Toccata ¿Y fuga?
Ya no es noticia que Felipe González estuvo por Caracas para tratar de ayudar a que la justicia venezolana se ocupe de lo que debe: enjuiciar adecuadamente a los presos políticos el régimen chavista de Nicolás Maduro.
Muchos dicen que fue un viaje de «tocata y fuga». Que a pesar de las firmas de mandatarios bajo el brazo suscribiendo sus actos, tuvo que salir por la puerta trasera. ¿No lo logró? Creemos que logró mucho. Alcanzó como meta aglutinar, al menos por unas horas, a la oposición venezolana. Pudo llamar la atención internacional en torno a un régimen que se sale de los cánones de lo que se entiende por separación de poderes. Presentó los desmanes de un gobierno contra su pueblo. Y mostró solidaridad universal con los problemas que padece la población venezolana producto del desgobierno de Maduro.
Felipe González, amigo de Venezuela desde el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, enseñó que el afecto se mide en acciones, con hechos, dando respaldo aunque se quede -a decir de muchos- en las portadas de los periódicos. La salida de prisa, gracias a Colombia, tiene dos lecturas. Una oficialista y bien torpe por cierto, de que González le tuvo miedo a Maduro. Otra, que es propia de quienes entendemos la inteligencia diplomática del español, que esa forma rápida de dejar la escena, demuestra la indefensión de los venezolanos frente al régimen chavista.
La noticia, más que lo reflejado por los medios, ayudó a que los muchos miembros de la oposición se sintieran cuerpo.
La Mesa de la Unidad Democrática -MUD- se retrató con el líder socialista, lo que asintió el español con beneplácito dejando la conseja de la necesidad de diálogo. Siempre supo que su visita sería incómoda y, sabiendo que la incomodidad se hacía salpullido, puso pues en polvorosa.
Encargado de una misión imposible, de esas de película, Felipe González puso una pica en Caracas. Un blasón de búsqueda de entendimiento con un régimen que se niega rotundamente a dar cualquier paso que no esté apegado a las formas oprobiosas.