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¡Se pasaron de la raya!

En el habla coloquial, la expresión “pasarse de la raya”, es indicativa de excesos cometidos por quienes, conociendo la regla, transgreden la norma establecida por ley, convención, acuerdo o compromiso. Según la RAE, es una expresión idiomática de incidencia negativa. Empleada para dar cuenta de haberse consumado un atropello en franco desacato a lo pautado normativamente. 

Casi siempre, ocurre cuando se actúa en contrario al ordenamiento social, cultural o legal. Significa romper códigos sociales o legales. “Pasarse de la raya” es una irreverencia provocada por la actitud de alguien incitado por la soberbia, el abuso de confianza o la presunción de superioridad de quien llega a creerse con más derechos que los demás. 

Implicaciones políticas

En el ejercicio de la política, “pasarse de la raya” tiene una otra repercusión. Generalmente, indica abuso de poder. Particularmente, de poder empleado para imponer un orden que, muchas veces, es representativo de resentimiento o intención política de dominación en medio de una coyuntura u ocasión. Se habla de transgresión de los límites permitidos o que deben respetarse. La connotación que la frase “pasarse de la raya” adquiere en política, deriva del hecho de obviar, de manera premeditada, una situación cuyos límites están restringidos. Y transponerlos o traspasarlos, es representativo de quebrantar o franquear con deliberada impunidad, la restricción en curso o estipulada.

Y no sólo es un evento que compromete una acción física. Implica también al lenguaje u oratoria contenida en una declaración, pronunciamiento o discurso. En ese caso, constituye el vehículo apropiado para “pasarse de la raya”. En el fragor de la situación en cuestión, se dice que el político “se rayó”. Y estar “rayado en política”, es indicativo de estar agotado, quedar rezagado o verse apartado ya que su palabra o compromiso ha de calificarse cual “humo de brasa encendida”.

La postura adoptada por el régimen político venezolano, tiránico por dónde se vea, ha buscado “pasarse de la raya” pues consiguió por esa vía lograr intenciones de todo tenor. No sólo rápido. Peor aún. Sin atender, observar y entender las posibles consecuencias que, en lo político, cultural, social y económico, implican dictar órdenes, imponerlas o decretarlas (con rango y fuerza de ley).

“Pasarse de la raya”: mal hábito del autoritarismo

El carácter usurpador del régimen venezolano, sumado al de opresor, lleva a que las decisiones tomadas logren “pasarse de la raya”. De esa forma, se arroga sin vergüenza alguna toda embustera pretensión de manejar la gestión anunciada con tambores, cornetas y platillos, apostando a hacer un “buen gobierno”. Que, desde luego, resulta todo lo contrario.

De esa forma, comete violaciones de toda índole, abusos en todo momento, infracciones de ley pasando por encima de los preceptos constitucionales y acuerdos aceptados. Por tanto, actúa siempre irrespetuosamente. Busca juzgar toda situación con arbitrariedad e impunidad. Amenaza cualquier situación que, a los ojos del proceder autoritario, presume ventajosa. Por tan gruesa razón, dicta sentencias sin fundamentos jurídicos apelando a lo ocasional. Apresa y tortura a quien anuncia y demuestra la verdad y acusa la mentira utilizada como recurso de gobierno. Desconoce la jerarquía de los poderes nacionales y la autonomía de instituciones públicas pateando la institucionalidad universitaria y de empresas estratégicas. Administra la hacienda pública a su entera disposición. Se empeña en gobernar según criterios de exclusión, indolencia, indecencia, resentimiento y odio. 

Pero, sobre todo, burlándose de la historia bolivariana. Historia ésta representada por el esfuerzo de vida y la palabra diligente y profunda de un civilismo expuesto en el proceder académico y de vida, de hombres y mujeres de infinita valía moral, cognitiva y ciudadana.

Razón cierta

Si algo podría servir para explicar por qué razón el régimen político venezolano acostumbra “pasarse de la raya” a través de las actuaciones, procedimientos o medidas obradas por sus órganos de poder, oficinas de administración de gobierno, instituciones que se reparten el poder público o transfieren cuotas de autoridad a instancias inferiores y sumisas, es el miedo que tiene de verse defenestrado. O fuera del poder que logró secuestrar,  por el afán de posesión o de absurda pertenencia.

Ese tipo de miedo, ocasiona un poder de influencia que resulta amedrentador. Especialmente, al vivir la angustia de saber que su gestión de gobierno ha resultado en fracaso total. Que ha llevado al país a la ruina y a la destrucción y descomposición nacional. Dicho temor tiene paralizado al régimen político toda vez que, por fin, la calle dejó de adularlo. Así como de cantarle y recitarle loas que alababan victorias impropias. 

Por eso, el régimen actual le tomó miedo al cambio que se avizora. A lo nuevo que muestra el horizonte. Incluso, a lo desconocido. El miedo amplifica los riesgos que rondan alrededor de cada decisión tomada. Por eso, adoptó el criterio político, judicial, militar, policial y administrativo de abusar del poder. Así, los funcionarios de cualquier categoría optan por actuar groseramente para justificar que cada determinación apunta a “pasarse de la raya”. 

De esa forma, cualquier decisión gubernamental deja al desnudo la crítica situación que padece el país. Por consiguiente, es de advertirse que estos aduladores, alborotados gobierneros y abusivos politiqueros de oficio, han actuado con la peor intención. Por eso, los acecha la justicia internacional por cuanto sin lugar a dudas, estos gobernantes bolivarianos ¡se pasaron de la raya!

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