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Venezuela leída como tragedia

No sin suma preocupación le leído el artículo de hoy domingo 27 de agosto escrito por Mario Vargas Llosa con relación a Venezuela. Su título: Venezuela, hoy. Se trata de un texto muy pesimista. Venezuela, a juicio del escritor, vive una tragedia sin salida. Lo dicho es, por cierto, una redundancia.

Desde Ésquilo, Euripides y Sófocles no existen tragedias con salida. En las comedias de Aristófanes sucedían también tragedias pero no eran trágicas porque su final -el final es lo que determina si una obra pertenece al género de la tragedia o no- no era trágico. De tal modo cuando Vargas Llosa – quien ha escrito novelas trágicas y otras no tanto- opina que en la Venezuela de hoy ya no vale la pena votar porque el régimen nunca realizará elecciones libres y a la vez no propone ninguna alternativa, quiere decir, lisa y llanamente, que él está leyendo la reciente historia de Venezuela como una tragedia.

Claro está, Vargas Llosa no pica en los anzuelos abstencionistas, ni sueña con una intervención extranjera o con un general mágico que nadie sabe donde está. Incluso, desde el punto de una lógica deductivista, Vargas Llosa tiene razón. El problema es que la historia – y este es el detalle que pasa por alto- no se deja regir por la lógica deductivista.

Aplicando la lógica deductivista nadie puede negar que el régimen de Maduro es tramposo. Desde abril de 2013 cuando le fueron robadas las elecciones presidenciales a Capriles, el régimen no ha parado de hacer trampas. Todos sabemos que si la oposición ha logrado ganar elecciones a la dictadura, ha sido a pesar de esas trampas. Eso también lo sabe Vargas Llosa. Seguramente también sabe que en todos los regímenes dictatoriales, la oposición, a sabiendas de que les van a ser robadas las elecciones –está en la naturaleza de cada dictadura robarlas- ha puesto en la primera línea de sus reivindicaciones las elecciones libres y secretas.

Para que se entienda mejor lo expuesto voy a contar una historia. Voy a contar esa historia que comenzó en la RDA un día 7 de junio de 1989. Ese día tuvieron lugar las elecciones comunales destinadas a consagrar una nueva victoria del Frente Nacional formado por el partido del régimen (SDE) y otros partidos filiales (al estilo del Polo Patriótico con respecto al PSUV.)

Las elecciones estaban desde un comienzo viciadas. Prácticamente no había candidatos de oposición. Solo se podía votar SÍ o NO. Pero si alguien votaba NO y a la vez no anulaba a todos los candidatos de la larga lista uno por uno, el voto valía como SÍ.

Como suele ocurrir, la oposición al régimen se dividió en dos fracciones. Una llamaba abiertamente a no votar. La otra llamó a votar NO. La primera, afirmaba que votar era legitimar a la dictadura comunista. La segunda fracción aducía que no se podía estar a favor de las elecciones libres y al mismo tiempo no participar en elecciones, por muy sucias que estas fueran.

La segunda fracción, la no-abstencionista, no solo fue a las elecciones. Además organizó grupos destinados a llevar recuento mesa por mesa.

Las elecciones estuvieron plagadas de irregularidades. En cada cabina, por ejemplo, había un representante de la dictadura cuya función era escribir el nombre y la dirección de cada votante.

Como era de esperarse, las elecciones comunales fueron ganadas por el gobierno con amplia mayoría. No así según la oposición. Reunida en diferentes iglesias evangélicas cotejó los resultados oficiales con los que ella había anotado en los lugares de votación. Gracias a esos recuentos, llegó a la convicción de que el régimen había cometido un fraude monstruoso (algo parecido al de las elecciones por la constituyente en Venezuela.)

La oposición denunció el fraude a diversas organizaciones internacionales. En vano. De acuerdo a la doctrina de la no-injerencia en los asuntos internos de estados extranjeros, la oposición de la RDA no contó ni siquiera con el apoyo de los partidos democráticos de Alemania Occidental. Recuerdo incluso que el gran escritor Günter Grass propagaba en ese entonces (estoy hablando de apenas unos meses antes del derribamiento del muro) que había que resignarse frente a la realidad de una Alemania políticamente diferente y convivir con ella en los términos más normales posibles.

Grass, al igual que Vargas Llosa con respecto a Venezuela, leía la historia de la DDR como una tragedia. Esa historia había llegado a su final, la DDR sería comunista durante mucho tiempo y no había más alternativa que aceptar los hechos. Los disidentes estaban abandonados a su suerte.

El fraude de junio fue, sin embargo, el punto de partida de la rebelión nacional que culminaría en noviembre de 1989. El 7 de julio, justo un mes después, la oposición realizó una demostración en Berlín-Este contra el fraude electoral. Los manifestantes fueron violentamente apaleados. La brutalidad de la dictadura desató una ola de solidaridad con la oposición. Instintivamente muchos entendían que “algo” estaba cambiando desde que el ex estalinista Gorbachov puso en práctica su Perestroika. Fue esa la razón por la cual durante todo el resto del año 1989 la oposición no dejó de denunciar, todos los 7 de cada mes, el fraude electoral de junio. Esa denuncia sería el eje en torno al cual lograron articularse las demostraciones de los lunes en diferentes ciudades de la DDR, especialmente en Leipzig y Dresden. Entre esa denuncia y la caída del muro hay una relación cronológica y política a la vez.

Naturalmente la denuncia del fraude en las elecciones de junio no determinó la caída de la dictadura. Pero si la oposición no hubiese participado en esos comicios no podría haber alegado fraude. Y fue precisamente esa denuncia el hecho significante que impulsó a las grandes demostraciones de masas. Cabe agregar que en esos días de junio y no en noviembre, con la caída del muro, los disidentes levantaron la consigna “nosotros somos el pueblo” en contraste con la afirmación oficial de que “el pueblo” había ganado las elecciones. ¿Se entiende? La consigna central fue “elecciones libres”. No “abajo el muro” ni mucho menos “Honecker, vete ya”

Desde el punto de vista de una razón puramente deductivista no tiene sentido participar en las elecciones regionales venezolanas pues, para muchos, el fraude está cantado de antemano. Pero desde el punto de la lógica política, siempre imprevisible, la razón deductivista está destinada a fracasar.

Por cierto, con honestidad Vargas Llosa afirma que él “quisiera estar equivocado”. Con la misma honestidad, quienes estamos a favor de la participación electoral afirmamos que “quisiéramos no estar equivocados”. Cada decisión política es una apuesta al futuro.

Pues, al fin y al cabo, los demócratas de la RDA, al perder en fraudulentas elecciones, ganaron.

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