Venezuela en conmoción
Un país cuyas principales realidades son la escasez generalizada de alimentos y medicinas, los saqueos de calle cada vez más habituales, la represión sangrienta al pueblo desesperado, la negativa rotunda del poder a permitir que se abran salidas democráticas y constitucionales a la mega-crisis, la explosión continuada y creciente de violencia criminal, y la aceleración de la depredación de recursos por parte del poder establecido, es un país que se encuentra en una gravísima situación de conmoción. Venezuela es ese país.
Lo ha sido desde ya desde un tiempo estimable en el siglo XXI, pero ahora es imposible seguir disimulando la verdad. Por ello, la renombrada «conmoción interna» no hay que declararla o decretarla formalmente porque ya existe en la plena evidencia de las realidades sociales, económicas y políticas de la nación. Una conmoción, bien se sabe, es una perturbación extrema o violenta. ¿Quién puede dudar, por ejemplo, que la economía esta conmocionada? ¿O que la seguridad del pueblo venezolano está conmocionada? ¿O que los derechos humanos de la población están conmocionados? ¿O que las aspiraciones de cambio se encuentran obstruidas y por tanto aumenta la conmoción al respecto? Es obvio que es así.
Tanto lo es que no pocos voceros del oficialismo son los primeros en denunciarlo. Tanto de la vertiente civil como de la militar. Y algunos, sin proponérselo, en reconocerlo. El vicepresidente Aristóbulo Isturiz declara que en Venezuela hay hambre, aunque la atribuya a un “lineamiento del Imperio”. Y el ex-alcalde Freddy Bernal señala que el nuevo dispositivo de racionamiento – Clap– es para que nos los tumben… Todo lo cual implica la valoración de una conmoción que pica y se extiende.
En este sentido, la gran pregunta no es si en Venezuela hay o no una situación de conmoción. La gran pregunta es por qué hay una situación de conmoción. La respuesta más notoria se llama Nicolás Maduro y su incapacidad crasa y supina para gobernar. Pero más a fondo, la respuesta se encuentra en la hegemonía despótica y depredadora que ha venido imperando en Venezuela durante muchos años, y respecto de la cual Maduro es sólo una parte. Esa es la causa principal de la conmoción interna que estremece y destruye a nuestro país.
Hay amplios ámbitos del territorio nacional donde se está desintegrando el orden público, y donde prevalece una especia de ley de la jungla, en los que el para-militarismo impulsado por el poder, o al menos por parte del mismo, hace y deshace a su antojo. Los derechos y garantías de los venezolanos, consagrados en la Constitución, no son letra moribunda sino muerta. La sensación de un “sálvese quien pueda” se apodera de la percepción social. El grueso de los venezolanos de lo que está pendiente es de tratar de conseguir la comida del día. Venezuela ha entrado en terrenos de crisis humanitaria, pero el régimen responsable de ello, ni siquiera permite que desde afuera nos ayuden con alimentos y medicinas.
Una conmoción de semejante profundidad y extensión no puede continuar sus efectos devastadores. No por mucho tiempo más. El conjunto del país tiene sobreponerse, abrir nuevos caminos y echar hacia delante. No hay otra.