El Senado de EE.UU. y Venezuela
La idea del «diálogo», en la forma como se ha desarrollado, no conduce a nada provechoso sea para los partidos o para Venezuela. Los hechos así lo han estado comprobando históricamente. La falta de unidad es un elemento importantísimo a la hora de indagar sobre los múltiples porqués de nuestro proceso histórico-político. El asunto es que nunca hemos aprendido, y menos practicado en nuestra historia republicana, el que hay que distinguir para unir: nadie conoce en verdad la unidad si ignora la distinción. En efecto, no hay verdad de unidad si se ignora la distinción.
¿Es que acaso no son distintos los intereses del sector que se ha apoderado del gobierno de esta República y los de los partidos políticos que en ella actúan?
El primero, de naturaleza comunista y totalitaria, pretende hacerse del poder en Venezuela de manera semejante a como lo hiciera la tiranía cubana de los Castro que, durante más de cincuenta y cinco años detentan el poder y han arruinado sin cesar, humana y económicamente, a nuestra querida Patria de Martí, mientras nuestros partidos políticos, que creo se interesan más de El Bien Común General de los venezolanos –pese a que, de manera ilógica, muchos de estos parece, por sus actuaciones, interesarse más de sus propios intereses– pero que sin embargo, si serían capaces de unificarse dialogando entre ellos a fin de encontrar, de modo integrado, caminos verdaderos para restablecer la democracia y las libertades ciudadanas.
El diálogo con el gobierno carece de sentido por inoperante y favorable al refuerzo y consolidación de éste, mientras que el diálogo inter-partidista seguramente puede conducir a Venezuela al deseado rescate de sus valores y a la realización plena de las aspiraciones y esperanzas de todos los venezolanos.
Entonces ¿por qué perder el tiempo en un diálogo que es inútil y muy gravemente perjudicial, en vez de buscar la unidad común de acciones que conduzcan a la paz y a la buena vida humana de todos los venezolanos?