Terapias génicas, pasaportes a una mejor calidad de vida
In memoriam, Natalia Araujo-Cunto. ¡Cuánto le habría beneficiado a ella, de haber estado disponible!
Eran las 12:52 pm del 14 de septiembre de 1990 cuando la niña Ashanti DeSilva, de cuatro años, nacida con un sistema inmune débil que le hacía proclive a infecciones microbianas sin fin y a una expectativa de vida breve, hizo historia como la primera paciente sometida a un tratamiento experimental de terapia génica, bajo autorización y vigilancia del comité ético del Instituto Nacional de Salud (NIH) en Estados Unidos. El equipo estuvo dirigido por el genetista William F. Anderson, a quien se ha llamado «el padre de la terapia génica» y los inmunólogos del Instituto Nacional del Cáncer Michael Blaese y Steven Rosenberg.
Ashanti había nacido con «inmunodeficiencia combinada severa» generada por carencia de la proteína adenosina desaminasa (ADA), una molécula que entre otras funciones hace posible que los linfocitos T, un tipo de glóbulos blancos, se mantengan activos en su papel protector contra infecciones. La niña había heredado de sus padres dos copias defectuosas del gen ADA, portador de la información necesaria para la síntesis de la proteína en cuestión, por lo que su tierno organismo era incapaz de defenderse de microorganismos infecciosos. Corregir ese defecto, es decir, introducir el gen normal para desplazar la anomalía, solo sería posible mediante técnicas de ingeniería genética que para el momento apenas se vislumbraban de aplicación terapéutica.
Para tratar a Ashanti, el equipo de especialistas tomó muestras de sangre de la niña, de donde se tomaron los linfocitos T para reproducirlos e insertarles el gen funcional de ADA, y así modificados fueron reintroducidos en la niña. A lo largo de dos años, 11 infusiones de vector ADA fueron necesarias hasta lograr que su organismo produjera ADA normalmente y para siempre. Hoy Ashanti, con 36 años de edad, vive en Chicago, está casada, es graduada en la Universidad de Ohio y trabaja como consejera genética, una labor para la cual diríamos que estuvo predestinada desde su concepción.
El éxito del tratamiento de Ashanti condujo al vasto campo de investigación en terapia génica. Carlos Ayala Grosso, científico del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), quien aplica enfoques bioquímicos al estudio de trastornos neuropsiquiátricos, me comenta que las terapias génicas tienen un futuro promisorio en el tratamiento de trastornos neurodegenerativos como la enfermedad de Alzheimer, Parkinson, esclerosis lateral amiotrófica, entre otros, para los cuales hoy solo existen medicamentos paliativos. Así, por ejemplo, experimentos recientes sugieren la factibilidad de una terapia génica para Alzheimer, a partir de una proteína clave, el factor neurotrópico del cerebro (BDNF), producido naturalmente a lo largo de la vida y cuya disminución va asociada a esa pérdida de memoria característica de la enfermedad. De allí que se esté evaluando terapia génica con BDNF. Estas y otras promisorias noticias en el campo de la terapia génica en trastornos neuropsiquiátricos, aunque no de pronta aplicación, dan esperanzas de futuro para su manejo clínico.
Novedosas tecnologías de edición de genes se están usando para abordar la cura de otro trastorno hereditario severo, la anemia falciforme (sickle cell anemia), que aflige a millones de personas, sobre todo a poblaciones de origen africano o mediterráneo. Esta enfermedad está asociada a la hemoglobina en los glóbulos rojos de la sangre y en su función de transporte de oxígeno. Los glóbulos rojos sanos, redondos y flexibles, circulan por pequeños vasos capilares para llevar oxígeno a todo el cuerpo. La hemoglobina de un paciente con anemia falciforme es anormal, lo cual causa que los glóbulos rojos se pongan rígidos y viscosos, tengan forma de media luna y no puedan cumplir satisfactoriamente con su función de transporte de oxígeno. Dichas células falciformes tienen una corta vida, lo que causa anemia recurrente. Además, al pasar por los vasos capilares pueden atascarse y obstruir la circulación de la sangre, derivando en dolor, infecciones, síndrome torácico agudo, accidentes cerebrovasculares y en casos extremos, muerte temprana.
Una mutación puntual en el gen de la β-globina, componente estructural de la hemoglobina, es la causante de la anemia falciforme. De manera que corregirla por terapia génica en células madre del propio paciente, es decir, sustituir el gen defectuoso por la versión sana, es un propósito planteado por investigadores del área, en afán de encontrar cura permanente a esta enfermedad. Ya están en curso pruebas clínicas, cuyos resultados preliminares son alentadores en la mayoría de los pacientes bajo tratamiento.
Leucemia linfocítica, distrofia hereditaria de la retina, atrofia muscular, talasemia, hemofilia y muchas otras enfermedades de origen genético están siendo estudiadas bajo el prisma de la terapia génica. No todo es miel sobre hojuelas, sin embargo. Tratamientos similares han fallado o han producido efectos secundarios indeseables y solo se han hecho en centros muy especializados, dadas las complicaciones técnicas inherentes a los procedimientos. Actualmente, diversas terapias están en pruebas preclínicas, aunque solo muy pocas han sido autorizadas para su aplicación general.
Un obstáculo mayúsculo en la aplicación de estas terapias es el económico: por ahora, una terapia puede costar de ¡500 mil a 2,8 millones de dólares!. La esperanza es que, como ha ocurrido con los principales avances científicos, sus costos se reduzcan sustancialmente a medida que se avanza en la investigación.
A manera de ejemplo, el proyecto inicial del genoma humano, en la década de 1990-2000, costó un estimado de mil millones de dólares. Dada la evolución de las técnicas usadas y el conocimiento acumulado, ese mismo ejercicio en 2006 había bajado su costo a US$ 20-25 millones; en 2015, a US$ 1.500. Hoy en día, hay empresas biotecnológicas que ofrecen presentarle a usted su genoma completo por ¡US$ 600!
De manera que si bien al presente las terapias génicas son de muy limitado acceso por ser experimentales y de alto costo, el mañana trabajado desde hoy se perfila prometedor para los futuros dolientes de estas y otras enfermedades de origen genético. La investigación fundamental en biomedicina siempre ha sido un oficio costoso pero sus resultados han hecho posibles los avances de la sociedad y la curación o tratamiento de enfermedades hasta hace poco intratables.