Venezuela en Des-Composición
Venezuela se ha vuelto tema de dolor, de daño, de pena.
Hablar del país en donde parte de mi familia vive se ha convertido en calamidad y angustia.
Venezuela hoy en día es solo sinónimo de carencia y abandono, de lamentos, de aquello que algun día fue y ya no es.
Para los que estamos fuera, buscando la alegría de la vida en otros lares, es razón máxima de zozobra.
Las noticias acalambran las arterias y aunque cada congregación civil es una bocanada de oxígeno, nunca el suficiente para respirar sin esfuerzo y sin dolor de pecho.
¿Será verdad eso que dicen que tenemos el gobierno que nos merecemos?
Hablar en colectivo es complicado, porque el mismo está compuesto de existencias singulares, de crianzas y de sueños personales.
A pesar que somos una masa aglomerada en tierras delimitadas creo que cada quien vive bajo criterios particulares y me cuesta pensar que mis papás merecen recorrer la ciudad entera en busca de algo tan elemental como es una botella de shampoo.
La vida para el venezolano se ha reducido a la sobrevivencia que engloba unicamente el día de hoy.
Como dice mi mamá, «aquí realmente practicas aquello que muchos maestros espirituales consideran el objetivo del humano: vivir el presente absoluto, aquí y ahora«.
Me pregunto entonces, ¿bajo qué condiciones? Un presente forzado, atorado, obligado en donde los sueños se construyen y destruyen con el nuevo amancer.
Alimentar el alma de pronto se convirtió en un lujo para quien nadie tiene tiempo; el desabastecimiento y las colas interminables, (con toda la intención) aniquilan la esperanza y las ganas de vivir.
El auto-titulado gobierno socialista ha lascerado a la nación como nunca antes, desangrádola y arrojando su cuerpo inerte en un valle de dolor.
Nada es suficiente si tus ideas no transitan por el camino que a golpes y machetazos ha trazado quien ocupa hoy la presidencia.
Me impresiona la resistencia.
Me impresiona el aguante eterno ante hastío y el cansancio.
Me entumece el corazón pensar en familias que se desintegran porque algunos parten con destino y sin retorno.
La descomposición como virus implacable ha recorrido y carcomido todos los sectores de la sociedad. Las universidades, las instituciones gubernamentales e independientes, el arte mismo, la ciencia, la medicina como esqueletos desnutridos existen en silencio, casi sin ejercer ningún tipo de rol en la vida del venezolano.
¿Cuál Revolución?
Según el diccionario de La Lengua Española, la palabra Revolución significa: Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional.
Existe un orgullo absoluto inmerso en esta palabra, sin embargo, creo firmemente que en las sociedades estos puntos de quiebre, o revoluciones pueden llegar a ser necesarias para transitar de un capítulo de la historia al siguiente.
En Venezuela el caso es particularmente distinto.
¿Se puede vivir en constante revolución?
La revolución perenne no es distinta a una guerra.
La revolución solo mantiene su nombre cuando de ella nace un estado distinto, idealmente mejor.
Si en ella te instalas 16 años, como lo ha hecho el gobierno nacional, entonces llamémoslo por su nombre. Venezuela vive una guerra civil que fractura hasta la médula la integridad colectiva.
Ahora, vivir en guerra tiene consecuencias irreparables en el ADN del cualquier país y sus habitantes.
La abundancia de la Venezuela de nuestros padres es un mito irreconocible en el motín que son hoy nuestras calles. Del bienestar y los avances de aquella época solo queda la nostalgia y las fotos de los albumes de infancia.
Según el informe semestral de Perspectivas Económicas del Fondo Monetario Internacional a Venezuela se le pronostica este año una inflación del 700%, al lado de su vecino Brasil con un 7.1% y la hermana Colombia con 5.3%. Siento que somos el barranco de Latinoamérica. Lo que algún día fue una frondosa y exhuberante montaña, hoy no es más que el erosionado y abatido precipicio de las Américas.
Viviendo afuera es practicamente imposible estar al día, todos los días sobre las novedades del país. Lo que si es un hecho, es que la caída libre parece no tener final. El tormento yace en el desplome y temo que aún no llega el golpe seco ante la colisión con el fondo.
Espero estar equivocada.
Quiero confiar en las mentes brillantes que alumbran la bandera tricolor con sus 7 estrellas.
Quiero confiar en el renacimiento posible del país que alguna vez me acobijó a mí y a mi familia. Que fue cuna de tanta gente que admiro y quiero.
Quiero confiar.
Porque a cada lágrima la escolta la redención.