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¿Sigue siendo válido el gobierno de las mayorías?
El mas grave problema que confronta la civilización occidental, el enfrentamiento por muchísimos medios entre la cultura europea y la islámica, cuestiona en sus raíces mismas los valores y los principios sobre los cuales se estableció nuestra forma de vida, independientemente de los matices, excesos y abominables hechos que estamos presenciando.
La democracia, con sus variantes naturales en distintos países, tiene su fundamento en el gobierno de las mayorías, en el voto, en definitiva es inseparable de la demografía, del número, de la cantidad de seres humanos que en cada sociedad cohabitan (deberíamos decir «conviven» pero no conviven). Ese principio, piedra miliar de la democracia, es por primera vez, grave y seriamente cuestionado, de la respuesta que seamos capaces de darle a este reto inédito, dependerá todo, dependerá el que exista alguna forma de futuro civilizado, racional, inclusivo.
La humanidad se ha enfrentado a las invasiones desde que existe el hombre, pero nunca había sido la procreación masiva el arma de los invasores, nunca la palanca de cambio cualitativo había tenido la «inofensiva» forma de inocentes niños. Para este tipo de «bombas» no estábamos preparados y seguimos sin estarlo.
Es que lo que quedó seriamente cuestionado es, nada más y nada menos, que la legitimidad basada en el voto, los procesos electorales -pese a todas las manipulaciones y distorsiones que a diario presenciamos- han sido y aún son, la forma suprema y sagrada de nuestro modo de vida, la fuente primigenia e incuestionada del poder, como lo fue por siglos la sagrada unción de los monarcas en Reims o en Westminster o de manos del Papa…
No tengo la menor idea, si la tuviese, ya estaría propagándola y defendiéndola «urbi et orbi» de cual sería la fórmula que permita una solución humanitaria e incruenta de solventar el drama. Lo que si tengo claro, es que la cultura judeo-cristiana que nos envuelve, prácticamente a todos, de los Urales para acá, no puede dejarse destruir por una inmigración, en buena parte fanatizada e ignorante, que en pocos años a través del vientre de sus mujeres parirán nuevas mayorías, extrañas y hostiles a nuestros valores, a nuestras maneras de vivir, a nuestra Historia. Los pensadores, los Políticos (las mayúsculas son deliberadas y excluyentes), los Think tank las iglesias, deberían hacer de este tema el centro de sus debates.
Es el momento de privilegiar lo sustantivo sobre lo adjetivo, lo permanente sobre lo inmediato, lo esencial sobre lo importante. Y es necesario hacerlo ya -deberíamos estar en eso hace mucho tiempo- tenemos conciencia de que no es nada fácil, la democracia, los procesos electorales nunca han sido perfectos, son sistemas y medios que requieren una diaria reingeniería, tan estoy consciente de ello que en mis tiempos de profesor, en el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela, titulé un seminario que dictaba: «… La democracia esa hermosa utopía», pero ahora, fuerza es admitirlo, no se trata sólo de los ajustes y replanteos de un sistema perfectible, el «menos malo conocido«. Se trata de encarar y encontrar una solución racional, se trata de cuestionarnos y replantear la «simple» medida de las mayorías y minorías y sustituirla por alguna fórmula que debemos parir, como Jupiter de nuestras cabezas…
¡ Recórcholis !