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¡Basta! ¡Basta ya!

Definitivamente, ya basta. Hay un clamor general, dentro y fuera del país, que expresa unánime una gran urgencia: ¡Hay que amarrar a ese loco! Lo de loco, desde luego, es un decir: un enajenado hace locuras; un individuo emocionalmente inestable, radicalmente inmaduro y, por tanto irresponsable, hace “loqueras” que son resultados de su intemperancia, de su falta de cultura y educación, de su fanfarronería guapetona, de su absoluta falta de respeto a todo lo que no sea producto de su capricho y de su inestable personalidad.

El país ha reaccionado después de padecer un prolongado letargo que, a primera vista, puede parecer inexplicable. Pero lo importante es que, en todos sus sectores, ha reaccionado porque se ha comprendido la inmensa peligrosidad intrínseca y extrínseca que comporta la continuación de Hugo Chávez Frías en la posición que se le ha confiado.

Los últimos arrebatos de su conducta obedecen a que su conciencia de adolescente ha terminado por descubrir que el juego ha perdido su inicial encanto, pues las dificultades surgen por doquier y las propias capacidades no son ya capaces de entenderlo. Cuando el niño malcriado pierde el juego, entonces amenaza, amaga, patea, pelea, agarra la pelota y se va…

1.- ¿Se irá? Es la primera de las alternativas que el presente y complejo escenario nacional presenta; es la que, secretamente, cada venezolano con visión de Patria acaricia ilusoriamente en lo recóndito de su sentimiento. Puede, sin embargo, no ser simple ilusión a condición de que una oposición compactada y unificada, madura porque haya dejado atrás toda consideración improcedente de diferencias, representativa porque integre todos los sectores de la vida nacional ( del sindical al militar; del universitario a las iglesias; del empresarial al campesino; de los medios al deportivo; etc.,) presente acciones determinantes y de efecto creciente que obliguen esa retirada: a) desobediencia civil activa; b) toma de la calle; c) paros progresivos; d) huelga general indefinida.

2.- Se ha venido escribiendo y hablando sobre otra alternativa: la convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente.

El seis de enero de 2003, desde Roma y por estas redes, escribí lo que antecede. El punto (1.) puede ser conservado intacto, pero requiere alguna ampliación pertinente; el punto (2.), que copio truncado, amerita una consideración más profunda, pero mejor para futura ocasión y, así, no hacer de este escrito algo demasiado largo.

Obviamente, la realidad que se podía percibir en enero de 2003 era muy distinta de la que hoy tenemos en el país. No es que aquélla fuese fementida por lo entonces escrito: por el contrario, estimo -a riesgo de inmodestia- que la apreciación no sólo era exacta, sino que la propuesta era la única en aquel tiempo, posible, efectiva y viable después de los bochornosos acontecimientos posteriores al imaginario “golpe de Estado” de abril del 2002 que, con innegable capacidad de mentir y engañar -propia de los totalitarismos y tal vez la única que exhibe este gobierno, aparte de la de pecular- hizo toda una obra teatral que, con un sólo rasgo de realidad que generó el miedo, fue montada, con falaz cerebro, para descabezar toda oposición civil y militar en Venezuela.

Cinco años y medio después, la realidad política, económica y social del país es catastrófica. En el presente, el rasgo más dominante es el de la crisis de gobernabilidad que vivimos: el gobierno ha perdido las riendas del Estado.

Al efecto, la credibilidad en los actos gubernamentales, sean decisiones, proyectos, promesas o propósitos, se ha derrumbado dramáticamente no sólo en el ámbito general de la población, trátese de opositores o partidarios, sino dentro de las propias instituciones del Estado en las que las personas que las integran, a todo nivel, han dejado de creer en tales, de cuyas pertinencias, eficacias y conveniencias para el país dudan y presentan sus fuertes rechazos, aunque sean disimulados por elementales razones de sobreviviencia.

Por otra parte, las líneas políticas principales pretendidas en este inconcluso proyecto de régimen socialista estalinista no son aceptadas, en ningún caso, por menos del ochenta por ciento de los venezolanos, quienes nada quieren saber del mar de la felicidad cubano, de la eliminación de la propiedad privada, de la injerencia del Estado en la educación de sus hijos, ni del fárrago de monsergas que constantemente están proclamando, con su lider a la cabeza, los capitostes de una revolución que nació sin vida porque careció siempre de verdad.

Pero si la gente no cree, no sigue. Y esa actitud que se expande con violencias semejantes a las que adquieren las combustiones físicas, conduce, en las formaciones políticas, primero a la anarquía que se expresa en explosiones locales para, finalmente, hacer una conflagración general. Una anarquía que conduzca al gran conflicto, lo que posiblemente sea intención deliberada del régimen el desarrollarlo en sus postreros momentos.

Pero la anarquía ya está presente y aflora por doquier. ¿Qué son si nó la multitud de manifestaciones callejeras que día a día, cada vez más numerosas, se presentan en toda la geografía del país? Manifiestan, siempre protestando, los trabajadores de todos y cada uno de los sectores laborales y profesionales; manifiestan quienes, cada vez más, carecen de vivienda; quienes no reciben sus prestaciones, ni los pagos atrasados o prometidos; quienes no tienen asistencia médica pese a los “Barrio Adentro” que parece han sucumbido; quienes, vestidos de “rojo-rojito” reclaman la condición nunca superada de marginales, siempre frustrados en sus esperanzas.

Protesta y reclama todo el país. Se venció la vigencia y aceptación de convocatorias que abrieron a multitudes desbordantes las calles de las ciudades, pero para después retirarse, sin logro alguno, a la tranquilidad de sus hogares bien de ricos que de pobres. La potencialidad convocatoria de una dirigencia desacreditada por vacilante, engañosa y calculadora fue sustituida por las urgencias de problemas agravados, en vez de resueltos, en casi una década de frustradas esperanzas.

Es anarquía la permanente organización de grupos armados irregulares, algunos propiciados inicialmente por este gobierno, cuya muestra, cual asomo de iceberg, es el caso del sector 23 de enero de Caracas, pero que se manifiesta, de maneras diversas, en las barriadas capitalinas y en todas las ciudades del país.

Es anarquía la incontenible ola de “secuestros-express”, que padecen principalmente los sectores menos favorecidos de una población cada vez más pobre bajo esta “robolución”; son los innumerables asesinatos de choferes de autobuses, motos y taxis y la creciente inseguridad en la que vive toda la población, pese a cifras oficiales que pretenden, estúpidamente, “tapar el sol con el dedo”.

Es anarquía es el insoportable tráfico en las principales ciudades del país, cuyo colmo es Caracas, que resulta de la parálisis de un gobierno que no hace vías urbanas que no sean obra de un “negocito”; que no controla el tráfico pues las autoridades respectivas no se hacen obedecer, pero si saben mucho de “matraqueo”; que no repara semáforos, tal vez porque, por falta de autoridad, los conductores no reparan en ellos, a veces, ciertamente, por razones de seguridad.

Anarquía son las contradicciones en el seno de un gobierno que dice y se desdice; de autoridades que no deciden porque antes tienen que oir la voz del capo, o porque ignoran la materia de lo que administran, pero son hermanos, primos, amantes, etc., de cualquier capitoste.

Es también anarquía el conflicto con gobernadores supuestamente “alzados”, de quienes se dice que cuentan con sus propias bandas armadas.

Anarquía es el espectáculo político que a diario ofrecen sin cobrar (¡menos mal!) los partidarios del gobierno, que disputan, a codo y cuchillo, el abrirse paso en la maraña de eso que popularmente están llamando “el Pus”, y que también ocurre en sus partidos satélites, siempre temerosos de quedar al margen en los repartos del botín.

Es también anarquía el paralelo espectáculo de una “oposición” que, por sus actos, más recuerda aquellas tristes figuras seguidoras de un Petain y de un Laval, en tiempos franceses de la aún más triste República de Vichy. Falsos dirigentes conservadores de “espacios” para sus minúsculos intereses individuales -ya, ni siquiera grupales- que reciben primacia sobre todo valor o principio y, desde luego, sobre el Bien Común General. No son líderes de nada sino burdos manipuladores de todo, que no se detienen en tratar de sumergir valiosos jóvenes de este país en las cochiqueras de sus propias indecorosidades.

Mal síntoma es la anarquía. No la quiero para nada (por muy que mi antepasado tio-bisabuelo “Coto” la exalzara en la tribuna de la Sociedad Patriótica). No la quiero porque es el prolegómeno profetal de la guerra civil. Tenemos, con todas nuestras voluntad y fuerza, que impedir el precipitarnos en la tragedia que sufrió la España de Azaña y de Franco.

Se me dirá: ¿Qué podremos y debemos hacer? No soy oráculo pues no tengo la sabiduría para responder; apenas puedo invocar el sentido común -que, por ser común debo conservar algo, si es que no lo he perdido del todo en esta absurda maraña de confilctos.

Lo primero que es menester hacer para cumplir cualquier cometido que sea común, es organizar y organizarse. Debemos dejar de reunirnos para oirnos cada cual o limitarnos a comentar nuestras angustias y expresar nuestros quereres. En vez, debemos edificar modos civiles de actuar que sean posibles y eficaces. Pero el inicio de todo es unir lo que está disperso. Unir las personas. Basta que éstas sean portadoras de valores, comenzando por la Verdad, que les hacen honestas, y que siempre busquen el bien general y no el propio individual.

Luego, hay que hacer un esfuerzo por entender lo que ocurre, lo que de inicio exige, llegar a hurgar la realidad, pero en sus raíces más profundas para, después, diseñar con rapidez, pero sin prisa, lo que debemos ser como Nación y lo que podemos comenzar a ser desde el inmediato presente que se avecina. El resto, poco a poco se irá levantando sanamente, si prevalece la buena fe y si dejamos que nuestras conciencias oigan la voz de El Señor.

El tiempo urge. Por mi parte, me declaro disponible en la medida de mis posibilidades.

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