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Tres mentiras

En el charquero de confusiones, matrices distorsionadas, simplificaciones erradas, opiniones tan consagradas como superficiales y, en general, numerosas manipulaciones que caracterizan a la opinión pública y publicada o transmitida en Venezuela –al respecto no se debe subestimar la labor tozuda del G-2 cubano, al menos resaltan tres mentiras que son de carácter monumental. Tres mentiras que se repiten y repiten, abierta o encubiertamente, y que van asentándose en las percepciones colectivas con consecuencias nefastas para Venezuela, y beneficiosas para la hegemonía despótica y depredadora que la sojuzga.

La primera mentira es que nuestro país no puede ser gobernado democráticamente sino de manera autoritaria. Esto, por supuesto, no lo inventó la “inteligencia castrista”, sino que tiene sus raíces más recientes en el pensamiento positivista nacional de finales del siglo XIX y comienzos del XX, con fuerte impronta en diversos sectores militaristas. La génesis de todo ello se remonta a no pocos elementos del pesimismo bolivariano, y por ello no es casual que una supuesta reivindicación del “bolivarianismo”, también conlleve a la resurrección de la noción del gendarme necesario. Luis Castro Leiva, Germán Carrera Damas, Manuel Caballero, entre otros, reflexionaron y escribieron mucho sobre el tema. Con justificada angustia, por cierto.

La mentira es sugerente, sin duda, porque el autoritarismo contemporáneo o neo-dictadura –dictadura disfrazada de democracia—puede ser de gran atractivo en amplios sectores de la población. Pero se trata de una gran mentira, porque la trayectoria histórica de Venezuela enseña de forma aleccionadora que esta nación, nuestra nación, sí puede ser gobernada en democracia, y no con “d” minúscula sino con “d” mayúscula”. Gobernabilidad democrática significa, esencialmente, estado de derecho, separación de poderes, respeto por los derechos humanos, elecciones limpias, gobierno alternativo, amplias libertades públicas, fortalecimiento de la sociedad civil, convivencia pluralista, desarrollo económico y social en justicia y libertad. Gobernabilidad democrática perfecta no hay en ninguna parte del mundo. Pero lo fundamental, obviamente, no es la perfección imposible, sino que el país se oriente con toda firmeza y compromiso en el camino de la democracia y hacia su perfectibilidad. Buena parte del historial de la República Civil venezolana de la segunda mitad de siglo XX, demuestra, más allá de cualquier duda razonable, que es mentira el que Venezuela sólo pueda ser gobernada, ordenada, organizada, bajo un régimen autoritario o despótico.

La segunda mentira de profundo alcance persuasivo, es que Venezuela sólo puede ser gobernada con altos precios del petróleo. Desde luego que el aumento de la renta petrolera facilita las cosas para un gobierno de turno, siquiera en el corto plazo; y utilizada con el descaro clientelar del predecesor y el sucesor, se convierte en una especie de cadena socio-política que somete a densos sectores sociales. “Chávez quiere hacer de los venezolanos un pueblo de esclavos”… solía declarar y escribir el viejo Domingo Alberto Rangel, desde su honrada ortodoxia marxista. La bonanza petrolera más prolongada y caudalosa de toda la historia, la del siglo XXI, que aún no concluye, ha dejado al país en el terreno de la crisis humanitaria. Cuando el predecesor empezó su primer gobierno, en febrero de 1999, los precios internacionales del petróleo estaban en el suelo, sobre todo por los efectos de la crisis financiera global que se activó en el sudeste asiático, pero en Venezuela había pleno abastecimiento, récord en exportaciones privadas, una fracción de la violencia criminal del presente, transparencia electoral, libertad cambiaria, una inflación de 29% y en descenso, y ni un solo preso, perseguido o exiliado por razones políticas. Luego no es verdad que el país sea ingobernable sin elevados precios petroleros. Esa mentira, persuasiva y todo, no resiste el análisis objetivo que, sin embargo, no se ha querido hacer con suficiente empeño, tanto por buenas como por malas razones.

Y la tercera mentira es la más grotesca de todas: la alternativa de Venezuela es “revolución o caos”. Es la cantinela de la vocería oficialista desde hace añales: Venezuela sólo puede ser gobernada por la “revolución”. Es la más grotesca, porque precisamente la revolución es el caos, es el desgobierno, es la inviabilidad de Venezuela como nación independiente; es la destrucción de la república, la democracia, el estado de derecho, las garantías económicas, sociales y políticas de la población. El caos para la nación. Ah, pero la revolución no es la destrucción del poder. Al contrario. Es la concentración del poder en una hegemonía que despotiza y depreda. La nación queda sumida en el caos de la crisis humanitaria, pero la hegemonía se empecina por las malas y las peores a continuar en ese poder que maneja a su antojo, y además reparte en sus tribus, cúpulas o carteles.

Pues no. La alternativa es revolución-caos o la posibilidad de la reconstrucción democrática de Venezuela. Todo lo que contribuya a que continúe lo primero es sumamente negativo. El esfuerzo por hacer una realidad lo segundo es lo absolutamente necesario. Tenemos que poner en evidencia a estas tres mentiras. Han hecho y hacen mucho daño a nuestra conciencia histórica: sentido de procedencia, de pertenencia y de proyección o potencial. Siendo la denominada “revolución” un régimen mentiroso por naturaleza –aunque hay que reconocer que muchas veces con habilidad, son muchas más de tres las mentiras en que viene afincando su proyecto de dominación. Pero de todas, estas tres, me parece, son las principales, las más perjudiciales, las que ameritan ser combatidas y desmontadas con más intensidad.

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