Teatro del absurdo
Que la demolición sistemática de las instituciones y su sustitución por formas anárquicas de administración en prácticamente todas las funciones públicas sea la esencia de un proyecto político. Difícil pero no imposible, porque es un proceso real del cual somos testigos en nuestro propio suelo frente a un Estado que, carente de justicia, capacidad administrativa, mesura y razonamiento para ejercer pacíficamente su autoridad y menos aun, para ganarse el respeto de sus ciudadanos, apela a la anarquía como estilo de poder. El desarrollo del actual y largo proceso de desgobierno ha convertido al nuestro en un país sencillamente absurdo. En una puesta en escena tan disparatada como las absurdas comedias de Eugenio Ionesco, en la que la economía se administra por amenazas, controles y confiscaciones; la justicia se desenvuelve bajo el imperio de la impunidad; el bienestar de los ciudadanos se circunscribe al dominio de la escasez y la inflación; la seguridad personal es arbitrada por los maleantes; circula un signo monetario del cual los ciudadanos no tienen noción cierta de su valor; la salud es más asediada por la miseria de los servicios sanitarios que por las propias enfermedades; un país donde el hoy significa desconcierto y el mañana temor antes que esperanza.
En el paroxismo de lo irracional, el episodio de esta semana, de bandas de atorrantes, empoderados, armados e ilegales, que ponen de patitas en la calle nada menos que al poderoso ministro de la seguridad y la justicia, va todavía más lejos, transita del absurdo a la caricatura.
Desde su sepulcro profanado, el Libertador nos debe estar apuntando con su dedo de advertencia y evocando su fatídico testamento: “…la anarquía os devorará.”