Suicidio y asesinato en masa
Nadie pudo imaginar jamás que el asesinato en masa durante el suicidio del copiloto del avión alemán que se precipito contra los Pirineos, hace un par de semanas, fuese posible. La concurrencia de los factores que sucedieron para tal tragedia se escapa a toda lógica y entra dentro de lo imprevisible.
Ni siquiera el hecho de que el copiloto estuviese en tratamiento por depresión explica lo sucedido. En todo caso, como argumento, ayudaría a comprender su necesidad de suicidarse.
Hasta ahí lo que, como psiquiatra, se me hace comprensible.
El asesinato en masa sucede con relativa frecuencia. Hemos visto como hombres y niños armados, en los Estados Unidos, Rusia y recientemente Kenia, han asesinado en escuelas y universidades a muchos otros niños y profesores. También vimos en septiembre de 2011, el horroroso espectáculo de los aviones estrellándose a propósito contra las torres gemelas en Nueva York, el Pentágono y otro más que no logró su cometido. Lo importante es que los perpetradores no necesariamente son o eran enfermos mentales, por mucho que tengamos la tendencia a pensar que tales acciones solo son posibles en las mentes perturbadas de enfermos mentales diagnosticados o inadecuadamente diagnosticados.
El asunto no es la enfermedad mental. La desgracia de padecer un trastorno mental no incluye ni excluye la maldad. Hacer daño, maltratar, agredir, matar, no es síntoma de enfermedad, aunque pueda acompañar al trastorno, como tampoco la excesiva pasividad, bondad, desmotivación y contemplación, son signos de enfermedad mental.
Pensar que la culpa de estos sucesos y el de el avión alemán en particular pueda recaer en un diagnóstico insuficiente, es, cuando menos, una ingenuidad peligrosa. Debemos diferenciar la salud individual de las acciones del individuo. La venganza, el fanatismo, la vergüenza, la rabia, la sublimación, pueden conllevar dramas extraordinarios y no estar, para nada, insertos dentro de la psicopatología. No son enfermedad.
Exigir seguridades de sanidad mental absoluta comprobada, es poco menos que imposible y topará con la mentira, el disimulo, el ocultamiento y la evasión de los exámenes y pruebas a practicarse. Pasará como con el alcohol y las drogas. Sabemos que algunos problemas como la celotipia y la paranoia, no aparecen de la noche a la mañana y no desaparecen porque no bebiste o no aspiraste unos pases en los últimos cinco días.
La enfermedad mental, o mejor dicho, el fantasma de la enfermedad y su posible diagnóstico se está convirtiendo, lamentablemente, en una amenaza terrible para ciertos grupos laborales. No es esa la manera de batallar contra la maldad. A los enfermos los tratamos los médicos y a los malvados les toca tratarlos a la sociedad como un todo, incluyendo padres, maestros, religiosos, policías y jueces.