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Los últimos once años

Los últimos once años de la vida venezolana, que sin dramatismo alguno bien podemos llamar trágicos, no resultan de alguna mala jugarreta del azar y menos de fuentes de la inventiva humana como lo son el destino o la mala fortuna. No. El ascenso de Hugo Chávez al poder en Venezuela, así como el del grupo de personas que le acompañó desde el primer día y las que han persistido en hacerlo sin seguir las huellas de muchos otros que, en gran número, le han venido dejando, tiene explicación en razones que son hechos y acontecimientos de nuestra historia reciente y de la historia antigua de la Nación, de los cuales la Ciencia Política puede dar cuenta con explicaciones muy bien fundadas.

El “chavismo”, en efecto, no es sino la peor y más reciente expresión, en nuestro país, de ese fenómeno social, político y económico que es el populismo en su particular expresión latinoamericana, pero tiene raíces muy profundas. Hace algunos años, para darle apoyo docente a una cátedra que dictaba en la Universidad Simón Bolívar, escribí un ensayo que titulé “El Populismo Latinoamericano”. Lo hice como trabajo del año sabático que disfruté durante 1992 y la División de Ciencias Sociales de la USB decidió publicarlo, saliendo a la luz pública en 1996[1] mail.google.com.

Pero, desde que el señor Hugo Chávez ganó las elecciones en diciembre de 1998, comencé a pensar que en esa obra me había faltado un capítulo que, desde luego, no podía haber escrito puesto que no se habían producido los hechos cuyo análisis e interpretación pudiera haber recogido para escribirlo. No obstante, en el mismo trabajo y en la parte donde, siguiendo a Torcuato di Tella, establezco una clasificación de los tipos de populismo latinoamericano, quedó abierta la variante del modelo “castrista”[2].

Esto es, la orientación iniciada por el régimen que Fidel Castro estableció en Cuba luego de haber provocado la caída de Fulgencio Batista el primero de enero de 1959 y que, de alguna manera, inspiró posteriormente, en Nicaragua, el ensayo del llamado “sandinista” gobierno revolucionario de Daniel Ortega. En esta misma casilla, con los ajustes relativos a las diferencias que existen con el régimen cubano de Fidel Castro y con la experiencia “sandinista” de Nicaragua, puede ser clasificado el intento que, “por ahora”, ha tratado de implantar el gobierno de Hugo Chávez Frías, como ensayo con finalidades totalitarias establecido a partir de procedimientos e instituciones democráticas, pero con posibilidades cada vez más difíciles para mantener tal coexistencia entre tan contradictorias orientaciones.

El Populismo en su modo latinoamericano es un fenómeno propio de América Latina. Fueron los conjuntos de determinaciones que han estado presentes en el Continente, sea en los antecedentes y en la estructuración histórica de sus Sociedades Nacionales como en su evolución política, económica y social, los factores que, a manera de causas raigales, están en la base de las manifestaciones populistas los cuales, con expresiones variadas pero con características comunes, han tenido lugar, en la mayoría de nuestros países, durante las décadas primeras e intermedias del siglo XX, sin que esto quiera decir que son ya cosa del pasado, sino que, antes por el contrario, mantienen una permanencia que significa pesado lastre para la marcha de estos pueblos hacia un desarrollo global, armónico y sostenido.

Requerido por la obligada necesidad de sintetizar que la brevedad impone, me voy a limitar a enumerar, a título ilustrativo pero no exhaustivo, algunas de dichas causas que han actuado como determinantes, si bien sabemos que sólo son condicionantes, si es que de verdad creemos en la libertad del ser humano.

ANTECEDENTES.

1) Marco general de la Sociedad hasta el siglo XIX y comienzos del siglo XX.

Somos resultado físico geográfico y social del proceso de Conquista y Colonización ibéricos: La finalidad primera de la Conquista fue la dominación de los territorios para su explotación y no para su población. La consecuencia fue ocupación indiscriminada e irracional de vastas superficies de tierras continentales que, desde los puntos de vista económico, administrativo y político, quedaron separadas y casi aisladas entre ellas y, además, volcadas hacia lo externo con vocación centrífuga y no centrípeta.

Somos resultado antropológico-social del mestizaje étnico y cultural que derivó de la Conquista y Colonización. En líneas generales y con las particularidades de cada territorio y de cada pueblo, somos el resultado humano de la confluencia de tres grandes vertientes principales, cada una de las cuales aportó sus propias y heterogéneas características humanas y culturales: la aborigen, la europea principalmente ibérica y la africana.

Somos resultado político-institucional de la implantación de formas de organización institucionales y administrativas que decidieron los colonizadores. A raíz de la Independencia, les  superpusimos modelos institucionales de inspiración liberal ajenos a nuestra realidad. A pesar de que no tuvieron lugar entre nosotros los cambios que en el mundo más avanzado condujeron a la emergencia de las masas, imitamos formas políticas que no eran congruentes con la diferente manifestación de dicho fenómeno en estas tierras.

Somos resultado socioeconómico de relaciones externas e internas implantadas desde la Conquista como relaciones de dependencia, renovadas luego de la Revolución Industrial y después de la expansión del capitalismo industrial y financiero, pero sin modificación de su contenido central.

Tales relaciones han determinado para nuestros países un rol de subordinación a los países industriales y consecuente emergencia de fenómenos que han revestido particulares características entre nosotros tales como: la urbanización, la industrialización, la marginalidad, el estancamiento, el atraso tecnológico, la baja productividad, la desnacionalización, la deuda.

La forma pre-estatal Oligárquico-liberal que, en general, se estableció como modelo político después de la Independencia, conservó estructuras de poder que mantuvieron las formas del privilegio social, económico, cultural y político heredadas de la Colonia; las primitivas relaciones de producción de tipo análogo al feudal; y la organización precaria de un Estado en formación sobre la base del autoritarismo y del individualismo inherentes a la dominación patrimonial.

Tal formación pre-estatal se caracterizó por el predominio de una oligarquía constituida por lo que quedó de la casta de los blancos criollos propietarios de las tierras agrícolas o comerciantes de los productos de exportación, más los militares de alto rango victoriosos de la guerra independentista. Generalmente, el poder nacional era la expresión político-administrativa de poderosas oligarquías regionales, origen del caciquismo-coronelismo-caudillismo propios del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

Como las formas estatales ideadas por los libertadores se inspiraban en el pensamiento político europeo y norteamericano del fines del siglo XVIII, nuestras formas políticas fueron simples copias de modelos que, al término de un dilatado proceso de evolución histórica que duró varios siglos, habían sido concebidas para otras realidades y para otros tiempos. Implantadas en nuestro medio sin cuidar de sus incongruencias e incompatibilidades con las existentes tradicionales estructuras de dominación patrimonial de corte feudal, fueron, en buena parte, causa de esas interminables luchas intestinas por el poder y, al mismo tiempo, reforzaron las relaciones externas de dependencia y satelización.

2) Características de la población.

El pueblo venezolano, como todos los pueblos latinoamericanos, es resultado específico de la confluencia de las tres vertientes étnicas y culturales que, de manera principal, concurrieron en su formación. Desde luego, esas denominaciones supone un resumen y una gran simplificación, pues detrás de cada una se disimulan mundos de pluralidad irreductibles a una caracterización común. Decía Octavio Paz[3], refiriéndose a México, en afirmación que es válida para todo Hispanoamérica, que en lugar de concebir la historia como un continúo lineal deberíamos verla como una yuxtaposición de sociedades distintas. Lo importante es recalcar que las tres vertientes étnicas, fuentes originarias del ser y de la cultura del subcontinente latinoamericano, se caracterizan por ser desarraigadas respecto a la realidad que constituye su entorno y que ese desarraigo[4], de alguna manera, está en el origen de la falta de identificación, la sensación de provisionalidad y la inseguridad que exhiben casi todos nuestros pueblos, como lo que ha de sentir quien no tiene algo propio, algo que sienta suyo y sobre lo cual pueda afirmarse con buena base para poder proyectarse hacia el futuro. En cuanto a los productos comunes de esas etnias, los mestizos, nada mejor que retomar la palabra de Octavio Paz: “no tenían lugar ni en la estructura social ni en el orden moral. Frente a dos morales tradicionales –la hispana fundada en la honra y la india fundada en el carácter sacrosanto de la familia- el mestizo era la imagen viva de la ilegitimidad. Del sentimiento de ilegitimidad brotaban su inseguridad, su perpetua inestabilidad, su ir y venir de un extremo al otro: del valor al pánico, de la exaltación a la apatía, de la lealtad a la traición. Caín y Abel en una misma alma, el resentimiento del mestizo lo llevaba al nihilismo moral y a la abnegación; a burlarse de todo y al fatalismo; al chiste y a la melancolía; al lirismo y al estoicismo”[5].

Por otra parte, las fuentes aborigen y africana aportaron a nuestros pueblos una concepción del tiempo que es diferente a la occidental. Una concepción cíclica y geocéntrica del tiempo que se opone a la concepción rectilínea y antropocéntrica de las civilizaciones más racionalistas. Decía Rafael Ernesto Carías que el latinoamericano “con la dejadez se ha puesto a distancia del tiempo y no le quiere dar la cara”[6].

Otro elemento es la actitud ante el trabajo. Los indígenas y los africanos reaccionaron frente al trabajo obligado y esclavo que les impusieron los conquistadores y colonizadores. El doctor Arturo Uslar Pietri recordaba que los encomenderos no lograban hacer trabajar a los indígenas: rechazaban hacerlo sin poder entender algo que era tan normal para la mentalidad europea: “no comprendían el trabajo, tenían otra noción del tiempo, carecían del concepto de riqueza a la europea y era difícil o imposible someterlos a un horario de labor”[7].

Por último, el elemento del poder y los mecanismos de reciprocidad propios de culturas de tribu y clanes, en las que predominaba el sistema de relaciones de parentesco. Es conocido el complicado proceso de “pruebas” al que debía someterse el aspirante a jefe o cacique de una tribu indígena. Salir exitoso de tales pruebas significaba tener las virtudes para mandar. Pero mandar, básicamente, quería decir distribuir. El excedente acumulado del trabajo común de las familias era distribuido por el jefe o cacique quien tenía esa potestad.

Con tales antecedentes, con una realidad social tan compleja y poco integrada y, en todos los sentidos tan diversificada, en medio de permanente guerra social entre estamentos irreconciliables que, entre nosotros se inició  –sin solución de continuidad— desde mediados del siglo XVI, el resultado fue una nueva forma de feudalismo que caracterizó la Venezuela del siglo XIX, hecho facilitado porque la España apenas feudal (que sólo vivió menos de tres siglos de feudalismo entre la dominación visigoda y la dominación musulmana vencida en enero de 1492, año del Descubrimiento) sembró entre nosotros elementos feudales como la Encomienda y los Repartimientos, pero que, dada la ya comprobada pobreza de nuestro territorio, poco se interesó en él. De allí que los avances de la modernidad apenas fueran conocidos por el sector social privilegiado y en casi nada se tradujeron como progresos sea en la cultura o en el derecho.

Y así llegamos al siglo XX, cuando un “primo inter pares”, que eso eran nuestros presidentes, llamado Juan Vicente Gómez, acabó con éstos, llamados caudillos, y fundó nuestro Estado Moderno… Y no por Gómez, sino con él, llegó el petróleo. Y todo cambió, para bien y para mal, como bien lo sabemos.

[1]<https://mail.google.com/mail/html/compose/static_files/blank_quirks.html
#_ftnref1>Ed. Equinoccio. Ediciones de la Universidad Simón Bolívar, 1996

[2]<https://mail.google.com/mail/html/compose/static_files/blank_quirks.html
#_ftnref2>Di Tella, “Reformismo y Populismo” en Reformismo y Contradicciones de Clase en América Latina, Ed. Era, México 1973, propone un cuadro de doble entrada que adopto, según los grupos de las diversas clases sociales que integran preponderantemente cada tipo de partido populista, por una parte, y por la otra el grado de legitimación de tales grupos dentro de sus propias clases.

Los partidos de tipo castristas vienen integrados por elementos de las clases de niveles socioeconómicos medios e inferiores y por grupos de intelectuales, todos ilegitimados dentro de sus propias clases.

[3]<https://mail.google.com/mail/html/compose/static_files/blank_quirks.html
#_ftnref3>Paz, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe. Seix Barral, Barcelona 1982, pg 26.

[4]<https://mail.google.com/mail/html/compose/static_files/blank_quirks.html
#_ftnref4>En el europeo ibero, el desarraigo de quien se traslada (generalmente por fuerza) hacia tierras extrañas que significan un mundo nunca imaginado contra el cual debe combatir; en el aborigen es el ser desplazado de su propio mundo para ponerse a trabajar contra su mentalidad y creencias, al servicio del conquistador; para el africano, el ser secuestrado de su mundo y trasladado a otro para ser menospreciado en su nueva calidad de esclavo.

[5]<https://mail.google.com/mail/html/compose/static_files/blank_quirks.html
#_ftnref5>Op. Cit.

[6]<https://mail.google.com/mail/html/compose/static_files/blank_quirks.html
#_ftnref6>Carias, Rafael E. El Latinoamericano y el Tiempo. Mimeo, UCAB, 1970, pg.2

[7]<https://mail.google.com/mail/html/compose/static_files/blank_quirks.html
#_ftnref7>Uslar Pietri, Arturo. Godos, Insurgentes y Visionarios. Ed. Seix Barral, Caracas, 3ª. Edición, pg. 146.a

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