Van cayendo las caretas…
Con cada día que pasa, uno se va cerciorando más de que estamos en una dictadura. Una de nuevo cuño, pero no por eso menos dictadura. Ya no se llega a ellas por golpes de mano cuarteleros y fusilamiento de los antagonistas; ahora se comienza degradando la democracia desde el mismo día siguiente de las elecciones en las que resultaron triunfadores. Y a medida que se sienten cómodos en sus poltronas de mando, van dándole más torque al garrote vil con el cual asfixian a la nación. Una cerrada de televisora por aquí, una dejada de morir de hambre a un huelguista por allá, unas “nacionalizaciones” a espaldas de lo que tipifica la Ley por acullá; todas ellas llevan hasta la impunidad de mandar a matar a unos manifestantes inermes y tener el descaro de hacerlos parecer oficialistas asesinados por la misma oposición a la que pertenecían y con la cual marchaban para protestar contra el estado de cosas que ha degradado a la república.
El descaro con el cual asumen la dictadura ha traspasado las fronteras. Ya todos los países del orbe saben que aquí los cabecillas del régimen no respetan la letra ni el espíritu de la Constitución; una que, según ellos, es “la mejor del mundo”. Pero que empezaron a violar desde el vamos. Que los líderes de muchos de esos países se hagan los desentendidos, duele; pero uno puede comprender a algunos. Por ejemplo, a los paisitos antillanos que necesitan del petróleo y que, para obtenerlo a precio de ñema, vendieron sus votos en la OEA y la ONU, uno los entiende. No los justifica, pero los interpreta. La Argentina de los Kirchner, la Bolivia todavía de Evo, el Brasil del PT, uno sabe que son (eran) cómplices en los latrocinios. ¿De Cuba qué se puede esperar, si son los artífices, beneficiarios y guías del desbarajuste nuestro? Pero, ¿y Chile? En los días oscuros de la dictadura pinochetista, fueron muchos los chilenos que acogimos para preservarles la vida, a los que les dimos trabajos dignos y hasta techo y comida. Hoy, salvo algunas voces en el Congreso, por allá nadie se conduele de nuestro padecer, aunque en el gobierno criptocomunista de la señora Bachelet —no la trato de “doctora” porque recientemente se demostró que nunca se graduó— hay bastantes ministros y altos ejecutivos que vivieron entre nosotros y hasta clases daban en la UCV.
En esos mismos países saben que hay una cayapa del Ejecutivo, el Judicial y los otros dizque poderes en contra de la Asamblea Nacional. Que está legitimada por la contundencia con la cual la nación, por medio de sus votos, demostró su rechazo a esa parodia de socialismo que se aferra cual lamprea a la ubre de la res pública. Saben que el régimen está en mora con sus obligaciones con los organismos multilaterales y que, lo que es peor, ha desacatado sus sentencias y recomendaciones. Actúan con el descaro de saber que a Venezuela la han dejado sola, a merced de ellos, implacables sayones.
Por eso, también se dan el lujo de esconder la partida de defunción del tipo aquel. A esta hora somos el único país del mundo en el cual no se sabe de qué, cuándo y cómo murió un presidente. Todo el mundo sospecha que fue en La Habana, a finales diciembre del 2012. Y que el ocultamiento se debe a que los tres meses entre la muerte y el anuncio de ella fueron usados, en una colusión entre la gerontocracia isleña y el heredero, para promulgar decreto tras decreto a favor de Cuba. Si no se conoce esos detalles, menos sabremos si Platanote es colombiano o no. Porque esa es otra partida desaparecida. Algún día lo lograremos averiguar, y podernos acusar de, entre otras cosas, de traición a la patria, a él y a todos los que eran cómplices en el ocultamiento.
Ya empezaron a brotar en otros países, como imputados, unos capitostes de mediana importancia pero con gruesos capitales depositados en paraísos fiscales y que son producto de marramucias realizadas en complicidad con funcionarios que debieron haber defendido el erario. Ya están cantando en el Norte algunos que creen que actuando así, algo de lo sisado les quedará para disfrutar cuando salgan de prisión. Y en ese canto, están implicando a más de uno que todavía sigue pegado a la teta. O sea, van cayendo las caretas. Más afuera que adentro, pero esas verdades van permeando a los que estaban enceguecidos tanto por la logorrea, la locuacidad mendaz, del histrión como por los estúpidos (y muy frecuentes) intentos del heredero de emular a su legador. Gracias a Dios, cada día son menos los que se comen esas cobas narradas abusando del monopolio de la red de radio y televisión.
Otrosí
¿Recuerdan aquel tinterillo rojo que varias veces, en una entrevista televisada, empleó el verbo “diSUlidar” por “dilucidar”, que es lo correcto? Pues le salió un competidor: recientemente escuché por la radio a otro rábula que dijo como cinco o seis veces que el tiempo era “iNOxerable”. Pues será el de él, porque el otro, por el cual nos regimos los demás, lo alcanzará de manera “inexorable” y lo despeñará en su estulticia…