Sí, somos pitiyanquis
El termino pitiyanqui, a pesar de ser un venezolanismo para el DRAE, procede de Puerto Rico y su significado es «imitador del estadounidense», pero indudablemente no es una invención de Chávez.
Es un vocablo bastante trajinado por Latinoamérica sin que sea de mayor profundidad su significado, ni con él se apene u ofenda a nadie. Es muy posible que todos seamos pitiyanqui en una mayor o menor medida, y nos guste el norte; no obstante diga en sus acordes la vieja «guasa» interpretada originalmente por «Los Cañoneros» «que el norte era una quimera, que atrocidad».
Alexis de Tocqueville (De la democracia en América), «tras sus históricos viajes a los EUA comprende que democracia y libertad son dos constantes cuya necesidad histórica es ineluctable».
Lo interesante del esbozo de este pensador francés es alcanzar la comprensión de la idiosincrasia norteamericana.
Nuestro pitiyanquismo data desde hace mucho tiempo, quizá desde las tiras cinematográficas, como la «Patrulla de Batan» y otras más donde elocuentemente se exaltaba el heroísmo yanqui.
O también pudiera ser, cuando descubrimos aquella tienda en San Agustín del Norte llamada «Pita», donde vendían pura mercancía importada de las mejores marcas yanqui, allí compramos nuestros primeros mocasines apaches y los mejores blue jeans de marca. Esa popular tienda contribuyó notablemente para sembrar en las clases populares y media el pitayanquismo en aquella época.
En este momento determinar quienes son los más asiduos visitantes a EUA es difícil, si los seudo revolucionarios, o los ciudadanos comunes de este país. Constantemente vemos fotos de los boliburgueses haciendo grandiosas adquisiciones en el país del norte, tratando de disfrazar su identidad. Pues pitiyanquis somos todos prácticamente, desde que nacimos. Hemos visto el desarrollo de Estados Unidos como una realidad concreta sin que necesariamente estemos dispuestos a convertirnos en su colonia o a permitir establezcan bases militares en nuestro territorio. Quiérase o no los norteamericanos trajeron prosperidad a esta tierra y en momentos críticos hubo la oportunidad del diálogo.
La pobreza en este período no se compadece con ninguna otra en el resto de las naciones del mundo, ni anteponiéndole la máxima de que ser rico es malo. Los venezolanos cotidianamente demuestran sentimientos contrarios, manifestando que no les gusta ser pobres y hasta presumiendo con ostentación. Hace mucho tiempo que el venezolano dejó de obrar en retretes de hoyos para que ahora quieran retrogradarlos a una de esas estampas de la Cuba contemporánea.
Por ello, la condición de pitiyanqui dejó de ser una forma despectiva, aunque así lo recoja el DRAE; y bajo el nebuloso cielo en que vive la nación, es preferible ser un pitiyanqui y no un vasallo de los rusos por querer llevarle la contraria al mundo civilizado o por miedo al régimen, permitiéndoles que estacionen sus aviones en nuestra tierra soberana y consintiéndole traigan a nuestras costas su navío «Pedro El Grande». Que mayor ridiculez para nuestra peculiaridad tratarnos de convertir en súbditos de Rusia.
También tenemos inclinaciones grabadas de dos notables de la literatura norteamericana como Walt Withman con marcada influencia en Pablo Neruda y Borges, y de Jack London.
Así que, la expresión pitiyanqui no debe ofender a ninguno, contrariamente debe identificar a una población que busca emular el progreso de una nación aventajada en ese sentido.
Desastroso sería en que nos convirtiéramos en unos serviles de los rusos o de los iraníes, dejando de estar en comunión con el mundo desarrollado.
Somos la generación pitiyanqui, la que quiso aprender cómo se alcanzaban las riquezas, haciendo la salvedad en la distribución justa de estas; por eso, ser pobre es lánguido y se toma como un adefesio. El pitiyanquismo actual, denota adelanto en libertad. «Derrotarlo» costará acabar con varias generaciones sea cual sea su bandera política, aparte de que no hay nada que se le pueda anteponer que no sea la miseria inexistente del «comunismo».