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¿Una nueva guerra en Europa?

Hace algunas semanas Stephen Cohen, destacado académico de las universidades de Princeton y Nueva York y el mayor especialista en Rusia en Estados Unidos, declaraba a CNN que los eventos de Ucrania constituían el más grave incidente entre su país y Rusia desde la Crisis de los Misiles en 1962. A su juicio la posibilidad de una guerra entre estos países, como resultado de lo que ocurría en Ucrania, era elevada.

En un artículo publicado antes de dicha entrevista el mismo Cohen advertía que las críticas y presiones domésticas que se ejercían sobre Putin, por no intervenir militarmente en Ucrania ante el desastre humanitario al que se veía enfrentado la etnia rusa de ese país como resultado de las acciones del gobierno de Kiev, podían empujarlo a una acción militar («The Silence of the American Hawks About Kiev’s Atrocities», The Nation, June 30, 2014).

Los medios internacionales han informado en estos últimos días de cómo Rusia amasa fuerzas y equipos militares en la frontera con Ucrania y el International New York Times hacía alusión, el pasado 6 de agosto, a la posibilidad de que Rusia lanzará una incursión fronteriza, con poca o sin advertencia previa, en cualquier momento. A partir de allí cualquier evolución de los acontecimientos sería posible. Bien valdría la pena preguntarse, por tanto, acerca de las razones que podrían conducir a Rusia a una decisión de esa naturaleza.

Primero, encontramos la importancia geopolítica de Ucrania para Rusia. La misma deriva de múltiples consideraciones. Como bien señalaba Aníbal Romero, a quien difícilmente podría calificarse como un simpatizante de Putin: «Los rusos llevan en su memoria colectiva la marca de tres invasiones: la de Napoleón en 1812, la del Kaiser Prusiano en 1914 y la de Hitler en 1941. Sólo esta última les costó 20 millones de muertes. Para Rusia el ‘colchón’ territorial en Ucrania es una cuestión fundamental» («Putin, Corea, Ucrania», El Nacional, 30 julio 2014). A lo anterior habría que añadir la presencia de una fuerte etnia rusa en ese país (con particular referencia al Este y al Sur del mismo) y el hecho de que Ucrania era parte fundamental del proyecto de Unión Euroasiática, prioridad de la política exterior rusa.

Segundo, está la forma en que Ucrania fue sustraída de su esfera de influencia. Un partido extremista como Svoboda (calificado por el Parlamento Europeo en diciembre de 2012 como «racista, antisemita y xenófobo») y el llamado Sector Derecha (un movimiento aún más radical) lideraron el derrocamiento de Yanukovich, contraviniendo la salida de compromiso que había sido negociada. La misma implicaba un gobierno de reconciliación presidido por aquél hasta la celebración de elecciones anticipadas en el mes de diciembre. Ello implicó sacarle la alfombra bajo los pies a Rusia mediante un acto inconstitucional y violento.

Tercero, está la respuesta que se dio a las inseguridades de la población rusa de Ucrania luego de los eventos anteriores. En lugar de buscarse una salida política y negociada que brindase mayor autonomía a las regiones con fuerte presencia rusa, prefirió recurrirse a una drástica represión militar. Calificando como terroristas a quienes manifestaron aspiraciones separatistas se desató sobre las regiones por ellos controladas una acción militar desmesurada. Respetadas figuras del «establishment» académico estadounidense como Stephen Cohen o Gordon Hahn han utilizado el término «atrocidades» para referirse a las operaciones emprendidas por el gobierno de Kiev. Ello, como era de esperarse, ha elevado fuertemente los decibeles emocionales en Rusia.

Cuarto, la postura de las capitales occidentales ante los eventos anteriores ha afianzado en grado extremo la percepción de Rusia de que aquéllas buscan acorralarla y reducirla a la irrelevancia. La cadena de acciones occidentales que alimenta tal percepción ha incluido desde la expansión sistemática y sin tregua de la OTAN y de la Unión Europea hacia la antigua órbita soviética hasta el bombardeo de Belgrado y el reconocimiento de Kosovo; desde el apoyo a las «revoluciones de los colores» hasta la penetración económica y el establecimiento de bases militares en los Estados ribereños del Mar Caspio que formaron parte de la Unión Soviética; desde el abandono por Washington al Tratado Antibalístico Misilístico con Rusia hasta la circunvalación o manipulación de las Resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU (único espacio donde Moscú mantiene estatus paritario con Washington). Ahora, a la sustracción por las malas del aliado ucraniano se le añade el apoyo que se da al régimen de Kiev en su política represiva frente a los separatistas rusos y el régimen de sanciones económicas contra Moscú. En otras palabras, Putin podría considerar que llegó la hora de decir basta.

Ojalá que el agravio sentido por Moscú no pase a mayores.

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