Venezuela, el país de los riesgos considerables y trascendentes
Tras una década de fortaleza monetaria que ostentó nuestro signo monetario por los años 70, como divisa AAA, gracias al liderazgo gerencial de la otrora PDVSA, así como de un Banco Central franco y autónomo, cuando generábamos cerca de unos tres millones bpd, más el respaldo de unos precios del crudo al óptimo, el viernes negro (9/2/1983) marcó la finalización de aquella “Venezuela saudita”, derrochadora y presuntuosa desde 1914, de un beneficio engañoso y finito; luego de la eliminación de unos 14 ceros al bolívar, entre 2008-2021, nos agobia una dolarización informal. Lo que, en efecto, nos involucra en un riesgo país estratosférico, el mayor de América Latina, equivalente a unos 54.079 puntos que, para reducirla sería necesario reactivar a la industria petrolera, controlar la inflación, reestructuar la deuda externa y, lo más fundamental, inspirar confianza, pues en un entorno donde se acopia más y más incertidumbre, así como la volatilidad de los instrumentos cotizados en las diferentes bolsas de valores, la gestión del riesgo se hace un tema prioritario para los inversores. La prima de riesgo país es una herramienta útil, sobremanera, a fin de establecer la relación entre riesgo y retorno que un inversionista foráneo espera del capital invertido en la deuda soberana de un país. Esa prima se suma al rendimiento requerido de cualquier inversión directa en el proyecto de una economía emergente (Garay González, 2007; Sabal, 0022).
A esta condición de riesgo país sumemos las crisis sociopolítica y socioeconómica que, desde 2013, experimenta la nación, a lo que se añadiría desde inicios del año actual, el riesgo político que limita a la producción petrolera por los nuevas desafíos a enfrentarse una vez efectuadas las elecciones presidenciales 2024, a juicio del presidente de Chevron.