Una acción contra el hambre
Salimos de un encuentro en una comunidad de Caracas donde implementaremos nuestra iniciativa del Sancocho Popular. Esta vez hemos logrado asegurar, por las próximas 8 semanas, una comida diaria para 120 niños.
Aunque lo consideramos un triunfo, un pequeño triunfo en medio de esta brutal crisis, salimos de la reunión muy afectados. Los testimonios de las personas son abrumadores.
Un chamo de quince años se desmaya en medio de una clase. Sus compañeros y la profesora lo atienden. El muchacho, con esfuerzo, con mucha pena, les relata que en su casa ha llegado a un acuerdo con la madre: él no comerá para poder repartir los pocos alimentos que se consiguen entre sus hermanos menores. Lleva dos días con una sola comida en el cuerpo.
Una profesora llega todos los días a su salón. De la casa se trae una arepa, su desayuno, para aguantar hasta la tarde. Se va enterando de la situación de sus alumnos: no están desayunando en su casa, no traen meriendas. La mayoría de los días, antes de iniciar la jornada escolar, esta profesora saca su arepa, la pica en pedazos y la reparte entre sus muchachos.
En ese mismo plantel, una de las profesoras no está comiendo. Como el muchacho de 15 años, ella también se desmaya porque también ha hecho un pacto en su casa, con su esposo. La poca comida que consiguen deben repartirla primero entre sus hijos. Si después queda algo será para ellos, pero primero los niños.
Es difícil y trágica la situación y hay mucha angustia, mucha pena, mucha impotencia. Sobre todo esto remontamos.
La comunidad busca formas de enfrentar esta crisis. Antes de reunirnos, han hablado entre sí y elaborado una lista de las personas más afectadas en el barrio. En su gran mayoría madres o familias con niños pequeños que necesitan ayuda inmediata para poder alimentar a sus hijos. La iniciativa del sancocho está dirigida prioritariamente a ellos.
Nadie acá va a obtener una ganancia o comerciar con los alimentos recibidos, las personas no pertenecen a ningún partido en particular. Están acá por su vulnerabilidad frente al problema. Se juntan con líderes comunales, a quienes los unen relaciones de confianza y vínculos de respeto. Todos están viviendo un problema espantoso al que buscan encontrar una primera solución, en la medida de sus posibilidades, y los mueve el interés por sus familiares, por los niños de sus vecinos y conocidos.
Ellos mismos se organizan en equipos de voluntarios, estableciendo quiénes cocinarán, los materiales que pueden aportar y los tiempos para hacerlo, asumiendo la responsabilidad de llevar a cabo el proyecto.
Por nuestra parte articulamos con personas en otros sectores de la ciudad para poder conseguir los ingredientes del sancocho y asegurarnos de que su suministro se mantenga durante las ocho semanas que nos hemos planteado. Una de nuestras colaboradoras se dirige al mercado de Chacao y va puesto por puesto hablando de la iniciativa, de quienes la integran y hacia quienes va dirigida. Todos están claramente afectados por la situación y se comprometen a contribuir. Según nuestros costos, una comida diaria para un niño sale por BsF. 450. Al enterarse, una persona exclama eufórica: “¡¿Pero cómo no vamos a conseguir ni 450 bolos para darle de comer a un muchacho, chico?!”.
En ningún momento se habla de limosnas o donaciones. Todas las personas reaccionan desde el lugar donde se reconoce al otro y donde se establece una responsabilidad profunda, que tiene que ver con lo que podemos hacer y el valor de ese esfuerzo, tanto para el que lo hace como el que lo recibe. Del vínculo autentico y profundo que se establece entre ellos.
Salimos golpeados de la reunión. La crisis es implacable y los padecimientos que causa a las personas nos conmueven. Pero también es cierto que el grupo, en medio de la adversidad, ha podido organizar otro sancocho.
Este es un momento decisivo.
Por un lado, se puede continuar con la retórica y el accionar gubernamental de mezquindad y negación ante la crisis alimentaria y su efecto sobre la gente. Un camino donde se toman decisiones que criminalizan al otro y donde la preservación de espacios de poder está por encima de las necesidades y problemas de la gente.
O podemos comprometernos, unir esfuerzos, asumir responsabilidades y tomar acciones para enfrentar esta crisis espantosa y atravesarla juntos, consiguiendo y materializando soluciones reales, duraderas y auténticas.
Creemos que la decisión es clara.
No es la más fácil. Nos pone a prueba a cada momento y exige de nosotros fortaleza y compromiso. Pero sus resultados son palpables y sacan lo mejor de nosotros. En nuestro caso, lo vemos cuando ponemos un plato de comida frente a un niño y sabemos que, al menos por ese momento, le hemos ganado una al hambre.
Otras maneras de relacionarnos son necesarias, si de verdad nos importa conjurar esta crisis histórica y construir un futuro. Si de verdad queremos un cambio para reconstruir la convivencia.
Es el momento de la solidaridad.