Un asunto de lealtad política
“Cuando la batalla se recrudece, se prueba la lealtad del soldado…” MARTÍN LUTERO
A juicio de Luis Legaz Lacambra (1906-1980), filósofo del derecho, político, académico, ideólogo y traductor español, la lealtad “…es la perseverancia en el aprecio o el servicio hacia algo o hacia alguien a lo que o al que se patentizó una adhesión traducida en un comportamiento coherente y espiritualmente significativo desde el punto de vista de una vida humana…”
La lealtad, a todas estas, cubre, en efecto, el ser entero de la persona en todas sus dimensiones: se es amante leal, amigo leal pero se es también leal hacia la autoridad, hacia las instituciones, o hacia la palabra empeñada en un contrato, hacia los dictados de la propia conciencia, hacia las ideas que uno tiene, incluso hacia una cosa.
La a lealtad, explica Legaz Lacambra, se extiende a todo aquello sobre lo que puede recaer una intención humana de la voluntad, y es leal el que mantiene la identidad ética de su persona en la constancia de su intención. La deslealtad, y esto estamos totalmente de acuerdo con Legaz Lacambra, representa la pérdida de valor moral, así como es un crimen moral, respecto de la persona que confió en una intención manifestada.
La lealtad radica en la fuerza de la persona por mantener la sustancia ética, en el saber atenerse a tareas vitales, al pueblo, al Estado, a la Patria, a los intereses comunales de toda índole, hacia la continuidad de la intención y permanencia de la persona, donde toda deslealtad es una forma de ser desleal consigo mismo.
En un aspecto puntual, como expresa Simón Vargas (Consultor en Seguridad, Justicia, Política y Educación, Universidad Autónoma de Coahuila), la lealtad proviene del latín legalis, que describe a una persona que actúa de acuerdo con la ley; esta legalidad hace referencia no solamente a las cuestiones jurídicas, sino a la amistad, al deber para con la Patria, al compromiso para con las instituciones a las que pertenecemos, pero lo más importante a la honestidad para con nosotros mismos; en una palabra, la lealtad es una forma de ser y de darse para con otras personas, y en la que entra en juego la transparencia, la honestidad, la integridad y la sinceridad.
Y es precisamente estos valores (transparencia, honestidad, integridad y sinceridad), los que deben imponerse ante la actuación de nuestros políticos, develando no solamente su carácter y condición humana, sino mostrando que es posible servir a los demás sin pisotear o escalar encima de otros. La lealtad es ser auténtico con lo que se hace y buscar lograr mejorar las condiciones de interacción y diálogo que nos conecta con nuestros semejantes y que nos hace parte de su mundo y sus necesidades. La lealtad en política para algunos puede significar un contrasentido, quizá algunos han pensado que son palabras antónimas, pero en sí, representan la honestidad como única cualidad que establece lazos sólidos que brindan garantía de sostenibilidad a cualquier proyecto político, económico o social a corto, mediano y largo plazo. La lealtad va en dos sentidos: de electores a candidatos, pero sobre todo de gobernantes a gobernados.
En la vitrina política venezolana el término lealtad no debe pasar por el filtro del adversario “bueno” y el adversario “malo”; se tiende a calificar de bueno a aquel que cumple las instrucciones y competencias de trabajo en el ejercicio de la función pública, pero a su vez ese trabajador bueno es resaltado como “jalabolas” del operador político de turno; y se califica de malo a aquel que incumple las instrucciones y competencias, y hace uso abusivo del poder, pero ese malo, que en ocasiones es deliberante y maneja una conducta crítica hacia su operador político, es considerado una persona institucionalista, apegado a las banderas de un nuevo liderazgo que venga en camino.
Hoy día, en un escenario pre-electoral como el que vive Venezuela, la administración pública está repleta de buenos y malos funcionarios, y los malos están apostando a nuevas fórmulas de poder para pasar, se intuye que así será, a ser buenos funcionarios, y los buenos funcionarios pararían a engrosar la lista de desempleados o en su defecto de funcionarios deliberantes y críticos que sigan el ciclo de confabulaciones y escaramuzas para torpedear a los nuevos operadores políticos y hacer realidad esa vieja arenga del pueblo del “quítate tú para ponerme yo”.
En ambas realidades hay deslealtad, porque el hecho de cumplir mis funciones no me da los méritos de ser leal, menos aún el hecho de no cumplir mis funciones, a pesar de que con ello busque generar fracturas para beneficiar a otro liderazgo que me interese, tampoco me hace leal. Ambas acciones me descalifican como ser con condiciones para ser leal.
Ahora bien, si cumplo mis funciones y competencias y a la vez soy crítico e irreverente hacia posturas que a mi juicio van en contra de mis valores y de la dignidad de mis semejantes, ahí sí tenemos un funcionario que es potencialmente leal y que su adhesión a un liderazgo determinado no le quita su valor de transparencia, honestidad, integridad y sinceridad. La lealtad no debe confundirse con gratitud ni estómagos agradecidos (bozal de arepa como se conoce en algunos países latinoamericanos); es en política uno de los ingredientes básicos para asegurar la confianza de un electorado que hoy día vota tomando como referente la capacidad del líder de responder de acuerdo a la necesidad de cada persona. Aunque en la política tradicional la lealtad es un discurso sin convicción, ésta sigue siendo un valor que nadie puede arrancarle al ser humano, pues no hay fuerza que la doblegue, ni siquiera el oro corruptor.
A juicio de Iván Arias Durán, la lealtad es un valor que viene con el hombre, que se templa como el acero con el ejemplo de nuestros padres; en la vida política siempre pone a prueba este valor y los leales abundan cuando todo va bien, pero cuando la realidad se tuerce y se comienza a padecer situaciones duras, muchos se apartan y re-direccionan lo que ellos consideran son sus nuevas alianzas de lealtad. En los tiempos en que el líder tiene éxito y la suerte lo sigue, los leales se multiplican; la adulan sin límites no solamente es un acto de deslealtad, sino de traición.
En político es necesario cuidarse de las lealtades exageradas, ostentosas, incondicionales; esas lealtades que se gritan y presumen para que el jefe las escuche, esas lealtades son frágiles; cuando el poder acaba o amenaza con irse, los leales de paso arman su equipaje y apresuran su partida, en política es una escena inevitable, sin embargo, no hay que olvidar que la lealtad es, expone Arias Durán, un ingrediente consustancial a la política, el cual abarca mucho más allá de la racionalidad política, más allá del interés legítimo, abonando en un terreno fértil para las desavenencias, en ese sentido, y para no perder la esperanza, se puede ver la lealtad al final de este túnel de oscurantismo, como una condición de fidelidad, franqueza, nobleza, honradez, sinceridad y rectitud, donde la lealtad, no confundida con sumisión, adoración y adulación, va amalgamada a la sinceridad de actuación hacia el trabajo y hacia la vida.
A grandes rasgos, la lealtad es un asunto de personalidad y de confianza en lo que se hace y el para qué se hace; el político y revolucionario mexicano Emiliano Zapata dijo en una ocasión: “Quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres”, y ciertamente ahí está la lealtad, en ser portavoz de un consenso y actuar bajo su fuerza y templanza; y cuando Gabriel García Márquez dijo que “Hay que ser infiel, pero nunca desleal”, hacía alusión de que yo puedo ser de un bando u otro políticamente, eso no me hace desleal, lo que me hace desleal es estar en contradicción con los principios de servicio y de honorabilidad que caracterizan en sus relaciones humanas y laborales; o cuando Paulo Coelho dice: “La lealtad no se puede imponer nunca por la fuerza, por el miedo, por la inseguridad o por la intimidación. Es una elección que sólo los espíritus fuertes tienen el coraje de hacer.” Y de eso es que se trata, de entender la lealtad como un asunto de personalidad, con algo que uno va esculpiendo a lo largo de la vida, no es una condición que viene con un cargo o con un estatus aristocrático determinado, sino que se va consolidando con la capacidad de creer en nosotros mismos e imponernos como entidades con madurez para decidir y trascender. Como lo sentenció el poeta español Vicente Alexandre: “Ser leal a sí mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás.”