Usar a Perón para proteger a Boudou
Eso explica la orden a su tropa de cerrar filas para defender a Boudou del alcance del fuego opositor, acatada sin chistar por sus amanuenses en el Congreso, para obstruir el avance del juicio político contra el vicepresidente.
Y hasta logró un tímido y culposo apoyo del PJ para el vice. Raptos de obstinación personal o en defensa propia para evitar que las aguas hediondas trepen al último escalón en el edificio del poder. Acaso por allí haya que husmear para entender por qué prefirió en público eludir alguna definición sobre el procesamiento de la segunda autoridad de la República, elegido por su dedo a contramano del propio peronismo.
Y en cambio haya virado su discurso, como ya se comentó en Clarín, hacia Yrigoyen y Perón, acosados, dijo, por los grandes medios de la época. Un lugar en el que pareció instalar a Boudou en esta adversa circunstancia judicial, pero que suele autoadjudicarse para explicar sus propias desventuras. La estrategia de víctima de “corporaciones perversas” funcionó un buen tiempo.
Pero ya todos se dieron cuenta, Presidenta.
Boudou tiene aún a favor lo que le cabe a cualquier ciudadano, como la presunción de inocencia, aunque con una carga abrumadora de pruebas en su contra y una responsabilidad política ineludible: un arribista del poder, diestro para los negocios y las trapisondas con los amigotes de la secundaria. Lo políticamente imperdonable es la subrepticia comparación que la Presidenta imaginó entre este personaje menor y Perón, a quien, dijo, lo acusaron de estupro y de tener cuentas en Suiza.
Lo hizo justo el día de los 40 años de la muerte del jefe rotundo del peronismo. Curiosa manera de evocar al hombre que promovió a los trabajadores a estándares superiores de calidad de vida y, sobre todo, de dignidad.
Y que en su exilio necesitó de la solidaridad de bolsillos ajenos para vivir austeramente en Madrid .
Infausto paralelo de la Presidenta. O no tanto. Cristina nunca quiso ni honró la figura de Perón, en contraste con la de una Evita que construyó a su medida.
Cierta vez, dos dirigentes históricos del PJ contaron que, en tiempos en que la Presidenta era legisladora nacional e influyente primera dama, la fueron a ver para que activara el trámite de levantar un monumento a Perón en Capital. Según uno de ellos, los miró fijo con ojos centelleantes de furia apenas disimulada, y los despachó rápido: “Para ese viejo hijo de puta, ni un peso” . Riéndose de su veteranía, el dirigente diría luego en rueda de amigos, divertido: “La verdad es que no sé si hablaba de mí o del General”.
La futura Presidenta hablaba de Perón, el mismo al que empantanó en un pasado turbio con el sólo fin de defender a Amado, su “niño bien”, especie sin vuelo que según el tango es, además, “pretencioso y engrupido”.