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El último suspiro de Maruja Beraca

Varias plumas escriben a modo de adios expresando el afecto a quien siempre rompió el molde. Quizá su mayor legado sea precisamente ese, mostró que es posible vivir a todo pulmón en libertad.

UN PUEBLO LLAMADO MARUJA

Por Adriana Villanueva

Extraña sensación enterarse de la muerte de un ser tan querido por las redes sociales. El 14 de julio mi esposo me despertó con una mala noticia: «Se murió Maruja Beracasa, lo acaba de twitear Marianela Salazar». Ahí no había espacio para un «¿Estás seguro?», sabía que @alíasmalula era buena amiga de Maruja, y que a la tía Maru un enfísema pulmonar tenía tiempo pasándole factura. 

Maruja no era tía de sangre sino de afecto, que vale por dos, era parte de la familia adquirida de la que hablaba Isaac Chocrón, no me acuerdo mi vida sin ella, aunque sí hago memoria recuerdo cuando apareció la tía Maru, yo tendría como ocho o nueve años cuando mis padres comenzaron a frecuentar a esta amiga de juventud, un tanto estrambótica, que acababa de regresar a Venezuela con sus tres hijos menores: Luis, La Pucha y Helenita, tras divorciarse del padre de los niños en Francia. Sus dos hijos mayores, Pablo y Charly, hijos de un primer matrimonio, se quedaron viviendo en Suiza con su papá. Desde entonces Maruja fue un personaje regular en nuestras vidas, tanto, que cuando entré en la Escuela de Arte le preguntaba a los profesores amigos, Isaac Chocrón y Mauro Parra, y hasta al mismo Decano de Humanidades, Roberto Ruiz, por el progreso académico de su sobrina: «La Piki», como ella siempre me llamó. 

Impresiona la reacción ante la noticia de la muerte de Maruja en twitter: periodistas, escritores, políticos, artistas, activistas sociales; en 140 caracteres escribieron más que los típicos lugares comunes ante su muerte. Todos tenían una anécdota, una particularidad de Maruja que compartir. Aunque Maruja no se puede decir que era una celebridad, si bien sus multiples facetas de anticuaria, jetseter, activista política, farandulera, amante de los animales, y de cuanta causa noble se le cruzara.

Hay quienes se atreverían asegurar que por lo que más fue conocida Maruja en Caracas, lo que la hizo una leyenda, fueron sus famosos «Open House». Celebraba por lo menos dos grandes fiestas al año: el 14 de julio, para festejar el cumpleaños de su pareja, el psicólogo Rodolfo Tarff (Rudy), y seis meses después para celebrar su propio cumpleaños el 29 de diciembre. 

Comencé a asistir a estos open house apenas entré en la universidad, cuando Maruja llamaba a mi mamá para recordarle sus fiestas semestrales, y le decía: «te traes también a La Piki, que vienen sus profesores». Así antes de cumplir 20 años, como apéndice de mis padres, iba a las famosas fiestas en Villa Matilde en el Country Club en las que Maruja reunía, además de a su numerosa familia, a académicos, intelectuales, teatreros, misses, farándula, faranduleros, músicos, empresarios, alta sociedad, diseñadores, anticuarios, artistas, políticos, periodistas, y hasta recién llegadas como yo; y como toda buena anfitriona, a cada uno de sus invitados lo hacía sentir como al invitado de honor de la fiesta.  

Lo único que me hacía sentir incómoda en Villa Matilde, aunque ni loca se lo demostraba a la tía Maruja, era que los invitados éramos recibidos por una manada de perros a la entrada de la casa. Mi mamá los llamaba :  «Las mutaciones», porque a diferencia de la anfitriona, bella y elegante en su desenfadada manera de vestir, los perros de Maruja parecían salidos de una corte canina de los milagros: Cojos, viejos, tuertos, sin raza ni pedigrí de que alardear. 

De lo que sí alardeaba Maruja, es que no había perro desamparado que no estuviera dispuesta a adoptar, en un reciente entrevista a El Nacional, contó que llegó a tener 20 perros viviendo con ella. Pero desde que se había mudado a una casa más pequeña en la Alta Florida, ante su precario estado de salud, tuvo que aprender a controlar el impulso de adoptar a cuanta bestia desvalida le pasara por delante, y ahora solo tenía 6 perros, porque quién se iba a ocupar de tantos animales cuando ella no estuviera. 

Los años pasaron y dejamos de ir a las fiestas de Maruja, cuando nacieron mis hijos, las vacaciones decembrinas las destiné a Margarita, aunque sé por la prensa que por lo menos los Open House de su cumpleaños, no los dejó de celebrar. Eso no quiere decir que le perdí la pista a la tía Maruja, cada vez que me encontraba con alguno de sus hijos le preguntaba por su mamá, y las noticias desde hace un par de años no eran buenas: Maruja sufría de enfísema y había perdido buena parte de su capacidad pulmonar. Cada vez le costaba más respirar y tenía que pasar largas temporadas hospitalizada. 

Cuando me topaba con la tía Maru, a menudo en manifestaciones políticas, pensaba que quizás exageraban, porque la veía tan alegre y  dinámica como en esas fiestas en Villa Matilde en los años 80. Su energía la había trasladado al activismo democrático y a las redes sociales, sobre todo twitter, donde tenía más de diez mil seguidores. La mejor manera de saber que la tía Maru no estaba muy bien, era cuando dejaba de twittear. 

La última vez que supe de Maruja fue hace menos de una semana, tras compartir en Facebook una foto de Instagram del campamento de la Guardia Nacional que hasta hace unos días velaba por la rectora del Consejo Nacional Electoral. Los soldados tenían varios meses custodiando a «la señora Tibisay», acompañados de tres perritos callejeros a quienes los vecinos de La Florida vimos crecer de cachorros a perros jóvenes. Parte de nuestro paisaje diario era ver a los soldaditos, apenas saliendo de la adolescencia, jugar con los cachorros para pasar el fastidio de la custodia. A veces era necesario hacer maromas en el carro para esquivar a los perros porque les gustaba dormitar tomando sol en la mitad de la calle. Hasta que hace unas semanas: «Levantaron la carpa verde militar, se llevaron a los perros, y dejaron las sillas rotas», puse al pie de la foto en Instagram. 

Helena, la hija menor de Maruja, me escribió un mensaje directo para ponerme al día del destino de los perritos: la guardia no se los llevó, su mamá iba todos los días a darle comida a los cachorros, y por eso cuando les tocó abandonar la custodia de la señora Tibisay, los soldados le contaron con tristeza que a los perritos no se los podían llevar. Entonces Maruja y su hijo Luis se llevaron a los perros, ya ni tan cachorros, a vivir con ellos. Brownie, Berta y Bazuka son los tres últimos perros abandonados que adoptó la tía Maruja, apenas semanas antes de morir.

Este 14 de julio, el mismo día del tradicional Open House para celebrar el cumpleaños de Rudy, supe que dos días después sería la última ocasión en la que se reunirían sus amigos en torno a Maru, esta vez para despedirla en el Panteón Israelita, su última fiesta, para celebrar la vida de mi querida tía que deja un compañero, 5 hijos, una decena de nietos, 9 perros, y tantas personas que la quisieron, tantas que podríamos fundar un pueblo llamado Maruja.

 

CUANDO HAY QUE DESPIDERSE / In Memoriam

Por Mayte Navarro

La conocí iniciándose la década de los 80. Yo era una periodista con una corta trayectoria. Ella una mujer que se había codeado con medio jet set internacional. Su educación en Europa le permitió conocer a personalidades que ya eran mitos.

Me refiero a Maruja Beracasa Benzecri, que si es cierto reinó en Caracas durante una época por su personalidad sin complejos, se le recordará por su generosidad, pues creo que una palabra que nunca estuvo en su diccionario fue mezquindad.

 

Hoy conversaba con alguien que me decía, impactado por su muerte, gracias a Maruja pude conocer de antigüedades, otro ejemplo más de su deseo de compartir. Esta conversación me remitió a aquella gran feria de antigüedades que organizó en el otrora hotel Caracas Hilton.

 

De ella fue la idea de crear la Asociación de Anticuarios de Venezuela, una manera de ejercer una de sus pasiones, manejar el mercado de las artes decorativas y formar parte del mundo cultural, inquietudes que le inculcaron sus padres, Carlos y Alegría Beracasa, desde temprana edad. Su anecdotario parecía no tener fin. Hubiese podido escribir un libro de historias secretas de ciertos personajes que sin lugar a dudas se hubiese convertido en un verdadero bestseller.

 

Maruja fue mi fuente durante mucho tiempo. Acudía a ella cuando quería indagar en la vida de algún famoso para mis crónicas. La seguí por Twitter en sus constantes mensajes donde defendía la libertad y la democracia que revelaban su compromiso político con la realidad del país. Maruja deja un gran vacío en sus amigos, ya que fue incondicional. Comprendía a la perfección el trabajo de los periodistas y por eso encontramos en ella una gran colaboradora.

 

Atendía por igual a un veterano o a un recién graduado. Su generosidad la llevó a compartir lo propio, no solo con sus hijos sino con otros, que estoy segura la lloran con el mismo sentimiento que lo hacen quienes llevan su sangre y apellidos. La moda para ella no fue un tema que la atara a tendencias, ella misma creó su propio estilo, el estilo Maruja Beracasa.

 

No necesitaba enseñar monogramas ni marcas para sentirse segura. En una entrevista que le hicieran a Maritza Sayalero, ésta recordaba su paso hacia el Miss Universo. Necesitaba un atuendo que impactara en el exterior y encontró en Maruja el apoyo, pues le prestó un abrigo de zorro plateado con el que le dio la vuelta al mundo. Imposible olvidar su capacidad como relacionista pública.

 

Al frente de Publicis organizó los eventos más importantes que contaban con la presencia de políticos y empresarios de renombre internacional, que exigían de un protocolo estricto, seguridad impecable y atenciones de acuerdo a su rango.

 

Ella y su equipo sabían como manejar los imponderables. Hoy escribí en mi Facebook que Maruja tenía el espíritu de San Francisco de Asís pues los animales eran parte de su universo. Los respetaba y los amaba. Sus perros lo testimoniaban al convertirse en su sombra, pues la seguían por toda la casa. Fanática del cristal, nunca tuvo miedo de la fragilidad de lo humano para disfrutar la vida.

 

Como recuerdo quedan innumerables reportajes que narran su historia, infinidad de fotos como testigo de su presencia en el acontecer social y cultural de Venezuela Francesa de corazón se despidió de todos la víspera del 14 de julio, el Día de Francia. Un buen momento para quedar en el recuerdo pues ella siempre creyó en la libertad, la igualdad y la fraternidad.

 

Palabras de despedida durante el sepelio por su hermano Alfredo Beracasa

«Siempre se me hizo muy fácil hablar con mi hermana Maruja, pero hoy hablar de ella en tiempo pasado resulta doloroso.

Su generosidad tanto de alma como material, no tenían parangón. Siempre la comparé al billete de 1000 francos suizos (que ninguno se le quedó pegado a la mano por esa misma generosidad). En el papel moneda aparece un caballero de brillante armadura bajo un frío infernal, cortando su capa con la espada para arropar a un ser mas necesitado, asi fué mi hermana. A pesar de saber que no siempre le convenía y que a menudo no se lo agradecerían.

¿Quién nos va a despertar todas las mañanas con el ring de su celular para transmitir las noticias frescas de su amada Venezuela?. Ella tenía el habito de compartir sus inquebrantables opiniones sobre cómo, por qué y cuándo se tenían que hacer las cosas para tener un mejor país.

Fué luchadora incansable de sus ideales; una amiga incondicional así como una pésima enemiga. No sabía cómo ser enemiga.

Anoche mi hija Alegría entre risas y lágrimas me dijo: “bueno papi, por lo menos se prendió la fiesta en el cielo

Maru… despedirte se hace irreal, tu hermana Lil se siente huérfana otra vez, tus hijos te buscan en cada esquina, tu amado Rudy no le quedan lágrimas, tu otra hermana Blue, ni te cuento y tus amigos se preguntan ¿cómo será la vida sin tu presencia en este mundo?. Fíjate, tus amados perros, intuyendo el desenlace se fueron calladamente antes que tú.

Ruego a Dios Todo poderoso, que te reciba en su reino con el mismo amor y la misma generosidad que dejaste en la estela de tu vida.

 

LA DAMA DE LA RESISTENCIA

 Por Berenice Gómez Velásquez (Periodista)

 

Maruja era una mujer menuda, preciosa, exquisita en sus gustos, una judía mora con unos ojos asombrosos enmarcados con impresionantes cejas oscuras como su pelo y sus pupilas. Con la piel como los moros, aceitunada, finas manos y una sonrisa fácil para tornarse en carcajada. En mi juventud la veía en las crónicas sociales. Era una socialité cuya foto era obligada en cuanto sarao, boda, vernisage y concierto había.

Saltaba continuamente entre París, Lausanne y Nueva York, cuando le tocó asentarse definitivamente en Caracas, Maruja se sintió de vuelta de un exilio dorado.

Siempre que hablábamos hurgaba en  sus recuerdos. Fue la consentida de los artistas underground y avant garde en la época de Studio 54,  la disco más exclusiva de Manhathan, para la clase intelectual y artística, millonarios de NY y demás jetsetters en los trepidantes años 70. Maruja fue mi reina de ese reino.

Varias veces, no tantas como hubiera querido, cenamos o almorzamos en el comedor de su casa caraqueña presidido por uno de los cuadros que Andy Warhol le pinto, ingresando a la lista de famosos como Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, Jean Fonda, Liza Minelli, Carolina Herrera, Elizabeth Taylor y Mao Tse Dong.

-Mi gorda -me llamó entusiasta como una adolescente, uno de los tantos días- vamos a Los Galpones para acompañar a nuestra querida Irma Contreras que el viernes muestra su nueva colección, vamos, te mando a buscar con Ebert (el chofer)… Así era y así sucedía… Luego, disciplinada me acompañaba hasta mi casa y se marchaba a la suya, siempre vestida de roquera, con medias especialmente curiosas y botas elegantísimas, con los ojos maquillados con kohol; es que era mora, morita, mora.

Así que mi amiga era tan versátil que podía haber sido solo una señora de sociedad, pero no se conformó con esa faceta. También ejerció la solidaridad con el pueblo, el amor a los animales, a los débiles y menos favorecidos.
Maruja era una notable trabajadora para la vuelta de la democracia, por lo que no le paraba a los intentos de insultos, descalificaciones o embustes que le inventaba la policía política, que le grababa las llamadas, le colocaba escuchas en la calle, según con quiénes se reunía, para luego diseminar rumores, calumnias con los que creía la aplacarían… No, nada que ver, lejos de ello, le daba más piedras para su gomera, en eso de David peleando con Goliat.

A mi me colectó como a cualquiera de sus piezas de cristal o sus nosecuántos ceniceros de nosecuántos materiales, luego me atesoraría como a las más bellas piezas de su pasado como anticuaria… Ella me llamó a su vida, lo cual me hace sentir muy honrada, me la merecía, siempre la admiré por culta, por comprometida con la causa, por madre que adoraba a cada uno de sus hijos y nietos, a quienes a veces hablaba en francés, la segunda lengua materna de esa familia.

Reinaba y creo que seguirá reinando en la fabulosa estancia plena de una ecléctica colección de piezas insólitas de cristal y vidrio, llena de chispazos de colores y de buen gusto. Pero esta es apenas una faceta donde la frivolidad, la belleza, el lujo, la apariencia eran un elemento imprescindible para ser ella; pero era mucho más compleja… era la gran dama de la resistencia contra el neototalitarismo castrista que impera en su patria…

La amiga de siempre, Maruja iniciaba su propia resistencia a la dictadura sin miedo a las represalias, sin perder un minuto de tiempo, comenzaba a colectar y enviar información a las 5 y media de la mañana, ayudó a mucha gente, hizo citas, reuniones, consiguió autorizadas opiniones en diversos temas, consoló a los que tuvieron pérdidas, en fin esa también era ella.

Ha sido un placer conocerla, tratarla, discutir sus puntos de vista, encajar mis informaciones con las que le llegaban de diversas muy diversas fuentes. Por ejemplo desde el mismísimo alto gobierno… quién lo diría.  


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