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Unos amigos despistados

Tengo tres o cuatro conocidos de correo y de redes –mis amigos íntimos en realidad no son– quienes nacieron en alguno de estos pagos del sur de las Américas y emigraron a Estados Unidos, donde son ricos en diverso grado. Algo debe quedar claro: se fueron de sus respectivos países. Poco les importó entrar bastante más abajo en la escala social del país receptor, digamos, como clase media alta o como ricos del primer escalón, o sea, ricos no tan ricos. No es envidia, no. Si la situación les gusta, están en su derecho. El derecho que tal vez no tienen es tirar línea sobre los países que dejaron y que todavía siguen teniendo problemas difíciles de solucionar, ahora en otras manos.

Pues bien, aunque por el camino he visto a los despistados acercándose a la candidatura de Trump, todavía no se afilian de frente. Me late que dudan sobre lo que allá en el fondo de su alma don Peluquín piensa de los “latinos”. Sin embargo, a ellos los dominan pesados prejuicios y vaya uno a saber por qué creen que una mujer muy al centro del espectro político, como Kamala Harris, es criptocomunista. Tengo, asimismo, otros dos o tres corresponsales cercanos al madurismo, pero referirme a ellos daría para otra columna.

Personajes como los primeros, emigrados o no, son quienes nos han llevado a regímenes como el de Petro, para no hablar del catastrófico chavismo venezolano. A un amplio grupo de gente rica en la escala local de América Latina les duele pagar unas tasas de impuestos razonables, inferiores a las que pagan, digamos, los suecos o los daneses, entre quienes abundan los multimillonarios en dólares. Está bastante claro que muchos de estos ricos locales no imaginan una sociedad justa, además de funcional, en la que las personas de los estratos más bajos puedan progresar y vivir bien de todos modos, algo que, por lo demás, los volvería consumidores activos y de peso, lo que según la teoría dinamiza a las sociedades en materia económica. O sea que no se trata de regalar nada.

Para enfocar mejor el tema, lo que mis amigos despistados no entienden o no saben es que desde hace más de un siglo se diseñó en Europa la opción socialdemócrata, justamente como el antídoto más potente conocido contra las salidas de los conflictos hacia el comunismo. Formulada de forma sencilla, esta idea plantea dar a quienes, según Marx, “no tienen nada que perder”, unos bienes que no querrán perder, buenas opciones de educación y salud, seguridad social razonable, derechos laborales potentes, policía, burocracias que respondan al ciudadano y demás. Nada parecido existe, claro, en Cuba, Corea del Norte o en la Venezuela de Maduro.

La reciente convención del Partido Demócrata, alegre, multitudinaria, que incluyó las grandes intervenciones de los dos Obama y que finalizó con el elocuente discurso de Kamala Harris, despejó la mayoría de las dudas que todavía tenían las huestes liberales sobre esta dama carismática. Sospecho, además, que la tendencia de las encuestas está poniendo nerviosos a mis amigos despistados, al punto de que al final podrían no pasar por la vergüenza de apoyar abiertamente a Mr. Peluquín. Sobra decir que yo tampoco tengo ninguna certeza del resultado de las elecciones del 5 de noviembre, si bien hoy parece mucho menos probable que hace un mes que los gringos se tapen la nariz y den a Trump los votos necesarios para ganar en los estados bisagra de toda la vida. Ya veremos.

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