¿Venezuela, callejón sin salida?
El régimen se ha dado a la tarea sistemática de cerrar todas las avenidas, calles y caminos que conduzcan hacia la democracia.
Primero fue la estrategia de consolidar el control hegemónico de todas las instituciones del Estado y lo habían logrado salvo por la inesperada derrota electoral que liberó en 2015 a la Asamblea Nacional del yugo.
Luego comenzaron a poner presos, uno a uno, a varios connotados dirigentes opositores y cuando no encontraban artimañas jurídicas para encerrarlos en las carceles los inhabilitaban políticamente.
Pero eso no era suficiente para satisfacer el apetito voraz de controlar todo y decidieron inhabilitar a partidos políticos que les resultaban incómodos con la excusa baladí de que estos no se plegaron a participar en unas elecciones municipales convocadas de manera ilegítima.
Ahora se suma la insólita decisión de dejar fuera del de por sí absurdo e inconstitucional proceso de revalidación de los partidos políticos a la tarjeta de la Unidad, aludiendo como causa de ello la prohibición de la doble militancia, como si eso fuese una verdad inobjetable, cuando esa tarjeta de la MUD no implica militancia política sino ser el mecanismo que permite reagrupar el voto de todos los partidos y de todos los independientes en una imagen política que los une para apoyar a un determinado candidato.
Esa decisión muestra el inmenso temor que parecen tener en que la oposición termine adoptando el camino del consenso para seleccionar a un candidato que represente la voluntad y la esperanza de cambio y que el seleccionado logre despertar el entusiasmo y la fe de un país y derrote a pesar de todas las trabas que se interpongan al candidato que represente al oficialismo.
A finales del año 1952, la dictadura de entonces decidió convocar al pueblo a unas elecciones para constituir una Asamblea Constituyente, pero no sin antes haber inhabilitado al partido más importante de la época, Acción Democrática. El resultado fue el triunfo de la tarjeta amarilla de URD, que fue utilizada por los adecos y el pueblo en general como expresión de repudio a ese régimen, y no le quedó otra al general Pérez Jiménez que desconocer el resultado y proclamarse como el dictador único.
Ahora estamos en una situación más compleja porque si los opositores no participan en la ilegítima convocatoria el triunfo del candidato así sea pírrico está asegurado, pero participar sin garantías electorales transparentes, sin incluir el voto de los venezolanos residentes en el exterior, sin un proceso abierto de renovación del registro electoral y lo más importante sin un candidato producto del consenso del país sobre la persona más idónea para vencer en las elecciones es otra manera de garantizar el triunfo del oficialismo.
Frente a esta situación dilemática ¿qué hacer? Esa es precisamente una situación de lo que el novelista norteamericano, Joseph heller,tituló como Catch 22, es decir una situación de la cual no se puede librar un individuo por la existencia de reglas contradictorias.
Pero en la vida siempre hay, aunque no se vean claras en un determinado momento, salidas y estas están signadas por la voluntad popular que logra encontrar a un hombre que una a la nación. Ese fue el caso en Inglaterra en 1940 cuando seleccionaron por consenso a Winston Churchill para enfrentar a Hitler.
En nuestro país esa posibilidad puede existir si los venezolanos unidos consideramos que existe alguien que pueda fungir como director de un país que incluya a todos, sin distinción, que crean y quieren un futuro democrático para nuestro país.