Vicisitudes del cambio
Unos pocos países, que solían ser pobres y hoy son prósperos, como Corea del Sur, lo son porque pudieron hacer a tiempo y de manera consistente y sostenida los cambios que requerían. Mientras, otros muchos se han vuelto un sancocho al intentar hacer lo mismo; hasta arrojan al bebé al caño junto con el agua sucia. ¿Por qué será?
El primer y más obvio problema es que no suele haber consensos sobre los cambios que necesita un determinado país. Claro, son diversas las ideologías que proponen ideales a la sociedad, y eso está bien, pero cuando una ideología gana las elecciones y tiene una clara mayoría debería privilegiar los cambios virtuosos, o por lo menos funcionales. Y no.
Un primer cambio ineludible es no permitir que las potencias del mundo impongan cargas absurdas, como les ha sucedido a Colombia y a América Latina con la guerra contra las drogas. Hace más de medio siglo la llevamos a cuestas sin ningún beneficio, algo francamente vergonzoso. Lo otro que uno echa de menos son los acuerdos sobre lo fundamental. Una sociedad, mande la ideología que mande, necesita progreso en temas como la educación y acuerdos sobre el manejo económico, por ejemplo, la protección del valor de la moneda y la gestión independiente del banco central. Esto último es anatema para las izquierdas de América Latina. Al parecer no toman en cuenta que el más regresivo de todos los impuestos es la inflación. Los ricos se defienden de ella, los pobres no.
Varias intervenciones que corrieron por cuenta de las izquierdas en nuestro subcontinente se habían pospuesto y eran indispensables, por ejemplo, la mejora del ingreso de los Estados o la solución del problema agrario. Sin embargo, a eso agregaron el desatino de excluir a los países del libre comercio o la gestión irresponsable de las monedas. En la Unión Europea, para dar el más vistoso de los ejemplos, el libre comercio ha beneficiado a casi todos los habitantes. En apretada síntesis, América Latina ha sido incapaz de implantar una forma local de socialdemocracia, como las que resultaron en los Estados de bienestar en la Europa occidental. Obvio, eso tomó décadas y en la medida en que la izquierda local dura democráticamente en el poder un máximo de diez años, no hay cuándo poner a andar algo semejante. Mucho se habla de la utilidad de las instituciones para modelar el cambio. Pues bien, sí son necesarias para dificultar los saltos al vacío, no tanto para volver virtuosos los cambios. Ahí debe haber lucidez. La corrupción no es ni de derecha ni de izquierda. ES.
Un factor crucial en materia de cambio virtuoso son los partidos políticos, en especial, los del centro ideológico. En la medida en que no existen o no tienen fuerza, el cambio se extravía. Un partido, en últimas, es el consenso que se establece entre mucha gente. En las últimas épocas, antes que partidos o programas inteligentes, hay personas.
Son pocos quienes en un país como Colombia se oponen al cambio. Los demás, la gran mayoría, queremos cambios, pero el lío surge cuando hay que definir cuáles son los requeridos. Yo llevo décadas de amigo del cambio. En un país estancado no existe ningún otro camino hacia el progreso. En fin, “cambio” es palabra mágica, aunque vaya que abundan los que son para peor. En América Latina los ejemplos sobran: Venezuela, Argentina, México, Nicaragua, Cuba; no se me ocurre ninguno reciente que vaya en el buen sentido, el contrario.