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La juventud venezolana

A lo largo de nuestra historia como Nación, la juventud venezolana ha mantenido su presencia, a la vez que heroica, definitivamente influyente sobre el futuro político del país. Tal presencia se manifestó desde los primeros tiempos de la lucha por la Independencia, cuando en 1814, ya a punto de perderse la II República por la fuerza de la llamada Legión Infernal que comandaba José Tomás Boves, por orden del Libertador, el gral. José Félix Ribas convocó a los seminaristas para combatir al asturiano cuyas tropas amenazaban tomar la ciudad de La Victoria. Ochenta y cinco jóvenes, algunos adolescentes aún, con grave riesgo para sus vidas, asumieron tan tremenda responsabilidad. La victoria en La Victoria los coronó de gloria. Pero no fue ese su único triunfo: los sobrevivientes acompañaron a Ribas en Charallave cuando, siete días después, el 21, fue derrotado Rosete; y también en Ocumare, el 20 de marzo, contra el mismo Rosete, así como presumiblemente participaron al lado de Ribas, cuando con Bolívar pusieron en fuga una división realista que amenazaba tomar Antímano. El balance, tremendo en término de vidas, fue que para el mes de julio de 1814 apenas quedaba un sobreviviente de los 85 jóvenes que asistieron generosos al reclamo de la Patria.

En el pasado siglo XX, la primera rebeldía política de la juventud universitaria ocurrió en el año de las Reformas Universitarias de Córdoba, 1918, cuando en Caracas, en noviembre, un grupo de estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Central, con la excusa de celebrar el día del Rey de Bélgica entonces ensalzado por la victoriosa causa aliada, salió a las calles para manifestar ante la Legación de ese país, pero con la verdadera intención de condenar la actitud pro-germana del gobierno. De la Legación fueron a la Plaza Bolívar dando gritos contra la tiranía y mueras a Gómez. Entre quienes participaron en esos hechos estuvieron Andrés Eloy Blanco, Gustavo Machado Morales, Gonzalo Carnevali, Rodolfo Moleiro y otros.

Diez años más tarde, en febrero de 1928, una nueva generación estudiantil, de la que los padres de muchos de sus integrantes tenían importantes posiciones o relaciones con el gobierno gomecista, desarrolló otro movimiento de protesta contra la tiranía de Gómez, cuya trascendencia histórica ha sido del mayor significado en la política venezolana. De nuevo, como en 1918, la excusa formal tenía que ser trivial: la coronación de la Reina Beatriz, elegida con motivo de la Semana del Estudiante que se celebraba entre el 6 y el 12 de febrero de ese año, así como el recolectar fondos para edificar la Casa del Estudiante. Convocó la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV) de la UCV. Ninguno entre los concitados ignoraba el verdadero propósito del encuentro: denunciar públicamente el significado de la perdida de libertades impuesta por la tiranía. La mañana del día lunes 6, el lugar escogido fue el Panteón Nacional. Allí, el líder de la FEV, Jóvito Villalba, pronunció vibrante discurso en el que fustigó a quienes “han mantenido su cara al sol durante veinte años”. En la noche, en un teatro, Pío Tamayo recito, en el acto de coronación de Beatriz, sus propios versos que hablaban de “la reina secuestrada” que era la libertad. El martes, Joaquín Gabaldón Márquez elogíó, en la Plaza de la Pastora, los heróicos jóvenes que se sacrificaron en La Victoria. La noche del día siguiente, en el Teatro Rívoli, varios oradores intervinieron -entre ellos Gonzalo Carnevali, Miguel Otero Silva, Jacinto Fombona Pachano y Antonio Arráiz- clausurando el acto Rómulo Betancourt quien, con su estilo característico, recordó a “nuestro pobre pueblo olvidado de Dios y crucificado de angustias republicanas”. La represión del aparato policial gomecista no se hizo esperar y el 14 de febrero ingresaban en el Castillo de Puerto Cabello los cabecillas del acontecimiento: Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Guillermo Prince Lara y Pío Tamayo. El país conoce bien el significado de esta generación en la ardua tarea de recuperar la libertad y establecer la democracia sobre el suelo patrio.

EL 21 de noviembre de 1957 estalló la huelga nacional universitaria en protesta contra el régimen dictatorial de Marcos Pérez Jiménez. Los antecedentes de esta huelga se remonatan a la Pastoral de Mons. Rafael Arias Blanco, Arzobispo de Caracas, dada el 1º de Mayo del mismo año, en la que el Prelado puso en relieve las injustas condiciones laborales a las que estaban sometidos los trabajadores venezolanos, así como el cuadro general de limitaciones establecidas desde el poder político contra la libertad y los derechos de los ciudadanos. Desde el mes de setiembre, en diferentes planteles educativos de la Capital, como los Liceos Fermín Toro, Andrés Bello, Juan Vicente Gonzalez, Razzeti y Luis Espelozin, la Escuela Miguel Antonio Caro y otros, así como también en las principales ciudades del país, los estudiantes manifestaban sus protestas contra la situación reinante. En el día 26 del mes de junio, el espúreo Congreso designado a raíz del golpe de Estado del 2 de diciembre de 1952, aprobó un acuerdo que regiría las elecciones que fueron fijadas para el 15 de diciembre del mismo año. Luego, el propio Pérez Jiménez anunció que en vez de elecciones se realizaría un plebiscito en el que venezolanos mayores de 18 años y extranjeros con dos años de residencia en Venezuela serían los participantes, lo que aprobó el Consejo Supremo Electoral sometido al régimen, el día 17 de noviembre. Fue esa, sin dudas, la gota que rebasó el envase. Cuatro días después, las Universidades Central de Venezuela y Católica Andrés Bello declararon huelga indefinida a la que se sumaron casi todas las Universidades existentes en el país. Entre los principales dirigentes de la huelga estaban los estudiantes Antonio José «Caraquita» Urbina, Chela Vargas, Hilarión Cardozo, Ramón Espinoza, Alejandro Arratia, Héctor Rodríguez Bauza, Leticia Bruzual, Enver Cordido, Julio Escalona, Emilio Santana. Los estudiantes iniciaban entonces la etapa final de la resistencia nacional contra el régimen dictatorial. En la Católica Andrés Bello fue quemado un ejemplar de la Ley Electoral, junto a un ejemplar del oficialista «El Heraldo» que manejaba el Ministro Vallenilla, así como un retrato de Pérez Jiménez. La población de Caracas despertó y acompañó a los estudiantes en las diversas manifestaciones múltiplicadas secretamente por toda la ciudad. Los manifiestos de la clandestina Junta Patriótica circulaban por todas partes, la mayoría de ellos redactados e impresos por ciudadanos particulares. La Seguridad Nacional tomó inmediatamente la UCV, detuvo a más de 200 estudiantes y profesores. Un grupo de estudiantes irrumpió en un Congreso de Medicina que se realizaba en la Universidad Central, con el propósito de denunciar los atropellos de la dictadura. Las manifestaciones se hacían violentas por la represión policial. Los barrios se sumaron a la protesta: Propatria, Catia, Capuchinos, El Silencio, El Guarataro, La Vega, Antímano, Petare. En la etapa final bombas molotov fueron hechas y utilizadas al enfrentar las fuerzas represivas del gobierno. El régimen parecía muy sólido por estar apoyado en las FFAA. Sin embargo, consumado el fraude plebiscitario, el 1º de enero se levantó la Fuerza Aérea y lo demás es historia. Como curiosidad, casual o causal, apunto que también en 1918 y en 1928, a pocos días de las protestas estudiantiles, el gobierno gomecista tuvo que enfrentar y sofocar alzamientos provenientes de la Academia Militar.

La juventud venezolana, pues, nunca ha rehuído asumir su deber en defensa de los mejores intereses de la Patria. La huelga de hambre que, admirados, estamos presenciando es nueva expresión de su hermosa entrega y compromiso.

Recordemos, con Germán Arciniegas, lo que éste ilustre colombiano escribiera en su obra de 1932 “El Estudiante de la Mesa Redonda”:

“El estudiante tiene una biografía de cinco siglos. No asalta posiciones, sino que remoza las que le pertenecen por conquista milenaria”…. y ….“Quiere hacer de la Universidad el fiel de la Democracia que registre los hechos, aunque vengan de muy abajo, de las ideas, aunque se vislumbren muy lejanas”.

Puede que los estudiantes en el presente sientan, con razón, lo que por ellos expresó el sociólogo brasilero Fernando de Azevedo:

“Los fines a los cuales se hallaban ligados nuestros padres ´perdieron su autoridad y su atractivo sin que nosotros veamos muy claramente, al menos con la unanimidad que sería necesaria, dónde están los que se deben perseguir de ahora en adelante’ ”.

Pero de Ellos y sólo de Ellos es el futuro de esta bendita tierra de gracia.

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