Venezuela en dictadura
Lo que vive Venezuela no es algo nuevo. De hecho, es el final consumado de lo que venía sucediendo. Hugo Chávez comenzó siendo un demócrata por conveniencia y terminó siendo un terrible dictador, porque consolidó alrededor de él y únicamente en él todo el poder de una república, en minúsculas.
Era su decisión la que colocaba a los jueces patriotas, especialmente con prontuario criminal: sus favoritos eran quienes habían estado presos por homicidio. Sí, usted leyó bien: jueces con varios homicidios. Si un juez no era patriota, o algo peor se atrevía a contrariarlo por falta de pruebas, ese juez o ese fiscal era destruido en televisión y tenía la cárcel o el exilio como salida. A tal punto que la juez que excarceló a uno de sus adversarios, fue encarcelada y sufrió una terrible violación al mejor estilo de los viejos dictadores africanos. Nada como una advertencia.
Desde su despacho se dictaban sentencias, se sembraban pruebas, se inventaban testigos (todo esto de acuerdo a sus propios magistrados del Tribunal Supremo), esperaba a que sus adversarios estuvieran sentados en un restaurante celebrando el cumpleaños de una esposa y ordenaba su arresto, no sin antes entrar disparando a los restaurantes. Siguiendo sus órdenes, pateaban puertas en la madrugada y enviaba durante meses a muchos a las mazmorras, mientras públicamente saboreaba un “sabroso dulce” hecho por su madre.
Hugo Chávez terminó siendo un dictador: tenía el poder militar a sus pies junto al policial y a miles de acólitos armados a los que ordenaba apaciguar voluntades a tiros. Si un martes culpaba a determinado obispo, a las pocas horas una granada de mano caía sobre el tejado de su casa. Si un miércoles culpaba a una emisora de televisión, a las horas decenas de acólitos disparaban rodeando con sus motos la emisora, como si fueran los sioux a caballo, del Fuerte Apache. Si un jueves culpaba a algún empresario, ese hombre sería destruido y su empresa tomada.
Muy probablemente descubramos un día que muchos muertos o que todos los amos del valle –las élites que siempre fueron culpadas de todos los males- que fueron secuestrados misteriosamente o incluso asesinados hayan sufrido eso por alguna orden extraoficial.
Él era el poder judicial con miembros de su propio partido que gritaban “¡Uh, ah, Chávez no se va!”. Era el poder moral relleno de gente de su partido y el poder electoral que gritaba “¡Con Chávez nos resteamos!”. Era lógicamente el poder ejecutivo, incluido el poder ejecutivo regional y municipal a quien nombraba y quitaba a dedo también.
Era el legislativo permanentemente de vacaciones, porque con leyes habilitantes para atender lluvias, dictaba no solo los decretos, sino leyes, leyes orgánicas y códigos de la República.
Por supuesto Chávez era también el controlador de la República, quien nunca descubrió que miembros de su partido se enriquecían con miles de millones de dólares. Era un dictador, porque dictaba toda la vida de una republiquita.
Lo más dramático es que tanto la vida interna como la comunidad internacional le permitían todo eso, porque existía un barril a más de cien dólares y decenas de miles de millones de dólares fueron entregados en contratos. Confirmó que, cuando hay dinero de por medio, no importa qué modelo de gobierno tenga usted.
Pero también Chávez llegó en el momento correcto de la Historia, en una crisis del capitalismo global que llevó a millones a perder sus hogares y así surgieron los mismos comunistas de siempre, disfrazados con propuestas de populistas justicieros. Y el fin de una vieja política a lo largo y ancho del continente americano. Todo eso impidió que Chávez fuera visto políticamente como el dictador que siempre fue.
Por eso Nicolás Maduro es tan incidental, como las decisiones del Tribunal Supremo. Hugo Chávez siempre dijo que la vía democrática a la revolución terminaría cuando se agotara ese modelo electoral. Agotada la vía, con el 60% de la población en contra, la oposición arrasó con la Asamblea Nacional.
Con el 80% de la población en contra, la oposición tendrá el 100% de las gobernaciones y el 90% de las Alcaldías. Por eso se acabó el modelo electoral. No habrá más elecciones. Y bajo artimañas jurídicas, se consumó el último episodio del golpe de estado final, por los mismos jueces patriotas que Hugo Chávez utilizó en el pasado.
Por eso Nicolás Maduro es tan incidental, como las decisiones del Tribunal Supremo. Porque a los efectos, la nueva sentencia no cambia absolutamente nada de lo que ocurría, pues el golpe ya se había consumado con las 27 sentencias anteriores contra la Asamblea Nacional. No puede legislar porque de las 14 leyes que ha intentado, tres han sido anuladas y 11 decretadas inconstitucionales por el TSJ.
No puede interpelar, ni investigar por decisión judicial. No puede controlar al poder ejecutivo, ni puede contar con presupuesto y pagar a sus propios empleados ni a ellos mismos. De hecho, la Asamblea Nacional ha tenido que sesionar en la calle, porque el gobierno les ha quitado hasta la luz.
Esta última sentencia o es un error catastrófico, o un ardid del propio gobierno para aparentar que no es una dictadura. A estas alturas del juego, ya nadie puede lavarle el rostro a Maduro, ni siquiera ese llamado de anoche a rectificar.