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Tras de cornudos, apaleados

“La más acertada educación es la que permite percibir todas las buenas influencias de nuestro alrededor sin quedar aprisionado ni digerido por ninguna; la que permite aprehender sin ser aprehendido.”

Antonio Gala
Poeta y dramaturgo español

La educación es el símbolo de dos de los esfuerzos humanos más nobles: construir y abstenerse de destruir.

Sin embargo, ese simbolismo ha sido rebuznado por nuestros políticos, no una, ni dos, ni tres veces, sino hasta en trece ocasiones, desde 1980.

La historia de la educación de los españoles en los últimos 40 años —nuestra actual etapa democrática— es la expresión dogmática de una izquierda o de una derecha autoritarias, que desde siempre intentaron condenarse mutuamente al silencio, cuando no. al aniquilamiento.

En cualquier pacto político, la izquierda siempre ha tratado de gestionar la economía, el urbanismo, la educación y la cultura. Las cuatro pilares sobre los que invariablemente se puede configurar un determinado modelo de sociedad.

De hecho, desde que en 1985 el PSOE promulgó la Ley Orgánica del Derecho a la Educación, los españoles se han formado académicamente sobre la concepción que el socialismo tiene de la educación, política que nos ha permitido alcanzar el triste privilegio de liderar el abandono escolar en la Unión Europea con más de un 20% de la población colegial y Andalucía, reserva clientelar de la izquierda, figura en el cuadro de honor con un 25%.

El sendero de la educación no puede ser otro que el del esfuerzo de comprensión intelectual que escudriña, que se corrige, que duda, que opera por medio de la profundización ante una realidad social competitiva y cambiante, y por tanto, imposible de someterlo a una concepción filosófica estática, que por añadidura, ha demostrado ampliamente su estrepitoso fracaso en los países donde se ha aplicado.

Emplear todo nuestro deseo, todo nuestro esfuerzo, toda nuestra inteligencia para implantar, o contribuir a implantar por razones clientelistas, una ficción social por la cruda realidad que posteriormente demanda la sociedad, no es un absurdo, sino un crimen que causa una grave perturbación social con la finalidad expresa de obtener un puñado de votos a cambio de unas aparentes facilidades, que de inmediato, se convertirán en un bumerán para quien de las cree beneficiarse.

De las leyes vigentes hasta el curso pasado, se desprende un desmedido esfuerzo por evitar cualquier prueba dirigida al logro de la excelencia mediante el esfuerzo personal.

Este sistema mata el estímulo y origina, que las personas dispuestas a realizar el necesario esfuerzo de reflexión, vaya disminuyendo progresivamente frente a aquellas que solo reclaman facilidades para obtener un título, al que la realidad social no va a conceder el valor que el mismo teóricamente representa, por el bajo nivel de exigencia con que se ha obtenido.

Hace treinta años, un universitario destacado, encontraba un puesto de trabajo antes de finalizar los estudios que estaba cursando. Hoy, su licenciatura apenas si le será de alguna utilidad, y a su currículum habrá de añadir otros estudios de posgrado que califiquen su persona, con el consecuente agravamiento económico y su inevitable retraso en su incorporación al mundo laboral.

Con el actual sistema académico, el mundo de las ideas fundamentadas en el valor del esfuerzo personal y autónomo, se ha venido abajo gracias al denuedo consciente de los miembros de una determinada élite política obsesionada por mantener el poder y, con él, un sistema de creencias y un modelo de sociedad.

Ello ha dado lugar a que sufrarnos una de las situaciones más alarmantes para cualquier ciudadano y para el conjunto del país, que debería estar preocupado, y mucho, por un futuro marcado por su liderazgo en el fracaso escolar, por su predominio en el desempleo, por sobresalir en su falta de preparación, en su analfabetismo en el conocimiento de otros idiomas y, sobre todo, en su falta de motivación.

Desde 1985, la instrucción de nuestros jóvenes ha sido el fruto exclusivo de las distintas leyes de educación socialistas, y a la vista tenemos cual ha sido el resultado: unas generaciones mayoritariamente incapaces de enfrentarse al cada vez más competitivo mundo laboral, y como consecuencia, dependientes del resguardo protector del Estado.

Se ha creado una inmensa factoría de sujetos dóciles, carentes de iniciativa, necesariamente sometidos a un mercado laboral temporal de escasa relevancia económica y lo que es peor, cada vez más restringido y por lo tanto más inasequible.

El drama de la las estadísticas que denuncian el fracaso del sistema educativo socialista, es que detrás de cada guarismo hay un ser humano al que el sistema ha segado de raíz sus ilusiones, ha hecho inviables sus proyectos, ha oscurecido su futuro profesional y ha cercenado su proyecto de vida. Un caldo de cultivo excepcional para que en el ánimo de nuestra juventud se aloje la frustración, la imagen del fracaso, madre del resentimiento que termina por desembocar en la rebeldía. Todos ellos, levadura propicia para el peligroso florecimiento y desarrollo de los extremismos radicales.

Imponer a un pueblo una mala educación durante 30 años, de forma intolerante, partidaria y obligatoria, es el mayor de los crímenes que se puedan cometer, por que ello supone condenarle al atraso, a la ignorancia, la incultura y la pobreza.

No deberíamos sorprendernos, de que dado el estado de frustración al que se ha conducido a nuestra juventud, esta manifieste su rebeldía a través de movimientos radicales, sobre todo cuando en vez de reconocer el fracaso y mostrar una sincera voluntad de rectificación del mal causado, se tiene la indignidad de señalar como culpable a la situación heredada del franquismo, hace cuarenta años.

¡Toma ya! Tras de cornudos, apaleados.

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