Una luz del norte
Somos invitados a una galería de fotos históricas con motivo de la celebración del septuagésimo aniversario de una institución a la cual hemos estado vinculados de diferentes formas a lo largo de nuestras vidas. Llegamos al lugar donde somos recibidos amablemente, un rato más tarde pasamos al salón de la galería. En una pantalla que muestra una foto tras otra mi corazón se llena de emoción al reconocer personas y lugares que estaban guardados en la memoria de apenas la primera década de mi vida. Muchos recuerdos de eventos que marcaron mi existencia para siempre; la imagen vívida de mi padre, quien fuera parte intrínseca, en mí y en toda nuestra familia, de experiencias que nos revelaron grandes verdades, la Verdad, que cambió nuestras vidas para siempre.
Luego camino hacia otro espacio con un título que evoca un llamado; con fotos en blanco y negro que cuentan una historia, que la plasman y la expresan por sí mismas. Una imagen habla más que mil palabras; sin embargo, las leyendas de cada una nos aportan datos precisos de ese llamado, cuya respuesta duró toda una vida, trascendió muchas vidas y, seguramente, perdurará por muchas generaciones más. Era Ruth Mudgett una joven de 22 años, un día como cualquier otro día, se encontraba en la sala de su casa limpiando el piano, como otras tantas veces. De repente escuchó clara, dulce y firmemente: ¡Montañas de Kentucky! A partir de ese momento, en menos de dos semanas se encontraba en esas montañas en un centro de enseñanza para misioneros cristianos, con un salario de 10 dólares al mes que era proporcionado por algunas personas amigas que se comprometían con esta labor.
Durante el siguiente verano fue invitada a un campamento en Wisconsin, allí conoció al joven Yngve Olson quien se encargaba de transportarla de un pueblo a otro para cumplir con sus entrenamientos en cada lugar. Como ella relata en su libro “Llamada a ser una mensajera”, fue una tarde inolvidable a orillas del lago Winnebago en los bosques de Wisconsin donde ellos se dieron cuenta que eran el uno para el otro. La tarde se volvió una noche de luna llena que iluminaba sus pies, así como la luz de Dios iluminó el camino que recorrieron juntos como misioneros en nuestra amada Venezuela. Al día siguiente, en la despedida, él le entregó un pedazo de papel arrugado, escrito de su puño y letra; era un soneto de amor, con fecha de 1934, que terminaba con estas palabras: “Sólo sabemos que jamás nada podrá sofocar la dulzura apasionada de nuestro amor”.
El 2 de mayo de 1936 Ruth e Yngve contrajeron matrimonio en las orillas del lago de Michigan, el que había sido el testigo del florecimiento de su amor. A los tres años de casados ya habían tenido a sus hijos Jackie y Joybell, a quienes algunos años más tarde perderían debido a las circunstancias que rodeaban su labor misionera en Venezuela. El 1ro. de febrero de 1940 zarparon desde el puerto de New York, en un barco holandés, al puerto de la Guaira, siguiendo el llamado en el corazón de Yngve de ir a Venezuela. Los primeros dos años estuvieron en Barquisimeto, Edo. Lara. donde tuvieron a su hijo Samuel, quien ha sido por más de 50 años quien ha continuado la labor evangelizadora que un día comenzaron sus padres. Luego se mudaron a Caracas en donde alquilaron un local en Perez Bonalde y de allí fundaron su primer templo en Catia en la esquina de Gato Negro.
Sus espíritus, impelidos por el Espíritu Santo, para levantar la luz de la Palabra de Dios en estas zonas menguadas de nuestra capital, les permitieron superar toda clase de obstáculos; desde las cosas más sencillas y elementales de la vida cotidiana, todo a su paso para asentarse y cumplir su labor parecía ser como escalar la gran montaña que se erguía en la ciudad de Caracas. Es lo que percibimos al leer de su propia narración: “Eran años de la Segunda Guerra Mundial. La comida era escasa y vieja, cuando finalmente llegaba al puerto. Solo un colador de té muy fino podía separar los diminutos gusanos blancos de la harina que necesitábamos para hornear el pan”. Y un poco más adelante en su libro enfatiza: “Hicimos nuestras decisiones con firme compromiso.Habíamos dejado los Estados Unidos para vivir con la gente, aprender su idioma y predicar a Cristo, con poca intención de regresar allá. Habíamos llevado unas pocas maletas y baúles. Nuestras casas eran iguales a las de la gente con pocas comodidades. Muchas veces, dabamos gracias por un pedazo de carne o unos pocos huevos que la gente nos traía”.
Sigo caminando en medio de la galería de fotos históricas, una vez más el conocimiento de la muerte de los dos primeros hijos de estos dos seres tan nobles, me conmueve hasta lo más profundo. ¿Cuántos estaríamos dispuestos a entregar tanto por llevar el mensaje de Dios? Siento el corazón arrugado y unas lágrimas se asoman a mis ojos, las seco mientras miles de pensamientos llenan mi mente. Todas las historias que desconocemos, todos los sacrificios que nunca vivimos, toda la luz que hoy nos ilumina y que fue forjada en el sufrimiento de unos pocos que estuvieron dispuestos.
Desde que llegué a este lugar no he dejado de pensar en mis padres, precisamente, estoy aquí porque mi padre fue un “anciano” de esta iglesia; un título honorífico y de por vida que se le concede a ciertas personas por su amor, sabiduría y servicio. La próxima sección de fotos está organizada por décadas, resaltando los acontecimientos más importantes de la labor misionera de la familia Olson en Venezuela. Al llegar a la década de 1974 a 1983, me detengo como suspirando, como buscando, recordando que fue precisamente en esos años cuando mi familia fue visitada desde lo Alto, cuando papá se dedicó a leer la Biblia intensamente, cuando cantábamos y aprendíamos la diferencia entre rezar y orar con monjas carismáticas que tocaban la guitarra y nos enseñaban canciones que hablaban de Jesucristo.
Fue en el año 1978 cuando una tarde calurosa papá nos reunió para rezar juntos; siempre lo hacíamos, pero esta vez fue diferente. El, papá, nos invitó a cada uno a hablar con Dios, a atrevernos a hacer una oración, diciendo a Dios lo que sentíamos en nuestro corazón. Nos mandó a arrodillarnos, estábamos todos así en una rueda. Me puse nerviosa mientras llegaba mi turno; de repente, todo estuvo muy claro en mi mente: Qué más podría pedirle a Dios sino que me permitiera estar cerca de Él todos los días de mi vida y nunca separarme de su amor. Al comenzar a orar con estas palabras una fuerza sobrenatural elevó mis brazos al cielo, posición que hasta el día de hoy es natural en mí al hacer mis oraciones al Señor. Después caí al piso llorando y al mismo tiempo riendo, desde ese día hasta hoy Dios tomó mi corazón que sigue latiendo de amor por Él.
Todos estos acontecimientos llevaron a mi padre a través de una gran búsqueda; necesitaba respuestas a muchas interrogantes. Fue así como conoció al pastor Samuel Olson y comenzó a congregarse en la iglesia Las Acacias. Fue así como dejó su religión natal, fue así como siendo una niña de apenas 12 años conocí a estos hermanos con una visión diferente de Dios. En mi recorrido por esta década en la galería encuentro que fue en el año 1979 que el pastor Olson se casó con su amada Nancy, una de las mujeres más extraordinarias que he conocido, con una gran motivación social, con un espléndido don de servicio. Ellos dos, junto a un maravilloso equipo llevan a cabo una labor extraordinaria, la cual como las ramas de un gran árbol, símbolo de su iglesia, extiende sus ramas frondosas para acoger a muchos.
Desde mi perspectiva de católica-evangélica, pues conozco profundamente ambos lados del cristianismo y tengo hermanos tanto protestantes como católicos, entiendo que Jesús vino para derribar la muralla de separación entre todos los que amamos a Dios. Admiro profundamente a todos aquellos que dejan su tierra y su familia para llevar las buenas nuevas del evangelio de Jesucristo. Hoy fui testigo a través de la historia narrada por Sammy, como cariñosamente le llamamos, y plasmada en toda esta galería de fotos, del fruto precioso de la luz que un día le llegó a Venezuela desde el norte.
“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” Romanos 10:14-15.
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Esta narración de la familia Olson esta llena de acción y dinamismo, así debe ser la vida de cada hijo de Dios. Que hermosa familia que estuvo dispuesta a pagar el .precio por el mandato del Señor, nada les detuvo, nada les impidió servir al Señor de todo corazón, no claudicaron con la pérdida de sus hijos, antes bien, siguieron adelante y todavía esta vigente su servicio y amor continuo por la obra misionera, han cumplido con su llamado.
No se pueden evitar las lágrimas ante hechos que quebrantan las fibras del corazón , y ruego al Padre de luces podamos dar en el blanco de nuestro llamado y prosigamos la.meta que tenemos delante sin titubear, sin dudar, como viendo al invisible
Gracias Rosalia por ser esa escritora que con hechos reales nos toca la fibra profunda del ser interior por el Espíritu Santo, para ser orientados hacia la.meta señalada por el Rey Soberano de los siglos.
Recorrí contigo y junto a mi amado esposo esa galería contigo y recordé una vez que fuimos a la iglesia cuando Samuel era solo un joven, que belleza de escrito; en medio de himnos tomando viaje en este momento fue como la guinda de la torta, leer esta maravilla de relato, sobre todo como lo haces tú, Rosalía Moros de Borregales
Qué historia tan hermosa! Mi corazón está lleno de agradecimiento por los Olson! no tenía la más mínima idea de que nuestro pastor Samuel tenía dos hermanos mayores que padecieron antes de que él viniera este mundo. Me asombra los padres Olson! Que personas tan bellas y generosas y llenas del amor de Dios!
Gracias Rosalia por narrar todo esto!
Gracias por este hermoso relato de la Familia Olson y su dedicación a la obra evangelista en nuestro pais.