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Trans-ética compleja

El día 16 de Octubre, en los espacios del nuevo Hotel Coromoto de la ciudad de Guanare, estado Portuguesa, Venezuela, con auspicios del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, estaremos presentando estas ideas e el marco del Día Internacional de la ética, efeméride que se viene conmemorando desde el 2014, a nivel global. Comparto con ustedes parte de las ideas de mi disertación que he titulado: TRANS-ÉTICA COMPLEJA.

Mirar la ética desde la complejidad del sujeto humano, significa, desde la voz de Edgar Morin, percibir una reflexión critica sobre la tradición occidental que se basa en un paradigma de simplificación, el cual ha dominado la filosofía y la ciencia desde Platón; recordando que para el filósofo de la Academia la ética era la virtud, entendiendo por virtud, un estado del alma que se logra mediante el conocimiento de las ideas; en su obra «La República», argumenta que la justicia es el equilibrio entre las diferentes partes del alma: razón, voluntad y emoción; Platón sostuvo que vivir éticamente implica buscar la verdad y actuar en conformidad con ella; la educación y el conocimiento son esenciales para alcanzar una vida virtuosa y justa. La felicidad se logra al vivir de acuerdo con principios universales de justicia. Este enfoque ha llevado a una visión reduccionista de la realidad, donde se idealizan y normalizan conceptos que excluyen formas menos racionales de entender el mundo. La ética y la política, bajo este paradigma, buscan un orden unificador que ignora las complejidades inherentes a la acción humana y social.

Pero antes de Platón, la figura de Sócrates marcó huella en esa tarea titánica por entender al hombre bajo las condiciones de sus circunstancias; su enfoque en el autoconocimiento y el examen moral, dio una percepción basada en el conocimiento: «Nadie hace el mal a sabiendas».

Sócrates creía en que las malas acciones son resultado de la ignorancia y que el verdadero conocimiento conduce a la virtud; su máxima «conócete a ti mismo» enfatiza la importancia de la reflexión personal en la vida ética; para él, la ética es un compromiso constante con el autoexamen y el diálogo, y es por ello que él propuso el método socrático, que consistía en hacer preguntas para ayudar a otros a descubrir verdades morales por sí mismos. La ética bajo la influencia de Sócrates y Platón, no es más que un proceso activo de indagación y reflexión.

Por su parte, para el estagirita, Aristóteles, discípulo de Platón, adoptó un enfoque más práctico. Para él, la ética no solamente es conocimiento, sino también hábito. La virtud se cultiva a través de la práctica constante y se encuentra en un «justo medio» entre extremos; para Aristóteles la felicidad (eudaimonía), es el fin último de la vida humana, alcanzado mediante el desarrollo pleno de nuestras capacidades. La ética aristotélica se centra en actuar según virtudes que promuevan una vida equilibrada y armoniosa; la reflexión sobre nuestras acciones y sus consecuencias es crucial para vivir éticamente. Aristóteles distingue entre dos tipos de virtudes: dianoéticas (intelectuales) y éticas (morales), ambas necesarias para alcanzar una vida plena

Las virtudes dianoéticas aristotélicas se relacionan con la razón y el conocimiento; principalmente esa relación se da a través de la enseñanza y la experiencia; Aristóteles identifica varias virtudes dianoéticas, entre las que destacan: Sabiduría (Sophia), conocimiento profundo y comprensión de los principios universales; Inteligencia (Nous), capacidad para percibir verdades fundamentales; y Prudencia (Phronesis), la habilidad para tomar decisiones correctas en situaciones prácticas, equilibrando el conocimiento teórico con la acción.

En la realidad cotidiana de la vida, estas virtudes implican un constante ejercicio del pensamiento crítico y reflexivo, fomentando un ambiente educativo que estimule el diálogo y la indagación es fundamental para su desarrollo. En el contexto actual, esto se traduce en la necesidad de una educación que no solo transmita información, sino que también forme pensadores críticos capaces de abordar problemas complejos.

Por su parte, las virtudes éticas (morales), guían el comportamiento y las acciones, desarrollando a través de la práctica habitual y la formación del carácter,  principales virtudes éticas incluyen en la vida cotidiana: Justicia, para dar a cada uno lo que le corresponde, promoviendo el bien común; templanza, para dar moderación en los placeres y deseos; y valentía, para dar capacidad, lo que le permita enfrentar el miedo y actuar con firmeza.

Desde una perspectiva práctica, las virtudes éticas requieren un compromiso con la acción correcta en situaciones cotidianas. Esto implica cultivar hábitos que reflejen valores morales y contribuir al bienestar social. La educación en valores juega un papel crucial aquí, promoviendo una cultura de responsabilidad y empatía.

Ahora bien, esas virtudes aristotélicas, al establecer una vinculación con la transdisciplinariedad del Siglo XXI, se aprecia bajo el rigor de un enfoque educativo y epistemológico, que busca integrar diferentes disciplinas para abordar problemas complejos, reconociendo que la realidad no puede ser comprendida completamente desde una única perspectiva. Este enfoque es especialmente relevante en el siglo XXI, donde los desafíos globales requieren soluciones holísticas.

Las virtudes dianoéticas, a grandes rasgos, fomentan un entendimiento profundo que es esencial para la colaboración interdisciplinaria. La sabiduría y la prudencia permiten a los individuos navegar entre diferentes campos del conocimiento, promoviendo un diálogo constructivo. Las virtudes éticas por su parte, se fundamentan en aportar una acción responsable en contextos transdisciplinarios, donde la justicia y la templanza son necesarias para abordar cuestiones éticas emergentes en áreas como la biotecnología, el medio ambiente y los derechos humanos.

Desde el ámbito formativo, la ética en el escenario de la educación transdisciplinaria busca formar individuos no solamente competentes en sus disciplinas, sino también éticamente conscientes. Integrar las virtudes aristotélicas en este modelo educativo puede ayudar a cultivar líderes que actúen con integridad y responsabilidad social.

La ética aristotélica, de manera puntual, proporciona un marco valioso para entender cómo las virtudes pueden ser aplicadas en un mundo cada vez más interconectado. La transdisciplinariedad no solo amplía nuestro horizonte de conocimiento, sino que también exige una reflexión ética constante sobre nuestras acciones y decisiones, haciendo de las virtudes aristotélicas una guía esencial para enfrentar los retos contemporáneos.

Las posturas éticas de Sócrates, Platón y Aristóteles, siguen siendo relevantes hoy en día; la búsqueda del conocimiento como base para una vida virtuosa resuena en debates contemporáneos sobre moralidad y responsabilidad personal; el énfasis en el autoconocimiento y la reflexión crítica promovido por Sócrates se refleja en movimientos que valoran el bienestar emocional y mental; la idea platónica de un ideal moral sigue presente en discusiones sobre justicia social y derechos humanos, mientras que Aristóteles ofrece un marco útil para entender cómo cultivar virtudes personales en un mundo complejo; todo se da en razón de un contexto donde las decisiones éticas son cada vez más difíciles debido a dilemas modernos, las enseñanzas de estos filósofos continúan guiando a individuos y sociedades hacia una vida más reflexiva y equilibrada.

En la modernidad líquida, idea promovida por Zygmunt Bauman, que es la segunda década del siglo XXI, se da una liquidez de la moral, que es un estado donde las estructuras sociales y los valores tradicionales se han disuelto, creando una realidad caracterizada por la precariedad y el individualismo. En este contexto, las relaciones humanas son efímeras y carecen de profundidad, lo que lleva a una «ceguera moral» donde los individuos enfrentan dificultades para establecer compromisos éticos duraderos.

Bauman establece una distinción entre ética y moral; la moral se refiere a las normas y reglas que rigen el comportamiento en un contexto social específico, mientras que la ética implica una reflexión más profunda sobre esos principios. En la modernidad líquida, Bauman aboga por una ética que no esté anclada a absolutos universales, sino que sea flexible y adaptativa, capaz de responder a las complejidades del mundo contemporáneo. La modernidad líquida presenta varios desafíos éticos: individualismo, búsqueda de intereses personales puede llevar a una falta de responsabilidad hacia los demás; precariedad, inestabilidad laboral y social la cual genera incertidumbre sobre el futuro, dificultando la toma de decisiones éticas; y el relativismo moral, donde la diversidad de opiniones y valores puede llevar a un relativismo extremo, donde cualquier acción puede ser justificada.

En el siglo XXI, la ética en la modernidad líquida se presenta desde varios escenarios de  implicaciones diversas: necesidad de reflexión ética en un mundo sin certezas, donde es crucial fomentar espacios de reflexión ética que permitan a los individuos cuestionar sus valores y acciones, implicando educar en el pensamiento crítico y en la responsabilidad social; construcción de nuevos valores, lo que requiere un compromiso ético que trascienda lo individual y busque el bienestar colectivo; y una ética adaptativa, que necesita una ética que sea capaz de adaptarse a las circunstancias cambiantes sin perder su esencia. Esto implica reconocer que los principios éticos deben evolucionar para abordar nuevos desafíos sociales, tecnológicos y ambientales.

La ética en la modernidad líquida según Bauman nos invita a repensar nuestros valores y comportamientos en un contexto caracterizado por la incertidumbre; en la medida que enfrentamos desafíos globales como el cambio climático, las crisis económicas y las desigualdades sociales, es fundamental desarrollar una ética flexible que fomente la responsabilidad individual y colectiva. La reflexión crítica sobre nuestras acciones se convierte en una herramienta esencial para navegar por las complejidades del siglo XXI. El pensamiento simplificador se va dando como resultado de una profunda crisis en el mundo moderno. Esta crisis se manifiesta en la incapacidad de las estructuras sociales y políticas para adaptarse a la realidad compleja del ser humano. La historia demuestra que los intentos de unificación han conducido a resultados desastrosos, evidenciando la necesidad de un nuevo enfoque.

Volviendo a las ideas de  Morin, se está hoy día, frente a un paradigma de complejidad que no solamente influya en el conocimiento, sino también en nuestras acciones; este enfoque implica: relacionalidad, entender que todo está interconectado y que las acciones tienen múltiples efectos; inclusión, incorporar diferentes perspectivas y formas de conocimiento, reconociendo que la simplificación puede ser parte del pensamiento complejo, pero no su totalidad; y acción ética,  lo que muestra que la nueva virtud debe ser flexible y adaptativa, capaz de responder a las incertidumbres y contradicciones del vivir humano.

Estamos en la era de la Antropo-Ética, definida por Morin como la humanidad compartida y la fraternidad como fundamentos éticos; la nueva visión de la ética, no solamente plantea evitar el daño, «no matarás»,  sino que promueva activamente el amor y la solidaridad entre los seres humanos. Esta visión busca resistir las fuerzas totalitarias y fomentar una política multidimensional que respete la complejidad del ser humano; Morin invita a repensar la ética contemporánea a través del prisma de la complejidad, sugiriendo que solamente al reconocer y abrazar nuestras contradicciones y conexiones podemos avanzar hacia una práctica ética más efectiva y humana en tiempos modernos.

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