Y el pueblo habló…
Y dictó su sentencia inapelable: Santos, estás destituido.
El inciso sexto del artículo 109 de la Constitución Nacional es contundente, inequívoco y no hay para qué consultar su espíritu. Basta atenerse a su letra. El que viola los topes de financiación de las campañas, está destituido. No dijo el texto a cuál autoridad le competía aplicar la sanción. Ante la omisión – en Derecho no caben los vacíos, como enseña Recasens Siches – hay que acudir al Principio General del Derecho: el pueblo soberano tiene la suprema competencia para aplicar la Carta.
Y el pueblo habló. Y el pueblo expulsó a Santos del poder. No importa que mantenga como Dictador los alamares y las insignias, las formas del mando. Está destituido. El pueblo soberano le quitó la base que soporta cualquier expresión legítima del mando. Es una mueca de Presidente, una simulación grotesca de Jefe del Estado.
El pueblo, pacífico, generoso, magnánimo pero implacable le gritó “FUERA”. Y está fuera. Irremisiblemente.
La sentencia llegó por una camino inopinado, la de una Reforma Constitucional en la que actuamos, todavía conmovidos por cierta sentencia del Consejo de Estado, en la que un áulico y amigo de Samper, a quien le debía el puesto, había suspendido la norma que fijaba los topes para salvarlo. Y lo salvó en las apariencias del poder, y lo condenó para siempre en el corazón de sus conciudadanos. Pero eso no podía repetirse.
La sentencia la dictaron millones de ciudadanos que en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga, Pereira, Manizales, Cúcuta, Ibagué, Montería, se volcaron a la calle este histórico primero de abril. Y con el corazón partido de dolor por la tragedia de Mocoa, gritó fuera Santos, fuera. Fue impresionante. Fue emocionante, conmovedor, grandioso. Las calle se llenaron de amarillo color, de indignación y de esperanza. Para Colombia amanece una nueva aurora.
Cómo marcharon, con Paso de Vencedores, los oficiales de la Reserva. El General Mejía vio desfilar a todos sus antiguos comandantes llenos de orgullo por el uniforme que portaron. En nada dispuestos a pasar bajo las horcas caudinas que les preparan las FARC para instalar en Colombia la lucha de clases y la dictadura del proletariado. Esas son nuestras Fuerzas Armadas y de Policía. Las de verdad. Las auténticas, las que llevaron la Libertad en sus banderas desde el Orinoco y Boyacá hasta los confines de Bolivia y Perú. Las que no se rinden jamás, ni claudican, ni se venden por platos de lentejas.
El pueblo pidió cuentas. Exigió que le explicaran a dónde fueron a parar las decenas de miles de millones de dólares que recibió de la bonanza petrolera. En qué quedaron representados los endeudamientos colosales que asumió este gobierno corrupto para repartir mermelada.
Los colombianos no tienen para celebrar hospitales nuevos para una población creciente en necesidades de salud. Ni los colegios donde los niños más pobres se pongan a la par de los más ricos, para romper esa desigualdad irreparable.
¿Dónde están las carreteras nuevas, se preguntaban, entre burlados y furiosos los que marchaban? ¿Acaso en el Túnel de La Línea, hace meses paralizado, e inconcluso? Acaso en la Ruta del Sol, tirada a su suerte después de que trataran de adicionarla con una carretera destinada a enriquecer, más de lo que están, a dos ministras del despacho y al secretario privado del Presidente? Acaso en la carreteraVilleta Guaduas, sin la que nada vale la Ruta del Sol? Acaso en la ruta a Buenaventura, que no empieza, o en la que saque a los Llanos por Cúcuta hacia el Magdalena? O en la carretera a Villavicencio que no son capaces de concluir? La única que avanza, esa sí, es la que se mandó construir el Presidente para que lo lleve hasta su casa de recreo en Anapoima. Por menos se hubiera caído cualquier otro.
El Vicepresidente Vargas, ahora candidato de Santos, inauguró casitas que regaló a un puñado de amigos políticos. Hoy están casi abandonadas, sin pago de servicios, sin rutas de comunicación. Sin nada. Pero el espectáculo de circo se hizo y los índices de carencia de techo no se movieron un ápice.
Y el desempleo juvenil es el mayor de América; y otro tanto pasa con el desempleo femenino; y la mitad de los empleados, así los llaman, son informales, lo que quiere decir que apenas sobreviven; y la corrupción en el cenit y el crecimiento económico en el nadir; y la inseguridad al galope y la justicia no existe, ni cuenta.
Esa es la Colombia que el pueblo no quiere. Y por eso destituyó al Presidente dictador, que no tiene más legitimidad que Maduro o Raúl Castro. Son las tres tristes figuras del despotismo en América Latina. Y por todo eso, el pueblo marchó y habló. Y dictó sentencia. Quedan notificados.