Timochenko malogró su entrada en política
Timochenko se enredó entre los cables y cayó de bruces ante un país de 48 millones de habitantes. Lo que debía ser su entrada en política fue un ruidoso fracaso. La forma como el jefe de las Farc rechazó el voto de los colombianos en el plebiscito de este 2 de octubre demuestra que él no está preparado para la actividad política no violenta, como prometía en vísperas y durante la firma de los llamados “acuerdos de paz” con Santos. Su agria gesticulación del 3 de octubre, en el tono amenazante de siempre, mostró que, en realidad, él no respeta el voto ciudadano ni entiende nada de la vida democrática del país.
Rodrigo Londoño, jefe de las Farc, pretende quitarle alcance y validez al resultado del histórico plebiscito. En un mensaje video, afirmó, como si fuera un jurista experimentado, que lo decidido por los votantes acerca del acuerdo de paz con Santos “no tiene efecto legal alguno.”
El jefe comunista negó que los resultados del plebiscito sean jurídicamente vinculantes. Para él la cosa es simple: el plebiscito es puro viento y el bodrio de 297 páginas preparado en La Habana durante cinco años, con asesoría cubana y a espaldas de los colombianos, mediante el cual las Farc iban a conquistar el poder, es todo: sigue vigente y es “irrevocable” pues “ha sido firmado” y, sobre todo, porque ha sido “entregado al Consejo Federal Suizo como un acuerdo humanitario especial”. Para Timochenko, lo que dicta la “comunidad internacional”, y la comedia de la entrega del texto en Berna, vale más que el rechazo expresado de manera clara, legal y soberana por millones de colombianos.
Timochenko tiene razón al vituperar de esa manera a quienes votaron “No”. Pues ese voto fue también la confirmación del viejo repudio popular a las Farc: los datos oficiales del plebiscito prueban que en seis de los once municipios más martirizados por la presencia de las FARC ganó el “No”.
Al día siguiente, una página web de las Farc publicó un editorial que confirma el enfoque de Timochenko. Allí dicen que el acuerdo “no puede ser tocado, ni trasformado, ni adulterado por ninguna de las partes que lo firmaron”. En consecuencia, al presidente Santos no le queda otra salida, según ellos, que “mantener y continuar el proceso de paz firmado con las FARC-EP, además del anunciado para con (sic) el ELN”. Es decir, el debe ignorar los resultados del plebiscito, seguir en el juego de las capitulaciones extremas y agravar su error ofreciendo los mismos beneficios al ELN.
En otro punto de ese texto, donde la desfachatez se riñe con la mentira, ellos argumentan que las Farc fueron “legitimadas” por quienes votaron “sí” el 2 de octubre. Tras semejante desatino, lanzaron otro plato, aún más indigesto, al afirmar que los que votaron de esa manera en el plebiscito “asumieron los perdones por los hechos de guerra sucedidos en las décadas de conflicto”. Como se vé, en un solo párrafo el hábil editorialista de las Farc deslizó tres supercherías: lo de la “legitimación” de las Farc, lo del “perdón” y, finalmente, lo de transformar, sin sonrojarse de vergüenza, las atrocidades, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad de las Farc, en banales “hechos de guerra”.
Obviamente, las líneas más tóxicas y amenazantes fueron reservadas al expresidente Álvaro Uribe, al partido Centro Democrático y, en general, a la coalición de hecho que lucha por la paz con justicia y dentro de un sistema democrático. Esa conjunción de fuerzas patrióticas es descrita por las Farc como una “patota político religiosa y militarista” que quiere “empujar nuevamente” al “combate armado”. Así, Timochenko y sus plumíferos, con esas amabilidades, declaran que quienes las critican pueden temer lo peor. Tratan también de hacer creer a sus adictos que la próxima acción terrorista que desaten será culpa del uribismo, no de ellos.
Vale la pena citar el otro párrafo dedicado a los insultos : “Uribe Vélez (…) adversario de fracción de clase oligárquica [de Santos] logró conformar una coalición religiosa-política apoyada por un sector militarista de las FFMM, el mismo que hizo el vuelo rasante durante el discurso de Timoleón, coalición a la que se le adhirió el Procurador Ordoñez y varias Iglesias incluido el obispado católico, y quienes exhibieron toda su fuerza en la masiva manifestación del 10 de agosto pasado, como un adelanto de lo que se acaba de presentar en el plebiscito acabado de votar.”
El combate político del ex presidente y senador Álvaro Uribe, de su partido, del ex Procurador Alejandro Ordóñez y de la jerarquía católica más lúcida, contra los pactos escandalosos de La Habana, que ponían en entredicho la continuidad del sistema político colombiano, es visto por esa gente como una calamidad. Habría que agregar a esa lista tan honorable al ex presidente Andrés Pastrana y al admirable ex ministro Fernando Londoño Hoyos.
Las marchas y plantones en las principales ciudades de Colombia, el 10 de agosto pasado, en defensa de los niños y de la familia y contra los manuales mediante los cuales el gobierno de Santos trata de introducir la ideología de género en el aparato escolar, es ultrajado también por las Farc.
¿Creen los señores de la banda narco terrorista que con esos ataques a la voluntad popular, al voto soberano, y al Centro Democrático, podrán hacer política sin apelar al final a los fusiles? ¿Eso es lo que ellos llaman usar “la palabra como arma de paz para Colombia”?
El triunfo del No en el plebiscito no abrió una fase de “incertidumbre” como dicen los amargados santistas. Ese voto, clarificó, por el contrario, la situación: Colombia no quiere caer en manos de Cuba ni ser transformada en una Venezuela bis. Ese voto fue una señal importante: el país aprende rápidamente, sabe ahora cómo enfrentar pacíficamente a sus enemigos, logra interpretar los embustes de las Farc y está dispuesto a combatir con todos los medios para impedir que una minoría de terroristas arcaicos llegue al poder y conduzca al país a la obscuridad y la miseria, en momentos en que el resto del mundo está demoliendo en todas partes los sistemas totalitarios.