CAP: Soñador que creyó en sus sueños
El día de Navidad de este año 2010, los medios de comunicación llevaron a los venezolanos el conocimiento de que quien había sido dos veces Presidente de la República había fallecido: Carlos Andrés Pérez. Mientras comparto el pesar de familiares, amigos y partidarios del extinto ex Presidente, considero obligante deber el reconocer su firme condición de demócrata y patriota que fueran características permanentes de su hacer y actuar a lo largo de su intensa y dilatada vida política.
Mas allá de aciertos y errores políticos o personales, Carlos Andrés o, simplemente Pérez -como de ambas maneras le llamaron todos los venezolanos- fue un soñador; un soñador que creyó en sus propios sueños, fuesen éstos el propio de cumplir una misión grandiosa como conductor de su Patria o la noble aspiración de querer engrandecerla con sus manos de líder cuyo progreso veía proyectándose a todo nuestro sub-continente. Lo que fue patente en su primera gestión de gobierno; o –ya más maduro– en la segunda, era el tratar de enderezar entuertos raigales que limitan o impiden que Venezuela desarrolle todo el potencial que posee y entre a formar parte de la élite de Naciones que se agrupan en el así llamado Primer Mundo.
Del primer sueño nació lo que él mismo llamó “La Gran Venezuela” y se apoyó en el inusitado aumento de los precios del petróleo, que de $ 0,92/barril en 1969, se elevaron a $ 2/b para 1972 y a $ 14/b a finales de 1973, para pasar hasta alcanzar la entonces increíble cima de $ 34/b durante su primer mandato. Carlos Andrés Pérez –y con él casi todos los venezolanos– creyeron que esa riqueza adventicia era definitiva e inagotable y que, por tanto, era oportuno desarrollar en el país una serie de macro-proyectos industriales generadores de capital mediante nuevas industrias pesadas; el desarrollo industrial aguas abajo del crudo; reforzar la industria del acero y llegar a vender energía para Sudamérica sobre la base del enorme potencial energético que entonces tenía Venezuela. Entre los proyectos había hasta el de construir barcos en un gran astillero que se llamó Astinave. Pero las grandes inversiones que para esos proyectos se hicieron, exigieron –como era natural– mantener el creciente ritmo anual de las mismas, lo que condujo a solicitar y conseguir.de manera reiterada, grandes préstamos de bancos y organismos internacionales para proseguir los proyectos. Empero, el servicio de dichas deudas incidió onerosamente sobre el presupuesto de la Nación que se vio, así, muy limitado para satisfacer ingentes necesidades internas, al tiempo que frenó en seco la posibilidad de continuar la realización del gigantesco propósito de industrialización autónoma que se pretendía y generó una muy alta inflación, como era inevitable.
También era inevitable que la adventicia riqueza estimulara codicias que se tradujeron en abusos y fraudes cometidos por improvisados “empresarios” que arrastraron tras ellos hasta al propio Presidente, quien concluyó su mandato como acusado o manchado por supuestos delitos como el del tristemente célebre caso del barco “Sierra Nevada”. Así, de mala manera, Carlos Andrés Pérez, en 1979, despertó de su primer sueño que, aunque concebido de buena fe y por el bien de Venezuela, se le convirtió en auténtica pesadilla.
El segundo sueño lo tuvo cuando mediaban los años 80. Mucho más maduro y veterano, Carlos Andrés profundizó en el conocimiento de causas de nuestros atraso e invertebración secular. Su observación se centró en lo económico. Se relacionó con expertos en la materia, todos exitosamente formados y laureados en las mejores universidades del mundo. Con ellos constituyó un equipo magistral al que encomendó la gestión económica de la Nación venezolana. El equipo diseñó un “Plan de Ajustes Económicos” que la sal popular de los venezolanos bautizo como “El Paquete”. Se trataba de un Plan muy coherente y bien coordinado en sus partes. Ajustando debidamente la economía, el Presidente y su equipo de expertos esperaba superar males económicos de casi un siglo y abrir el país a la producción y a la modernidad institucional en la materia.
Apenas a dos semanas de haber asumido la presidencia, el Presidente Pérez anunció al país, a través de la Televisión y la radio, el contenido de su “Programa de Ajustes”, que no contaba con el apoyo de la mayoría de la dirección política de su partido Acción Democrática y que tanto ésta, como la oposición –especialmente la de izquierda- calificó de “Neo Liberal”. Quien esto escribe lo defendió en sus cursos universitarios, así como en publicaciones de prensa y revistas de la Universidad. La izquierda marxista, así como los que desde los años 70 en adelante habían infiltrado las Fuerzas Armadas Nacionales (e intentado golpes de Estado durante los años 80) incitaron sectores populares en contra del Plan.
En su exposición sobre el “Programa de Ajustes”, el Presidente Pérez cometió dos graves errores iniciales: 1°. No se hizo un trabajo serio de información a la población sobre el alcance, significados y beneficios que el “Plan de Ajustes” contenía. La población, que ya estaba agobiada de cargas económicas, no entendió las razones por las cuales se le iba a exigir mayores sacrificios como el aumento de la gasolina, de los precios de transporte urbano, las tarifas de electricidad, teléfonos y otros servicios; 2°. El Presidente le expuso al país que la situación económica que le había legado el gobierno antecedente era pésima; que las reservas disponibles eran exiguas; que el Presidente saliente (Jaime Lusinchi) y su grupo político había “raspado la olla”. No tuvo en cuenta que Lusinchi, también de su partido Acción Democrática, había dejado la presidencia con muy alto apoyo de la población (superior al 60% y superior a la votación del 52% que él mismo había alcanzado en las recientes elecciones). El razonamiento simple de la gente fue inmediato: ¿Si Lusinchi nos engañó, por qué confiar en Pérez? Estos dos errores más el trabajo de la izquierda sobre las bases populares estuvieron en la base de los trágicos acontecimientos del 27 y 28 de febrero de 1989 que son conocidos como “El Caracazo”, por haber tenido inicio en la Capital de la República, pero cuya extensión alcanzó casi todas las grandes ciudades de Venezuela. A estos dos errores se sumaron, de modo muy importante, la falta de apoyo de Acción Democrática al “Programa de Ajustes” y el generalizado señalamiento del mismo como “Neo-Liberal”, así como también se tildó al equipo de expertos económicos que lo elaboró.
Como complemento, la conspiración de la infiltración comunista en las Fuerzas Armadas, culminó con la ejecución de dos intentos fracasados de golpe de Estado, realizados el 4 de febrero y el 28 de noviembre de 1992 que, a la postre, condujeron a Carlos Andrés Pérez hacia el injusto enjuiciamiento aprobado por su partido AD en el Congreso y a la sentencia condenatoria de la Corte Suprema de Justicia que le aventó de la Presidencia de la República.
De esta forma, el segundo sueño de Carlos Andrés Pérez, siempre con miras al progreso y verdadero desarrollo de Venezuela, terminó también como pesadilla. No en vano, ni como meras palabras, dijo el Presidente Pérez en discurso que pronunció una vez destituido y sometido a juicio, “hubiera preferido otra muerte”.
La Voluntad Divina, que orienta y decide sobre nuestra humana existencia y que procede del Único Juez infinitamente Justo y Ecuánime se la dio el 25 de diciembre pasado, día de la Natividad del Señor. Paz a sus restos y a su memoria honesta de Soñador.