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Un mango no es una manzana

“¡Vaya trivialidad!”, habrá pensado usted, sin duda alguna, al leer el título de este artículo. No obstante, si a pesar de eso ha decidido continuar su lectura hasta esta línea, me atrevo a abusar de su consentimiento para añadir otra obviedad de igual o mayor envergadura: ni un mango es una manzana ni tampoco Nicolás Maduro es Isaac Newton.

Hey, ¿todavía sigue allí, estimado lector? ¿Todavía no me abandona?… Es usted muy paciente; se lo agradezco. Yo sé que tal vez le cueste creerme lo que le digo, pero –por insólito que le parezca– lo primero que me vino a la mente cuando vi aquel mango que, volando, entraba por la ventana del autobús y golpeaba la cabeza del primer mandatario nacional no fue otra cosa que la bucólica imagen del insigne científico inglés: sentado bajo un frondoso árbol, reflexivo, observando cómo una manzana caía por su propio peso. Y entonces, en medio de este afán en que vivimos todos, en busca de una esperanza por pequeña que esta sea y desesperada que parezca; capaces de agarrarnos de un clavo ardiendo, si es necesario, para no perder el último anhelo, vi un rayito de luz y me pregunté: si una manzana que apenas cae por fuerza de la gravedad fue capaz de estimular el pensamiento que generó las bases de toda la mecánica clásica, ¿un mango a quince o veinte millas por hora no será capaz de mover algunas neuronas en la mente de cualquier ser humano?

¿Iluso yo? Es posible. He aquí mi respuesta, nada original: la esperanza es lo último que se pierde. Tampoco es que vamos a aspirar –ni se necesita para hacer un buen gobierno– a que, como efecto del “mangazo”, se vaya a producir un nuevo tratado sobre la gravitación universal ni nada que se le parezca. Estoy seguro de que tanto usted como yo –al igual que la gran mayoría de los venezolanos– nos conformaríamos con mucho menos que eso; de que tan solo con una parte infinitesimal de esa reflexiva actitud newtoniana nos daríamos por más que satisfechos.

Bastaría que por un segundo el conductor de la nave se preguntara: ¿cuál es el grado de desesperación que debe tener una persona para escribir un mensaje en la concha de un mango y lanzarlo contra la cabeza del mismísimo presidente de la república? ¿Hasta qué punto la angustia de esta señora –que, sin ser Johan Santana, atinó un lanzamiento con tanta puntería– no representa la necesidad de hacerse escuchar de todo un país?

Mientras tanto, la popularidad del gobierno se desploma como las manzanas del árbol; y, muy pronto, el próximo mensaje no se lo daremos con mangos ni con ninguna otra fruta, sino con votos.

 

@martinezmottola

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