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Tikkun Olam

Álvaro García Valencia —un querido amigo que, aunque nacido en otros lares, quiere mucho a Venezuela porque vivió muchos años entre nosotros y la conoce bien— me planteó una de sus muchas preocupaciones por la actual situación venezolana.  Y palabras más, palabras menos, me propuso que tratara de tocar “la conciencia de muchos venezolanos que viven en el exterior para que ayuden de alguna manera a sus connacionales que huyen del régimen maldito” cruzando las fronteras de Colombia y Brasil para regarse por varios países de Sudamérica, o desde cualquiera de los pocos aeropuertos nuestros que quedan con vuelos internacionales para viajar hacia Centroamérica, América del Norte, Europa y hasta las antípodas, Australia y Nueva Zelanda. Piensa que nuestros paisanos que ya tienen algunos años residiendo en algunos de esos países y regiones “es mucho lo que podrían hacer para aliviar su travesía”.  Se duele porque ha visto “videos conmovedores de venezolanos durmiendo en las calles de Colombia, Ecuador, Perú. Caminando largos días a pie para llegar a algún destino”.  Y se queja de que “hasta ahora no he visto aquí en la Florida una brigada de ayuda.  Hace algún tiempo, se recogía medicinas para enviar a Venezuela, pero eso fue descontinuado por causa de los controles comunistas (en los lugares de entrada al país, añado yo); pero se puede hacer mucho directamente en los países donde está ocurriendo la crisis humanitaria, (enviando a esos destinos colaboraciones) con transporte, ropa, comida, etc.”.

Muy dentro de mí pensé que los venezolanos que más abundan en el exterior son los guerreros del teclado que —desde ambientes con aire acondicionado y mullidos sillones— emplean las redes sociales para incitar a la lucha fratricida a quienes nos quedamos.  No digo que todos mis paisanos que residen en otros países son así; también conozco y tengo a honor ser amigo de algunos que hacen uso de los medios electrónicos para incitarnos a la resistencia, para criticar al régimen, para descubrir los latrocinios de la nomenklatura, para sugerirnos formas de acción sensatas.  Y esos apoyos hay que agradecerlos.  Yo, el primero.  Pero a quienes me refería al comienzo del párrafo hay que pedirles que cojan mínimo.  No es fácil enfrentarse a unos desalmados que no tienen escrúpulo alguno para matar, meter en prisión, expropiar o hacer quebrar, a personas solo por haber cometido la osadía de pensar distinto.

Yo estoy con mi conciencia tranquila; a mis ochenta años hago lo poco que me permite esta provecta edad: escribo estas críticas semanales —que me presuponen algún riesgo porque son bastantes las amenazas que recibo de otros guerreros del teclado, estos rojos-rojitos, también fanatizados como los otros—, he ayudado a varias personas (monetariamente, proveyendo contactos, dando recomendaciones) para facilitarles su terrible, desesperado, emprendimiento al emprender la huida en búsqueda de algo de seguridad, salud y trabajo que les posibilite ayudar a quienes tuvieron que dejar atrás, algunos para no volver a verlos.  Lo hago sin interés alguno, solo por sentirme bien conmigo mismo.  Por “tikkun olam”.

La frase, que en hebreo significa “reparación del mundo”, es una invitación —no es un mandamiento, y ni siquiera aparece en la Torah, solo en el Talmud— a comportarnos correctamente, a realizar buenas obras para de esa manera contribuir al mejor funcionamiento de las sociedades, al logro de la verdadera civilización.  Porque solamente cuando damos el ejemplo con nuestras acciones costumbres y prácticas podemos estar en paz con nuestras conciencias.  Pero esa instigación talmúdica no es solo para los de fe judaica; nosotros los cristianos (independientemente de la adscripción: católicos, ortodoxos, protestantes) también tenemos que actuar igual.  Y con más razón por aquello que Jesús nos ordenó: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado”.  O sea, que ahora debemos entenderlo como una exigencia.  Actuar con caridad (que es el otro nombre del amor) es obligatorio para nosotros.

Paisanos que tienen la suerte de que cuando le meten la mano al dril pueden sacar: dólares, libras, euros, pesos, shekels, ayuden a los nuevos expatriados, los que han tenido que salir por la necesidad.  Hay varias maneras, pero una que puede ser muy eficaz es la de contactar alguna ONG seria, respetable, honrada, en alguno de los lugares de destino y coordinar con ella los envíos de fondos, provisiones, medicinas, ropa, calzado, para aliviar a los viajeros.  Caritas Internationalis es sumamente seria en eso de aplicar la caridad con honradez y eficientemente, pero no es la única organización religiosa dedicada a patentizar el amor de Dios; las diversas iglesias protestantes también las tienen; los hebreos tienen una asociación que inicialmente sirvió para ayudar a sus correligionarios que debieron huir de algunos países, pero que ahora, con la disminución de esas personas, se han cambiado para ayudar a los emigrados en cualquier parte del mundo donde estén ellos presentes.  No recuerdo su nombre, pero se les conoce en los lugares de llegada de inmigrantes por sus chalecos verdes. En fin, que hay maneras. Hace poco vi por televisión que un cantante de moda regaló cuarenta pasajes de autobús para que paisanos suyos (nuestros) pudieran atravesar Ecuador y llegar a Perú. Dios se lo pague. No debiera ser muy difícil coordinar algo parecido en varias ciudades de entrada a otros países. Metan la mano. En ambos sentidos: literal y figurativamente…

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