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Un venezolano en Ucrania (parte 6)

Estoy en camino a Ucrania por la segunda vez, mientras hablo con mi madre por teléfono, que recuerdo tensa dejándome en la parada del autobús para Nápoles hace más de un día ya. Me fijo en las medias azules y amarillas de una chama que duerme con sus abultados bolsos incómodamente en el aeropuerto de Polonia al momento exacto que le digo colgándole a mama «si mami, todo está bien, no te preocupes: buenas noches» cuando me pregunta «¿estás en el hotel?», y cuelga tranquilizada ella diciéndome «que bien! Que duermas rico». Al guardar el teléfono veo que me está mirando a los ojos (ella vio la calcomanía que tengo de la bandera de Ucrania en forro de mi teléfono) y le digo «acabo de mentirle a mi madre», no estoy en un hotel, el costo por una noche era demasiado elevado. Esta noche duermo en el piso del aeropuerto porque no me da el budget para ningún tipo de lujo o comodidad. Giulia, voluntaria y refugiada ucraniana, me sonríe con empatía y me dice «ven y siéntate conmigo, compartimos este banquillo». Sigue una conversación e intercambio de experiencias entre dos almas que no se conocen pero que se conocen al mismo tiempo, porque lo que pasa allá, cuando lo vives, te recuerda que la humanidad es una sola.

Al día después cojo el autobús rumbo a Leopolis que al igual que la primera vez está repleto de mujeres y niños. Esta vez, la espera en la aduana ucraniana es muy larga y controlan los documentos meticulosamente. Se siente una diferencia en este viaje, la tensión es más alta que en mi primer viaje de diciembre y los sentimientos y ambiente es algo sospechoso hacia el extranjero en el autobús; me pasa que al tomar una foto por la ventana, porque estaba impresionado con un convoy militar (lejísimo del frente) se para una mujer y me recrimina con fuego en sus ojos que haya hecho la foto (cosa que estoy al tanto es delicado, pero que igual no contaba ni publicar sino tener para mí como recuerdo privado) y me grita casi para que la borre y le enseñe que la borré. El señor al lado mío me hace con las manos un símbolo de cuadrilla cruzando sus manos (o sea me comunica que el enemigo podría triangular posición a partir de la imagen). Esto me hace sentir mal porque yo vengo a ayudar y entiendo el nivel de tensión y de serio en lo cual me estoy metiendo. Llego a Leopolis tarde a pocas horas de la implementación del cobre fuego (toque de queda nocturno impuesto en toda Ucrania para evitar saboteos) y voy a comprar el billete de tren para Kyiv. Se me dificulta, esta vez no está Aya, la chama que me recibió la primera vez para servir de intérprete en la conversación y me mandan de taquilla en taquilla, porque ninguna habla inglés, hasta que logro comprar el billete y correr a montarme en el tren, a literalmente media hora del toque de queda… Llego a la cabina y directamente toca más incomodidad. El olor a pie es ácido y en ella están dos señoras y un hombre de edad militar. La comunicación de nuevo no es evidente, pero directamente me ayudan a montar la maleta en mi camilla superior y me hacen sentir lo más cómodo posible. El señor me presta su batería para cargar el teléfono y su hotspot para que pueda mandar mensajes, ya que ando literalmente incomunicado porque en Ucrania no funciona el operador europeo. Tocan las 9 horas de tren hasta Kyiv nocturnas y esta noche tampoco duermo bien. El señor en la cabina tiene terrores nocturnos al dormir y grita en su sueño/pesadilla «ukraini, UKRAINI» haciendo gestos de defensa en posición fetal y gesticulando los brazos como en gestos de ataque y defensa propia; no hace falta ser un genio para entender que este fue a la guerra…

Llego a Kyiv de madrugada y me viene a recibir Olexandr, con quien pude comunicarme gracias a un chamo joven que medio hablaba inglés, que me presta su hotspot antes de que coincidamos en un punto de encuentro. Olexandr es amigo de amigos y está encargado de llevarme al apartamento que tienen previsto para la gente que viene a ayudar. No puedo decir ni el lugar, ni la función del amigo, pero estamos en confianza en esta red de gente del mundo entero que entendemos y compartimos la lucha. Llego al apartamento después de más de 30 horas de viaje, sin dormir como se debe, y caigo rendido en la cama. Mañana empezara un nuevo día de un venezolano en Ucrania.

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