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Todo el mundo tiene la culpa, menos ellos

The Post-American World fue un best-seller entre 2008 y 2012.  Su autor es el periodista estadounidense (aunque nacido en Bombay, hijo de indios) Fareed Zakaria, quien tiene un programa muy visto en CNN.  El argumento central del libro es que, debido en buena parte a las acciones de Estados Unidos y los países de Europa Occidental para promocionar la democracia liberal, ahora otras potencias como China e India compiten con aquellos en términos de poder económico, industrial y cultural.  Que, aunque Estados Unidos sigue siendo quien domina mundialmente en poder militar, otros países de Asia se han ido convirtiendo en actores globales en muchos campos y competidores de aquel en industria y comercio.  Y añade que ya a todo el mundo se le está pasando la furia antiamericana, contra el ugly American, lo gringo, a una suerte de indiferencia contra estos; que se ha llegado a la etapa del post-americanismo. “El hecho de que los nuevos poderes están afirmando más fuertemente sus propios intereses es la realidad en el mundo post-Estados Unidos”.  Además, Zakaria nos plantea el problema político de cómo alcanzar objetivos internacionales en un mundo en el que hay muchos actores estatales, y no estadales: empresas transnacionales poderosísimas, organizaciones internacionales que se están quedando atrás de la realidad, ONGs que influyen fuertemente en las decisiones que deban tomar las instituciones oficiales y privadas mencionadas anteriormente.

La excepción la constituye el oficialismo venezolano: sigue con su prédica de que todo lo malo que ocurre en el país es culpa del imperio meeesmo, del americano feo.  En la infinita capacidad del régimen para inventar villanías —y para evitar tener que reconocer que han metido la pata infinidad de veces en estos casi veinte años—bombardean la simplista mentalidad del pueblo humilde con prédicas de odio hacia todo lo extranjero (exceptuando a los cubanos, los rusos y los chinos, claro).  Según ellos, por culpa de los gringos y sus lacayos es que no se consigue lo más elemental de la canasta alimentaria ni de las medicinas más utilizadas (de las otras, tampoco); los hospitales están en la carraplana, sus misiones “educativas” son una fábrica de analfabestias con diplomas de dizque “doctores”.  Todos tienen la culpa, menos los aferrados al poder en el palacio de Ciliaflores.  Rotan las mismas caras por los diferentes ministerios y vicepresidencias y la cosa sigue igual.  O peor.  Hasta los de la mente más sencilla se preguntan: “Si no sirvió como ministro en tres-cuatro despachos, ¿para qué lo encargan de otro?”

Quizás valdría aquí una disquisición; la de recordar la diferencia entre “ministro” y “maestro”.  “Magister”, en latín, servía para identificar a quien sabía y compartía eso que dominaba.  De esa palabra nos vinieron “maestro” y “magistrado” —claro que los magistrados de por aquí y ahora solo son expertos en torcerle el brazo a la Justicia para adecuarla a lo que les conviene a sus peculios y sus mandantes rojos.  La palabra comentada proviene del adjetivo magnus, que no requiere traducción, por vía del adverbio comparativo magis: “más”, “de una mayor magnitud”.  En cambio, “minister” viene del adverbio comparativo opuesto: “minus”, “menos”; por eso “minister” era quien servía, el asistente, el sirviente.  Ambas palabras latinas tienen el mismo sufijo: “ster”, que se empleaba para denotar a pares antagónicos y que el español tradujo como “stro”.  De allí, “diestro” que se opone a “siniestro” (quien usa la mano izquierda); “nuestro” que se contrapone a “vuestro”.  En fin, que “maestro” es, literalmente, “el individuo más grande”, mientras que “ministro, es “el tipo más pequeño”.  Tanto es así que, en las universidades alemanas, “herr Meister” es un título más apetecido que “herr Doktor”.

Y ya salgo de la digresión; retomo el hilo.  Estábamos hablando de los funcionarios ineptos, venales, sectarios que rotan de cargos.  Pero hay otra variedad, sobre todo en el estamento uniformado, los que se atornillan en los cargos e impiden el remozamiento institucional.  Yo entiendo que el bobo de Cúcuta (como le dice el Gocho graduado en Harvard) quiera premiar a Padrino.  En fin de cuentas, es un activista del PUS que viste de verde oliva y que da declaraciones partidistas en el seno de una institución que, según “la mejor Constitución del mundo” debe ser “sin militancia política”, y cuyos miembros no pueden “participar en actos de propaganda, militancia o proselitismo político”.  Pero, ¿qué es una raya más para una cebra?  (sí ya sé, el refrán habla de “un tigre”, pero eso les queda grandes a quienes no cazan, sino que andan en rebaños, manadas).  Repito, Platanote querrá premiar a su ministro (cómo le calza de bien la palabra), pero le mete un frenazo a las promociones que vienen más abajo, que tienen aspiraciones y de una de las cuales puede surgir un oficial que en verdad trate de reinstitucionalizar a las Fuerzas Armadas.  Pero es que a aquel le importa un comino lo que piensen los ciudadanos, incluidos los de uniforme, pues en su mente primitiva y su actuación autoritaria, arbitraria, se siente superior porque tiene el tramojo y puede mangonear a los militares porque, según parece, tiene comprada a su cúpula.  El tiempo nos dirá si es verdad.  Pero, mientras tanto, no estaría de más recordarle a los integrantes de la institución armada que la Ley sólo busca la paz verdadera en la comunidad, no por el sectarismo partidista; que es tiempo de perseverar en las convicciones propias. ¿Y qué tal si les recordamos la lectura del discurso de Pericles a los atenienses?  Especialmente, el pedacito que explica que: “no es recibiendo beneficios, sino prestándolos, que nos granjeamos amigos.  El que hace un beneficio establece lazos de amistad más sólidos, puesto que con sus servicios al beneficiado alimenta la deuda de gratitud de éste.  El que debe favores, en cambio, es más desafecto, pues sabe que al retribuir la generosidad de que ha sido objeto, no se hará merecedor de la gratitud, sino que tan sólo estará pagando una deuda”…

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