caída de los precios del petróleo, hecho que determinaba la definitiva fractura del modelo populista de Estado inagurado en octubre de 1945, pero que, fundado en la alianza ficticia de sectores sociales con intereses opuestos y contradictorios, hacía previsible a ojos vista que, una vez que la «torta» de la adventicia riqueza monetaria proveniente del petróleo se hiciera pequeña, sería inevitable el que dicha alianza se rompiera. La crisis del populismo se mostró clara ya en los años 80.

La clarinada asomó aquél llamado «viernes negro» de 1983 y, desde entonces, la normal y civilizada competencia entre los partidos democráticos, se revirtió al interior de los mismos para convertirse en abiertas luchas entre sus dirigentes. Lamentablemente, pareciera que el mismo Presidente Pérez no había penetrado en esas profundidades y, así, su discurso de presentación, ante el país, de su muy acertado y oportuno «Programa de Ajustes Económicos», no sólo no fue bien entendido por la población en general, sino que tampoco lo fue en el seno de su propio partido. Después, y casi inmeditamente, vino el así llamado «Caracazo» urdido por sectores comunistas posiblemente conectados con la conspiración militar.

El Congreso de la República designó, para sustituir al Presidente Pérez, a ese ilustre venezolano que es Don Ramón Velázquez. Su mandato de unos seis meses fue serio, discreto. Al final del mismo, entregó la presidencia en manos del Presidente Rafael Caldera quien la asumió valientemente y contra sus deseos, pues conocía bien las dificultades que habría de enfrentar, entre ellas la crisis bancaria generada por hechos de todos conocidos, con el agravante de estar en minoría parlamentaria. Su férrea voluntad lo llevó a la tarea, que muchas veces expresó, de no dejar que en sus manos se perdiera la República.

Las elecciones del nuevo Congreso de la República, adelantadas a las presidenciales de diciembre de 1998, dieron mayoría parlamentaria a los partidos democráticos. El presidente electo en diciembre resultó ser Hugo Chávez Frias. Lamentablemente, los poderes públicos constituidos, el Congreso y la Corte, no resistieron a las amenzas de

Chávez Frías y cedieron ante sus ya iniciadas violaciones constitucionales. Lo demás que vino lo estamos viviendo. Después de trece años, lo que tenemos en nuestra Patria es más que lamentable. Todos sabemos lo que ha ocurrido y no merece la pena el insistir.

Pero, como se dice: «No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista» y hoy respiramos aires que no sólo son de ilusiones y esperanzas. Se dice también que «el pueblo no se equivoca». Si se equivoca cuando no está informado, pero hoy en día ese dicho es muy válido: la asombrosa victoria de Henrique Capriles Radonsky, el 12 de febrero de este mismo año, así lo demuestra. Capriles se ha convertido en un fenómeno político que tiene pocos antecedentes. La razón de esa abrumadora victoria del pasado febrero está a la vista. Su empuje ha conducido a millones de venezolanos a respaldarlo. Los partidos democráticos de oposición se han fortalecido a tal punto, que ahora son Capriles y los partidos que le apoyan los que después de trece largos años de verse obligados a seguir las pautas impuestas por el oficialismo, son ellos los que a éste le están marcando sus propias pautas.

El país, todo, se percibe renacido; no es un mito ni un deseo: es una realidad palpable en cada ciudad, en cada uno de los pueblos que Capriles, con gran constancia, ánimo y alegría visita. Las multitudes en cada caserio, barrio, pueblo salen a las calles llenándolas con su entusiasmo. Estamos todos seguros de que tampoco, en las manos de Henrique Capriles, se perderá la República.

¡Dios lo cuida y protege a Venezuela!

 

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