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Y otra vez Guernica

Ochenta años son una eternidad, sobre todo en una época, como la de los tiempos que corren, de aceleración y prisas inauditas que todo lo vuelven caduco. Ocho décadas, a la vez, no son nada en el espacio-tiempo del arte, sobre todo si conmemoran una creación monumental y la denuncia que representa una obra pintada en 1937; obra que mantiene, con tristeza, una vigencia más allá de los confines del arte, recibiendo el alimento cruento de realidades de violencia y despropósitos humanos que le otorgan una dramática vigencia.

Me refiero en concreto a la relatividad temporal del Guernica de Picasso, antiguo mural moderno que nació de la necesidad de protestar contra los crímenes perpetrados por una ideología que diezmó millones de vidas de seres humanos y que se inició con el apoyo del nazi fascismo a los golpistas franquistas, que acabaron sumiendo a España en una dramática noche de más de 30 años de ausencia de libertades sociales.

Hasta los primeros días del mes de septiembre de este año se pudo ver en el Museo Reina Sofía, recinto final que alberga el célebre icono universal, una exposición muy especial, ‘Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica’, conformada por 180 obras procedentes de los fondos de la colección del museo y de más de 30 instituciones de todo el mundo, entre las cuales el Musée Picasso y el Centre Georges Pompidou, de París; la Tate Modern de Londres; el MoMA; el Metropolitan Museum, de Nueva York, y la Fundación Beyeler, de Basilea.

El Guernica ha sido calificado como el cuadro más emblemático del siglo XX en materia de revolución de estilos pictóricos y representa un símbolo vigoroso contra los absolutismos políticos y los oscurantismos de toda laya. Ya en la esfera personal, el Guernica tiene un peso específico de enorme trascendencia para mi formación en el terreno de la literatura y de las artes plásticas.

A los 20 años, en 1973, viajé por primera vez a Europa, durante seis meses, y experimenté una suerte de síntesis del arte occidental que habría de marcarme para siempre; descubrí las manifestaciones rupestres en las Cuevas de Altamira, próximas a Santillana del Mar; me subyugaron las Meninas de Velazquez y las obras de Goya; me deparé, en la Capilla Sixtina, con una visión primordial del majestuoso arte del Renacimiento. Y se me abrió la cortina de una de las lecciones de la modernidad más extrema frente al «Guernica», que aún se encontraba «exiliado» en Nueva York.

Allí, en el Museo de Arte Moderno, me serví, como si fuera de un cuaderno de hojas sueltas, de una ristra de panfletos explicativos frente al Guernica y escribí, en los estrechos márgenes, lo que resultó un extenso poema en sintonía con la dimensión cubista de la obra inspiradora, y que se convertiría en mi primera Plaquette (pocos meses después fue publicada con ilustraciones y un grabado original del maestro Benito Messeguer, director entonces de la academia de pintura “La Esmeralda”).

43 años después de haber publicado «Otra Vez Guernica», he emprendido un viaje simbólico en el sentido contrario, elaborando 43 obras de gran formato sobre madera, lienzo y cartón; varios collage sobre fotografía industrial, y un mural sobre sacos de café, de 8 metros por 4, que reproduce la dimensión del gran mural, creado en 1937 por Picasso para el Pabellón de la República Española en París, apenas un mes después del bombardeo que destruyó la emblemática ciudad del pueblo vasco.

El monumental trabajo, realizado sobre una vasta superficie de yute que conforman 32 metros cuadrados, y la elaboración de dos columnas pictóricas de cuatro por dos metros, han representado un formidable reto técnico y la superación de numerosas dificultades impuestas por materiales y soportes vírgenes. Los efectos de una aparente precariedad, alcanzados a propósito, ante lo dramático del tema y su desgarradora iconografía, abren una ventana que asoma a un paisaje representado por una denuncia frontal contra la violencia desmedida que arroja todo conflicto bélico.

GUERNICA’S, así, en plural, subraya el espíritu de una muestra que es la única que se ha organizado en México para celebrar una efemérides de tanto relieve. En ella se parte de las poderosas imágenes que produjo el genio de Picasso. Se trata, finalmente, de una propuesta que arma un rompecabezas de numerosas estampas con seres trastocados; reiteradas mujeres con infantes desfallecidos en sus brazos; caballos y toros en tortura, y la recurrencia del minotauro clásico, héroe y villano para Picasso. Y todo ello, en un conjunto pictórico que enfoca un conflicto de lamentable correspondencia con los exterminios de nuestros días.

Una obra no se explica. La emoción que se puede vivir frente a los cuadros debe mover a reflexiones de la más variada índole, hondas o superficiales; pero la definición de éstas no le corresponden al artista. Lo que se expone en una muestra pictórica se plantea en dos sentidos: enseñar un trabajo, literalmente; y asumir el riesgo de que el espectador rechace o acepte la propuesta que se ofrece a su capacidad crítica, a su disfrute, o a su rechazo estético.

En tres párrafos: se trata, con mi exposición en la Gran Galería de Acapulco, de no olvidar que una obra como el Guernica sigue vigente en su alarido de afirmación original creativa y en su grito contra la violencia y el instinto criminal y financiero de los belicistas del mundo entero.

Debo apuntar un propósito más acotado pero significativo en esta muestra. Pretendo demostrar, a la vez que mostrar, que la pintura se puede servir de los llamados “materiales pobres”, como el yute de los sacos desechables de café; el cartón de embalajes y cualquier superficie de leño, además de los tejidos burdos de manta, y de manera eventual de fotografías de venta masiva y anónima. Referencia aparte merece hablar de los ganchos de fierro propios de los rastros que sostienen los tres murales (48 metros cuadrados) y que apuntan al carácter de carnicería que representó el espurio atentado que destruyó la vida de miles de niños, mujeres y ancianos en Guernica, en abril de 1937.

Mención especial merece aquí el trabajo conjunto de un joven realizador de talento, el artista plástico Luis Vargas Santa Cruz, quien decidió dar seguimiento a la génesis de la muestra durante varios meses y llevó a cabo un cortometraje que bajo el nombre “Obra en acción: Guernica’s de Font” recoge la evolución de los trabajos que quedaron plasmados en un video que combina de manera formidable mi pintura  e imágenes de época, con la histórica canción de “El Paso del Ebro” (también conocida por “Ay, Carmela”) que los españoles republicanos adaptaron de una melodía contra la invasión Napoleónica; la célebre sinfonía Pathetique, de Chaikovski y con el efecto sonoro de las bombas arrojadas sobre la inerme población.

La exposición cumple, finalmente, con una función de humilde dimensión didáctica dirigida sobre todo a un público joven que podrá albergar la idea de que su impulso creativo interior justifica y respalda el uso de cualquier soporte. En una revisión de la historia del arte hallamos un sostén conceptual que nos ha dado la genialidad de Kounellis y Duchamp; Picasso, Miró, Dubuffet y los surrealistas; Manuel Millares y Tapies, por citar tan solo algunos nombres de portentosos artistas revolucionarios que transformaron visiones estrechas, propias de horizontes acotados: aquellos que pueblan y florecen en las provincias del pensamiento seudónimo  seudo-académico y de falsificado folclorismo.

edmundofont.com

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