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Se agotó el rentismo…. ¿ahora qué?

Hablar del rentismo se ha convertido en el debate político nacional, casi que en un lenguaje común. Pero para hablar del agotamiento del modelo de desarrollo, afincado en el rentismo petrolero, es necesario hacer previamente ciertas precisiones. Por definición, podemos afirmar que en Venezuela el rentismo surge cuando, hace más de siete décadas, el ingreso derivado de la explotación y venta de los hidrocarburos bajo monopolio estatal pasa a ejercer una influencia determinante como recurso fiscal, sin que en la generación del mismo se haya realizado un esfuerzo productivo de la colectividad del país. A partir de entonces, a través de la distribución hegemónica de ese recurso por el Estado se ha alimentado el clientelismo y el hábito de la captura de esa renta por un conglomerado social, en desmedro de la cultura del emprendimiento, del esfuerzo productivo y de la diversificación de nuestra economía, configurándose un modelo económico con una acentuada y muy peligrosa dependencia petrolera.

Frente a la grave coyuntura que se está viviendo en el país, es necesario entender la naturaleza de la crisis socioeconómica que se ha agravado por el agotamiento de ese modelo rentista petrolero, que no solo se expresa en la imposibilidad de mantenerlo por la drástica caída de los precios del petróleo, producto de cambios estructurales en el mercado y en la geopolítica energética global; sino igualmente por la perversa herencia que nos está dejando ese modelo agotado, expresada en la cultura del clientelismo político, del populismo y de un Estado paternalista, promotor del centralismo y del patrimonialismo gubernamental. Un Estado que, con visión totalitaria, se empeña en monopolizar – con un marcado sesgo excluyente – la construcción del destino del país y repartir a su antoja las dádivas del rentismo, desmejorando la cultura del trabajo y de la responsabilidad individual.

El agotamiento del modelo rentista petrolero y sus consecuencias no pueden evaluarse solo con criterio economicista, es necesario profundizar en la consideración de la crisis social y de valores generado en el desarrollo de ese modelo, especialmente en los últimos lustros. Son secuelas de ese aspecto de la crisis, el marcado deterioro institucional que está sufriendo el país, la violación de derechos humanos, la inseguridad personal y, sobre todo, la corrupción reflejo de la quiebra de principios éticos y morales y que se presenta como la más sombría amenaza a nuestra endeble democracia y a la estabilidad política del país, cuando en el último informe de Transparencia Internacional (2014), Venezuela se señala como el país con el más elevado índice de percepción de corrupción en América Latina y uno de los más corruptos a nivel mundial, cercano a Sudán, Corea del Norte y Somalia.

Lo que está planteado entonces no es solo resolver puntualmente algunas consecuencias del rentismo, tales como el absurdo e insostenible sistema cambiario causante de inflación y corrupción, o reforzar la lucha por el rescate de las instituciones y defensa de los derechos humanos, ni tampoco solo concentrar el debate político en próximos procesos electorales; el cambio requerido es de mayor profundidad. Para erradicar el agotado modelo de rentismo petrolero y sus perversas consecuencias se requiere, con prioridad, impulsar sin exclusiones un sólido acuerdo de gobernabilidad que permita poner en marcha, con una visión de largo plazo, un modelo autónomo de desarrollo integral para rescatar el país de las garras del centralismo y del populismo, a fin de construir las bases de una Venezuela de excelencia, con una economía diversificada, productiva y gerenciada con firmes principios éticos que nos permitan liberarnos del cáncer de la corrupción. Se requiere fomentar igualmente los valores del capital social expresados en la práctica de la solidaridad, de la asociatividad, de la cultura cívica, de la excelencia y el emprendimiento, de la transparencia en la gestión pública y de la cultura de paz, como condiciones fundamentales para establecer instituciones que incentiven el progreso y promuevan la participación ciudadana. Solo así superaremos la cultura rentista y lograremos la confianza social para conformar el país productivo y solidario y el desarrollo humano inclusivo y sustentable. Un desarrollo que, como lo concibe el Papa Francisco, contribuya, sin populismo, a la construcción de un orden social eficiente en la reducción de la pobreza, que combata la corrupción, respete la propiedad privada y elimine los vicios del liberalismo económico.

Para responder a esa necesidad de cambio debemos entender que el recurso más valioso de nuestro país no es el petróleo, somos los venezolanos conscientes de ese reto y quienes debemos empeñarnos en superar la pesada herencia del rentismo para impulsar una nueva Venezuela capaz de insertarse, sin complejos, en las realidades globales de este nuevo siglo. Esas nuevas realidades en las que las verdaderas ventajas competitivas son el conocimiento y la información, lo que implica impulsar un modelo educativo orientado a la formación en valores y para el esfuerzo productivo, para la investigación y el desarrollo tecnológico y para el ejercicio de una genuina democracia participativa. Todo lo cual implica que la dirigencia política y todo el liderazgo nacional entiendan a cabalidad los retos planteados y la perentoria necesidad de realizarlos, con una visión compartida de una nueva forma de hacer política en la que los protagonistas de esos cambios deben actuar como genuinos estadistas, renunciando a los cálculos políticos inmediatistas y actuando solo en función del supremo interés del país. Es esa y no otra la respuesta inmediata frente al agotamiento del rentismo petrolero.

 

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Director General del CELAUP – Universidad Metropolitana
Twitter: @caratula2009

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