Yo lo veo al revés
Aunque este es un tema que ya he tratado anteriormente, encontrarme con un fragmento de lo expresado por Díaz Canel (lector si el nombre no le dice nada es el presidente o jefe del gobierno de Cuba) en la Asamblea Anual de las Naciones Unidas, esta vez con las limitaciones propias de la pandemia, en la cual se refirió a las restricciones impuestas por el gobierno de los EEUU a sus ciudadanos y residentes tales como no consumir ron ni tabaco cubano, no dejó de causarme admiración.
La exposición es muy semejante a la que el usurpador Maduro predica en Venezuela como causa del malestar que padecemos. La causa de nuestros males de acuerdo con esa tesis, son las restricciones impuestas por ese gobierno y desde luego también lo es en el caso cubano.
El ideario que Díaz Canel en Cuba y aquí Chávez y el usurpador nos han pretendido vender, es el mismo que la URSS le vendió a Castro hace 60 años y que no solo no sirvió para acabar con el imperio, sino que sumió a Cuba en lo que es desde aquel tiempo en que imperaba en el mundo la llamada “guerra fría”; y a nosotros en lo que somos, apenas en los últimos 20 años, en la miseria de esto que podríamos llamar “guerra tibia”.
Esa guerra no fue tan fría como el nombre que llevó pues fueron muchos los lugares donde la sangre de los contendientes se hizo fría en los cuerpos inertes de los combatientes que cayeron. Los cubanos, habiendo pasado ya la guerra de Corea, aunque no la de Viet-Nam, pusieron su cuota de muertos en el África y en Sur América.
En ninguna de esas contiendas se planteó nada parecido a esto de las “restricciones” como causa del mal que padecemos, estaban enfrentados los combatientes y no había espacio para esas sutilezas. Usted lector puede imaginar que los británicos se quejaran durante la segunda guerra mundial porque los alemanes no compraran su insuperable “escocés”, o al revés oír quejas germánicas porque en las Islas Británicas no se consumía la cerveza de Hofbrauhaus. Esto me hace recordar que en las guerras de verdad la cosa es en serio; y que esta guerra contra “el imperio” es una falsa guerra, una guerra de propaganda para sembrar, particularmente en los jóvenes, la idea de una “empresa gloriosa” destinada a otorgarnos un paraíso en la tierra como el prometido por Lenin y Stalin y desmentido en la narrativa de Solzhenitsyn en “Archipiélago Gulag”.
Yo desde luego no participo para nada del ideario de Díaz Canel, como tampoco del ideario del usurpador, pero si yo estuviera situado en la posición de cualquiera de los dos y mi objetivo fuese, como ellos predican que es el suyo, acabar con lo que ellos llaman “el imperio”, mi primera decisión formal y seria, no de verborrea y para la tribuna, sería no comprar ningún producto que llevara impreso ese letrerito que dice “made in usa” e imponer la prohibición, que desde luego se completaría con la orden de no vender producto alguno que llevara el letrerito “hecho en Venezuela” a ningún ciudadano norteamericano o residente en USA, ni mucho menos al gobierno de ese país. El llanto de Díaz Canel y del usurpador no es otra cosa sino lo que de niños oíamos llamar “lágrimas de cocodrilo”.