Tremendo enredo

El desorden es tan necesario como el orden. Aunque suene raro. Pero dicha oración, no es una paradoja. Es una extraña verdad. De hecho, es lo que se infiere del segundo Principio de la Termodinámica cuando refiere que todo proceso térmico que sigue un comportamiento irreversible, aumenta la “entropía” del Universo. Es lo que lleva a explicar que cualquier sistema aislado, al evolucionar, tiende a mostrarse desordenado. Aunque no vuelve a ordenarse.
Es lo que hace ver a la “entropía” como el fenómeno físico mediante el cual se aprecia el grado de desorden o de orden de un sistema térmico. Así que alcanzar dicho desorden, depende de los estados inicial y final al cual logre llegar el respectivo proceso térmico.
Alcances a lo interno de una organización
Esta disquisición sirve de parangón para comprender ¿cómo funciona una organización en tiempos de crisis? Indistintamente del estado de orden o desorden que se encuentre. Por eso la Teoría de Organización, entre sus consideraciones metodológicas, explica que, en el curso de tiempos caracterizados por reveses de índole funcional, toda organización puede ser víctima de atropellos serios causados por decisiones contrapuestas o enfrentadas. Atropellos estos provocados por confusiones alentadas, por arbitrariedades azarosas, por choques de conceptos o modelos organizacionales. Así como por desencuentros a consciencia de los contrincantes enfrentados, o por confrontaciones de intereses deshumanizados.
En el fragor de tan insidiosas convulsiones, nada debe parecer imposible de cambio. Aun cuando los avatares que signen tales escenarios, se vean complicados por el grado de desorganización que se haya apropiado de las propias realidades.
El problema mayúsculo se suscita cuando la organización se rezaga de las exigencias que signan los referidos tiempos. Específicamente, al momento en que el desorden se muestre extendido. O haya envuelto los entornos y contornos de las realidades en crisis.
El problema en esencia
Ese es, exactamente, el problema que viene afectando a instituciones que -supuestamente- se precian de la “autonomía” que su registro legal contempla como “condición funcional”. Es decir, que basan sus funciones en hipotéticas “libertades”. Incluso, definidas a instancia de principios organizacionales por lo que muchas de esas instituciones, al apelar a la “autonomía” que presuntamente rige sus funciones, se jactan de ser incomparables ante el espectro de otras.
Pero al mismo tiempo, ocurre algo curioso. Las circunstancias políticas desacomodan la funcionalidad conseguida. De manera que el problema termina exasperándose por la modorra o indolencia que arrastran sus dirigentes o autoridades. Especialmente, por el resucitado problema estructural relacionado con el rezago mental el cual condiciona actitudes y reacciones lerdas en personajes aturdidos por un poder político fatuo y coercitivo. Y hasta, impositivo.
Generalmente, son situaciones coincidentes con casos de hastiada cotidianidad. Inclusive, de habitual reincidencia. Entre estos, suelen advertirse incidentes viciados por la pretensión de un liderazgo que presume de la superioridad que concede el poder. Casi siempre, cuando tiende a volver arrogantes los cargos ocupados por quienes administran funciones de rigurosa responsabilidad. Eso es lo que sucede en épocas de confusión generalizada, desorden decretado o de arbitrariedad impulsada.
¿Excepciones?
No siempre, las autoridades de organizaciones enredadas por algún desorden implícito, no son lo que deberían ser. No es extraño dar cuenta que de ellas mismas suele surgir el desorden impugnado. Aunque generalmente, su causa es inculpada a factores externos.
Aunque se ha pensado y hasta demostrado, que el desorden ostenta su propia ventaja. Y es la razón que muchos argumentan con el pretexto de que su realidad incita nuevos descubrimientos. Ya que, amparados en su significación, el desorden contrae nuevas oportunidades toda vez que pueden ser comprendidas como razones capaces de estimular su incidencia.
Para concluir
Vale cerrar esta disertación trayendo a colación la sugerencia del experto chino en estrategia militar, Zun Tzu, quien en su libro “El arte de la guerra”, puntualizó la necesidad de permanecer “(…) atento al peligro y al caos mientras no se tenga definida la forma de evitarlos antes que se presenten”.
Tal recomendación, Zun Tsu la elogia refiriéndola como “la mejor estrategia de todas”. De lo contrario, cualquier desorden puede fungir como la chispa que, en el centro de cualquier organización, pueda ser una gran amenaza capaz de convertirse en un tremendo enredo.