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ENRIQUE GRACIA TRINIDAD: Unos dioses lejanos; unos héroes eternos

Primero invité a Dios a frecuentar mi mesa,

pero él estuvo ajeno,

distante,

y parecía necesario, al escribir su profesión,

poner la “D” mayúscula que no fue imprescindible

en ningún otro oficio.

 

 

                                                                             *   *   *

                                      

Si alguien los sorprende

en la hierba de un parque, dándose un revoltón

o en un modesto piso de Las Ventas

con un par de mocosos y una nevera a plazos,

le ruego que me avise,

quizás aún esté a tiempo

de quitarme de encima la extraña sensación

que desde niño me devora.

 

Una divinidad resbaladiza se hace presente en los versos de Enrique Gracia Trinidad para convivir – emplazada y expatriada – con otros irreales y cotidianos semidioses que la ilusionada imaginación del hombre alienta para que la vida tenga su aliviadero abierto y la existencia otra razón de ser más allá de la que le otorga la previsible biología. Con su habitual desenfado registra el escritor esta personal ambivalencia: “El Señor de las Moscas tiene el culo de azufre, / sonríe, / hace gala de dientes / y de puro placer le cruje el esqueleto de la Historia. / Nosotros, agrupados / en torno a los conjuros y los rezos, / tenemos el aliento enrarecido; / una roja penumbra nos invita a la muerte: / Y Dios se nos escapa de las manos como una pesadilla interminable”.

Dios está presente y no en la poesía inmensamente humana de Gracia Trinidad, convive a duras penas con el hombre y es definitivamente exiliado por el escritor; lo exhibe en sus versos para convertirlo ruidosamente, escandalosamente, estridentemente, en ausencia distinguida: “Para que Dios despierte algunos días / hay que hacer mucho ruido al levantarse (…) Toser, si es necesario, cada cinco minutos, / como el que tose para ser notado. // Para que Dios despierte, / llegue a tiempo al trabajo, / y recuerde que estamos aquí, donde nos puso, / habrá que armar barullo esta mañana”.

El poeta se religa para desligarse, se hace trino para ser él solo, no comulga ni le hace reverencias a las impuestas trascendencias, desde su personal e intrincado laberinto humano dificulta la salida a un dios supuestamente redentor, lo ubica, lo identifica, lo distancia y preventivo lo aleja: “Dios dibujó sus párpados con ocre de la tarde / y con un leve gesto de la mano / domesticó la sangre para siempre (…) hizo nacer un corazón de bestia; / una espalda de arcángel desterrado, / una brizna de luz / en un caparazón de sueños y preguntas”.

Asumida sin tapujos su más definitiva condición de hombre terreno, su vértigo cotidiano, su llanto entrañable: “hay un hombre que llora, / se le escuchan los huesos (…) Es hijo, como todos, de la risa olvidada / de algún dios vengativo”, o bien, “Sus piernas de recién resucitado temblaron y cayó”. Gracia Trinidad deja atrás el linaje de los superhombres, la casta de los dioses para reconocerse más y demasiado humano; asume – entre sollozos –  el reto de crecer como los rústicos que, despojados de prójimo, cubren su existencia “con una concha de plegarias y de espejos”, para hundirse en la mayor y más irrefutable condición de la existencia humana: “ La estirpe de los dioses / cayó una tarde en el olvido: / Tuvimos que ser hombres a la fuerza (…) a pesar de la muerte, / trabajar el dolor con insolencia, / soportar nuestra estúpida sonrisa; / crecer / como las bestias y las lágrimas”.

Desde la turbulencia de los dioses, Gracia Trinidad se atreve a apostar fuerte y decidido por el vértigo del hombre: “Los dioses creadores callan avergonzados (…) Cuando no tengan dioses / a los que asesinar, comenzarán a devorarse unos a otros. / Lo harán tan bien / que cuando no quede nadie, yo mismo bajaré para coger el fuego”. Recoge nuestro demiurgo la antorcha de la humanidad – “Humano, tan humano, / como sólo podría serlo un Dios”- se apresura a llevarla permanentemente iluminada – llama votiva de sus versos –  por los confines de la vida, va de Zagreb a Beirut, de Madrid a Nueva York, de las orillas del Mar Muerto a las basílicas señoriales de imperios en desuso, cabalga de una orilla a la otra, de un conocido rito al diferente, al discrepante; regresa, fatigado, exinanido, exhausto, al Olimpo mismo, a la primigenia cuna mortal de los dioses, para después de tantas peripecias vitales, de tantas corrientes existenciales recorridas, encontrarse de frente, en un cul de sac predicho y concertado, con el Dios de dioses, con la divinidad misma: “Estamos, Dios, al cabo de la calle, / sin árboles, / sin gritos, / desesperadamente extraños, con un dolor estéril / que nos deja la voz de terciopelo y menta”…y retarla: “Cierto es que soportarnos es difícil, / más cuando nos crucemos en las plazas del tiempo, / te reconoceré por el perfume que se yergue de tu risa, / resignada y ausente, / y tú sabrás quién soy / por mis torpes maneras y el cansancio de plomo / de mis ojos”.

Frente al sacrosanto evangelio de los dioses, Gracia Trinidad, nuevo misionero de lo humano, antepone – humanitario y desafiante – profanas escrituras dedicadas heréticamente a los más dilectos  héroes de su pérdida y no recuperable infancia: “Pero Dios ha bajado del columpio de nubes (…) Me corro hacia la izquierda para dejarle sitio / y ni siquiera hablamos…” y se hace plena y absolutamente responsable del desafío lanzado a la divinidad: “Es el hombre al caballo de su hechura, / soportando el dolor de la arrogancia; / lo que los dioses no perdonan”.

Acompañemos entonces, apoltronados en el mullido sillón de la sala de estar de su poesía, comiendo “palomitas frente al televisor”, al trovador apócrifo – al escritor deshechizado que dejó de ser fabulada rana de leyenda y estanque por efecto directo de castos besos de inocentes princesas – en la lectura y comentario de sus personales tebeos y odiseas, actuales y antiguos, contemporáneos y clásicos, de este siglo y de aquellos otros que vieron nacer los más recónditos mitos que el hombre acunó, preservó y difundió para, a la vez, crear y demoler a sus más remotos y desemejantes dioses:

  • Gilmagesh: Al invencible valiente de mil y una aventuras, el poeta le advierte: “Escucha (…) Uruk, donde los cedros abrigaban tu trono, / ya no existe. / La serpiente comió la verde rama de la inmortalidad / y nadie ha vuelto a ser lo mismo. / Los héroes como tú no tienen una hazaña que llevarse a la espada”.
  • Indiana Jones: Como el idílico Ulises se perdió – tiempo ha – en las lejanas y cantadas islas del olvido, el poeta reconoce que el auténtico aventurero en nuestros días es indiscutiblemente: “Indiana Jones quien regresa a su casa / silbando una canción de Tina Turner; / arañas hacendosas, en los techos del mundo, / ven pasar su sombrero”.
  • Robin Hood: Con el pulso tembloroso, poco atinado ahora en el ilustre oficio de templar arcos y tirar flechas, el bien amado malhechor de los bosques de Sherwood observa, desde su sempiterna atalaya vegetal, como “el Pequeño Juan da clases de gimnasia / para artistas de Hollywood”.
  • Aquiles: El más veloz y celebrado héroe de la legendaria Grecia visto por los contemporáneos y cínicos ojos literarios de Gracia: “tiene artritis y tose con frecuencia, el talón le ha crecido, / y anda vendiendo vasos de cerámica / para turistas sudorosos”.
  • Supermán: El rey de los tebeos de mi infancia, el Aquiles contemporáneo, el superhombre –no es un ave, no es un avión – de mis nunca prescritos tiempos, el líder indiscutible de mi íntimo club de superhéroes, el Clark Kent con capa y sin gafas, “el que más corre, el que vuela, / el que sujeta el mundo con sus manos / mientras Atlas se sienta en un banco del parque / para dar de comer a las palomas”, no es, sin embargo, el preferido del escritor. En efecto, Gracia Trinidad confiesa sin remilgos su personal y justificada predilección por El Fantasma: “Y qué decir de ti, Enmascarado Duende – Que – Camina, / The Phantom, Mr. Walter, / mi indiscutible favorito. / Heredaste de tus antepasados el trono de la calavera y hasta un anillo cátaro…”
  • Schwarzenegger: Más que el victorioso gobernador de la California, de la mítica isla-país de Las Amazonas de Sergas del Esplandián, Arnold, el fortachón, es, hoy por hoy, el vencedor indiscutido de Sansón, “al que incluso le pagan una buena fortuna por luchar con los malos / sin que le caiga encima un templo”.
  • Guillermo Tell: El destino final e imprevisto del héroe helvético por antonomasia es recogido e informado por la irónica prensa roja del poeta: “Guillermo Tell asesinó a su hijo, / la flecha dio en el ojo limpiamente / y dos fotos redondas, de manzana exclusiva, ilustran el suceso”. Y por si fuera poco, el escritor nos da también regocijadas noticias rosas de otros héroes en olvido: “y la Venus de Milo fue sorprendida un siglo de estos / acariciando con pasión, / es un decir, / a los siete enanitos y al último mohicano”. Y es también capaz Gracia Trinidad de formular, en tono de comentarista de farándula y de experto en cotilleo de la televisión española, un subrepticio reclamo por la virilidad y fertilidad de tantos prodigios, por la evidente falta de descendencia de tan atrevidos y aguerridos superseres: “Siempre me pregunté si el Capitán Trueno y Sigfrid / hicieron algo más / que dirigirse lánguidas miradas, / detrás del castillo de Thule. / Lo mismo me pasó con Supermán / y aquella periodista menudilla / que se llamaba Luisa. / Y qué decir de ti, Enmascarado Duende – Que – Camina (…) sigue pendiente tu asunto con Diana (…) Dale Arden y Flash Gordon huelen a goma de borrar / de bachiller antiguo; / si no fuera por Zarkov y por Ming / nos habría matado tan largo aburrimiento: Todos igual. / Menos mal que la Dama y el Golfo vagabundo / fueron una excepción con prole numerosa, pero el resto…”    
  • Peter Pan: “Uno quisiera haber sido Peter Pan. / Uno quisiera – repito -, / no haber crecido nunca (…) Todo esto me tiene triste, me aburre incluso (…) como me aburre incluso que no me llamen James / y que me llame Garfio hasta el mismísimo cocodrilo. // Pero así son estas cosas (…) Permítanme que acabe este poema, tengo un barco que dirigir / y se me ha terminado el papel”.

Y muchas más noticias frescas tenemos de los héroes que alimentan la fábula de sus fábulas. En poemas que son un verdadero viaje en el tiempo, del pasado al presente, que actualizan situaciones, oficios y destinos ciertamente imprevisibles, descabellados, Gracia Trinidad nos informa – convincente – que, por un lado: “Guillermo Tell quedó para contar sus aventuras / a unos nietos que piensan en binario / y ya no le comprenden. // Conan, el gran cimerio; San Jorge y su dragón; / Sigfrido el valeroso, que también tuvo el suyo como tantos; / el propio Peter Pan, que al final ha crecido; / y tu amigo Enkidú, / y el mismo Quijote de la Mancha. / Todos los esforzados paladines de mi mesa camilla; / están haciendo cola / para ver si le dan subsidio al paro”. Y, por otro lado, más minucioso y detallista, el escritor nos rinde cuenta del quehacer de otras tantas de sus heroínas y malvadas de su infancia y juventud: “Las hadas buenas de los cuentos viejos / son de una ONG y llevan vaqueros, // Blancanieves montó su propia empresa, tiene siete enanitos repartiendo comida a domicilio: // Alicia y el conejo, dejaron de correr / pusieron un casino y se forraron. // Todas las brujas malas consiguieron sanar sus caídas, / hoy son bibliotecarias, cuidan gatos, / y hacen páginas web para Internet: // cenicienta se divorció del príncipe / y trabaja por horas en una empresa de limpieza. // Caperucita empuja carros llenos / de tazones con sopa y arroz blanco / por los pasillos de una clínica”.

En la medida en que los dioses se disipan, los héroes cercanos al poeta, en franca camaradería, van envejeciendo, se van retirando del imago contemporáneo, para habitar en el recuerdo enternecido del escritor. Convencido Gracia Trinidad de que la realidad es como es, ni buena ni mala, sino simplemente real, concluye su narración detallando como quedó el siglo XXI que transcurre y continúa sin ellos ni ellas:

“Desde que ellas salieron de sus cuentos: / a las varitas mágicas las come la carcoma / los príncipes azules están verdes, tienen reuma y cataratas; / donde dice “bebedme” no hay más que Coca – cola; / nadie fabrica ya zapatos de cristal / y en el bosque del lobo / hay urbanizaciones y piscinas…”    

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