Brito Pop Korn
Conocí en persona a Romero Brito en casa de Alfredo Beracasa, cuya esposa Elizabeth Kane, me lo presentó muy entusiasmada como si este señor de baja estatura y nada agraciado fuese, George Clooney. Me dio la mano y sentí un corrientazo. Con razón es tan famoso, se embolsilla medio mundo con su encanto brasilero (nació en Recife, 1.963). Me enteré de su existencia en Miami donde es considerado un ícono de culto. Me familiaricé con su obra en la galería que posee en Lincoln Road bajo su propio nombre. No solo hace cuadros y esculturas, es una máquina de producir, lo que a uno le pase por la mente después de haber ingerido un hongo alucinógeno. En su web sale posando con Dilma Russef, junto al retrato que este le hizo a la Presidenta de Brasil. Aparece con Carlos Slim, donde el multimillonario sostiene un osito made by Britto. Con ese don de la ubicuidad, tenía por fuerza que estar en Venezuela. Que raro, que él no vino al cocktail para presentar sus piezas utilitarias en Niní y Amalia con lo que le gusta una foto. A lo mejor tenía un tête à tête con Agatha Ruiz de La Prada o Vivienne Westwood, dúo que también sabe los dividendos que rinde el colorinche.