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De gringos go home a rusos welcome

Definitivamente, no es asunto de moda política. Sí expresión de un toque político en pleno Siglo XXI. Un acontecimiento en el que lo sobresaliente no es que Nicaragua, finalmente, haya pasado a ser un país del primer mundo. Por el contrario, también figura en el lote de los países centroamericanos cuya economía no termina de garantizarle bienestar y prosperidad a sus habitantes, porque, lo que cuenta, es el control del poder.

Es que, al final,  el «salvador» del hambre y de las miserias de dicho país, el «Sandinismo», se cambió de trapos para convertirse en dictadura, y justificar a Daniel Ortega en el reemplazo de Anastasio Somoza Debayle y presentarlo ante el mundo como un modelo de lo que jamás podría haber hecho posible el capitalismo, porque tales cambios sólo los hace posible el comunismo o el socialismo al son de la pandemia.

En Argentina, sin embargo, en donde sus autoridades no salen de papeles y análisis necesarios para poder programar la manera cómo van a negociar la cancelación de deudas y obligaciones  en los meses venideros, el tema es otro. No es Macri ni Fernández. Es no saberse explicar a qué obedeció la presencia del Vicepresidente de Irán, Mohsen Rezai precisamente en Nicaragua, cuando sobre dicho funcionario  «pesa un pedido de captura internacional  por parte de la justicia argentina, al ser considerado uno de los autores intelectuales del ataque terrorista que se cobró la vida de 85 personas (1994), en AMIA, en Buenos Aires». 

Hay especulaciones con respecto al tema, cuando lo relacionan con la posibilidad de que el visitante se haya dado un paseo cuidadoso y detenido adicional por el Caribe, dada la calidad de la relación de serias amistades que cultiva su país con Cuba y Venezuela, hoy estrechísimamente hermanados por los negocios relacionados con petróleo y gasolina.
Sin embargo, la especulación da para todo, hasta para que se llegue a plantear como un hecho que los aviones iraníes que llegan a Falcón, no lo hacen para retirar cargamentos de productos del mar, sino para sumarse a lo que, recientemente, se difundiera en Rusia. En el orden internacional, la diversidad de temas incluye el componente armas, como la naturaleza de las conversaciones con China.

En Rusia, el cuento es distinto. Porque, a decir de lo expuesto por su viceministro de Relaciones Exteriores, Sergei Ryabkov,  su gobierno no descarta la posibilidad de que Rusia envíe activos militares a Venezuela y Cuba, si escala la tensión que se hace sentir actualmente por los Estados Unidos, la OTAN y Ucrania. 

Desde luego, lo curioso no es que el citado individuo relacione dichas posibles acciones con Venezuela y Cuba, sino que supuestos voceros militares venezolanos  «bendigan» la presencia  rusa en Venezuela. Es más, la frase precisa que «Caracas aplaude el despliegue militar en América Latina en plena escalada de tensión entre Rusia y los Estados Unidos». ¿Por decisión de quién?. ¿En atención a qué?. ¿Acordado en dónde?.

Ciertamente, en Colombia, en donde el tema electoral asusta a más de uno, mientras tanto, a decir de funcionarios suyos,  no hay motivos que le preocupen si hubiera algún despliegue militar de Rusia en Venezuela. Pero el vecino país ni sus gobernantes son voceros venezolanos, ni tampoco de las autoridades militares criollas. ¿Y a qué se debe su indiferencia, cuando ellos, investigadores internacionales y voceros de distintos gobiernos latinoamericanos despliegan opiniones, según las cuales Venezuela es un gran campamento de las llamadas guerrillas colombianas pacificadas -o no-, y que sus espacios fronterizos están siendo útiles para la presunta movilización de las cargas de droga con las que se atiende la demanda del mercado internacional?.

Si cada uno anda en lo suyo, lo inquietante es que Venezuela, además, se permite desplazarse y pronunciarse en materia de «grandes ligas» internacionales en el orden de la política militar. Pero, además, que lo hace  en una especie de atrevimiento que sobrepone visiones y juicios, al mejor estilo de la conflictividad que hoy forma parte de la agenda política internacional. Sobre todo de la que se aprecia en manos y anotaciones de quienes parecieran no estar preocupados por el tema de su ciudadanía, de su economía y de la necesidad de responder a lo que realmente está sucediendo con el serio y grave tema del contagio del Covid-19, la contaminación y los fallecimientos.

En cuanto a Venezuela, lo de Barinas pareciera haberse «aplacado» y «serenado». Inclusive, lo predominante sería lo relativo a la voluntad del Gobierno Central de «permitir» que en la zona se actúe administrativamente en un ambiente de mutua colaboración. Pero lo que sí es innegable es que a los asuntos del país, por su magnitud y la gravedad de su desarrollo, no se le puede continuar tratando en simples situaciones de amistades y favores, sino con base en lo que está establecido en las normas rectoras de la República. 

La institucionalización, de igual manera,  tampoco es asunto de amistades y de favores, y más cuando el tema de lo que sucede y puede continuar sucediendo, siempre está rodeado de discursos relacionados con conceptos de grandeza, autonomía, soberanía, además de apuntalados por citas tas citas de glorias independentistas y ejemplos insuperables.

Todo eso puede lucir interesante y hasta sorprendente, a partir de las justificaciones de los hechos. Pero, por ejemplo, a la hambrienta población nacional, a la misma ante la cual no hay respuestas salariales respetuosas ni honrosas, no se le puede tratar de convencer de que aquí el tema hiperinflacionario es un cuento del pasado, aun cuando Venezuela siga exhibiendo la mayor tasa de inflación en el orden continental ¿e internacional?. ¿Qué es eso?. 

Realmente, ¿en qué consiste y en qué se traduce el cuento del neorentismo a la luz de las modificaciones tributarias, el comportamiento de la danza de las monedas digitalizadas y de la anarquía operativa del Bolívar sin que el Banco Central de Venezuela haga sentir su voz y  la autoridad de su autónomo desempeño?. Sin duda alguna, hay problemas de fondo a los que se le trata como hechos de segunda, aun cuando se les aprecia en las posiciones del liderazgo de lo que se trata de minimizar.

Definitivamente, a poco días de haber asomado su rostro el 2022, cuando gran parte de la actividad económica no ha hecho sentir en qué consistirá su desempeño productivo, y si, finalmente, el país va a poder echar las bases de la confianza necesaria para que los llamados «cambios» se hagan sentir, hoy lo que pesa en el territorio nacional es la multiplicación de vocerías, mensajes y discursos relacionados con el hecho del predominio de los caprichos políticos. Nada más que eso. El personalismo y el centralismo, definitivamente, son componentes cuasideterminantes  de una oferta transformadora que no transforma, ni cambia. El control del poder lo dice y hace todo. 

Tienen razón quienes insisten en plantear sus dudas, una y otra vez, acerca de cuál es hoy la magnitud e identidad de la problemática que ata al país, limita su despegue y no ofrece alternativas evolutivas. Por otra parte, tampoco se entiende el hecho de que mientras el mundo hierve, los conflictos se multiplican y se aprecia una minimización de la gravedad del avance del Covid-19 y sus variables, los gobiernos apuestan a una serie de decisiones que, antes que soluciones, parecieran estar dirigidas a la capitalización de sometimientos humanos.

Mientras tanto, quienes presumen de ejercer liderazgos , como de construir dominios de conducción por sobre situaciones tan patéticas, como la que se registró recientemente en Haití, y aquellas con las que también se ha estado convirtiendo en elemento de entretenimiento conceptual en Chile, constituyen motivos serios de preocupación; de grave e inquietante preocupación. Sobre todo por estar mucho más allá de lo que,por su parte, debaten los dirigentes Bide y Trump; Vladimir Putín, el rol de la OTAN y de la Unión Europea; los juguetes bélicos de Corea del Norte; y el «poco me importa» de la disciplina con la que se impone la voz de la convivencia que hace sentir el comunismo chino. 

Sólo distracción no es, definitivamente. Hay mucho más que eso. Y el efecto pudiera estar asociado a esa diaria multiplicación de casos y de hechos relacionados con una pandemia que sigue causando estragos, a la que se le sigue enfrentando entre discursos, contradicciones, y cuya autenticidad cambia casi a diario, dependiendo de la concepción gubernamental con la que se trabaje, y la necesidad de la admiración popular.

En cuanto a Venezuela, y si bien el caso de Barinas ha servido  para oxigenar esperanzas políticas alrededor de un posible referéndum revocatorio, no deja de llamar la atención relacionada con la indiferencia sobre casos sensibles como el de Rusia, los compadrazgos con Irán y las ya incondicionales  relaciones con Cuba, Nicaragua, China, amén de los afectos pintarrajeados con México.  ¿Sólo cuenta la voz gubernamental y es a ella y por lo que hace ella, entonces, que hay que ocuparse incondicionalmente?. 
Extraña el hecho y los hechos. La combinación de indiferencias, silencios, ausentismos que no proyectan perfiles de avance, no pueden ser sólo funcionales cuando emergen grupos que necesitan proyectar posiciones de alta vocería. 

De lo que hoy se trata, es de combinar posiciones de competitividad, y de expresar la realidad vinculada con la gravedad de lo que envuelve a la nación, que, por momentos, luce como si no fuera capaz de activar apreciaciones que generen respuestas ante los escenarios que se viven. Definitivamente, el país necesita mucho más que la simple observación activada por un propósito que se le entrega a sentimientos de rabia y de odio.

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