Se acabó el show del chavismo
Venezuela, un país con un imponente territorio pletórico de recursos, se ha quedado rezagado de la economía global, de las nuevas tendencias del desarrollo, de la ciencia y la tecnología, de las innovaciones y en general de la creatividad que emerge de una sociedad del conocimiento, fundamental para enfrentar los retos que representan los nuevos paradigmas de la civilización. Este desgarramiento que viene sucediendo desde hace 25 años lo ha liderado una casta de inútiles en alianza con militares gorilas y organizaciones criminales, haciendo retroceder al país a etapas primitivas. Una sociedad que no se encuentre en este momento ensayando modelos alternativos para su futuro, en un franco proceso de reposicionamiento ante un entorno de incertidumbres y amenazas globales, será un país frágil o en vías de extinción. Después de 25 años de retraso, las nuevas generaciones deben tomar en cuenta el fracaso y el desacierto en todos los órdenes iniciados bajo el mandato de Chávez, debido a su ignorancia y carencia de una visión coherente del desarrollo, incompatible con el guion cubano, sumando a esto la corrupción, el despilfarro, la mediocridad, ineficacia y en especial el desatino mesiánico que lo caracterizó. Los venezolanos fuimos testigos del permanente reality show de un prestidigitador, lenguaraz y astuto, que insistió durante su mandato en cautivar al público con un alud de mentiras, trivialidades, chistes y anécdotas irrelevantes ante la imposibilidad de mostrar hechos concretos, obras y políticas públicas sustentables. Chávez hacía que el sol saliera todos los días por el oriente y la gente admiraba y aplaudía el portento; su mantra del “desarrollo endógeno”, de la “agricultura endógena”, de los “ejes de desarrollo”, de los “gallineros verticales”, sus cantos de ordeño en cadena nacional, fueron suplantados por un modelo instantáneo y mágico: el petróleo, prometiendo repartir las ganancias con el lema “el petróleo es de todos”. El revenue petrolero durante su mandato ha sido calculado en 900.000 millones de dólares que, en lugar de invertirlo en progreso, lo que hizo fue potenciar aún más el endeudamiento, el rentismo y la corrupción. El ingreso petrolero no se reinvirtió en un desarrollo sustentable para lograr la independencia económica, industrial y productiva, mucho menos para sentar las bases de una sociedad del conocimiento. Tampoco se utilizó para empoderar al ciudadano, por el contrario, se lo robaron y despilfarraron hipotecando el futuro del país. Después de arruinar el sistema agropecuario, produjo un crecimiento exponencial de las importaciones que fue anunciado como un logro “mágico” de su gobierno. El prestidigitador mostraba eufórico a su pueblo en cadena nacional una procesión de barcos arribar a los puertos cargados de productos. Nos remitió, por analogía, a lo que Bryan Wilson descubrió entre los aborígenes de Nueva Guinea: el “Cargo cult” o culto a los cargueros. “Los nativos, al ver que los europeos llegaban en barcos cargados de mercancías, pensaban que eran los espíritus de sus antepasados que les traían regalos, por lo que dejaban de trabajar y se iban a los puertos a esperarlos y a realizar ceremonias y danzas ante los enormes cascos panzudos repletos de provisiones, convirtiéndose en un verdadero culto a los barcos que atracaban en el puerto” (Bryan Wilson, Magic and the Millenium, 1973). Mientras, con sus trucos y varitas mágicas, Chávez y sus enchufados hicieron desaparecer el colosal monto de las ganancias petroleras.
Cultura del milagro
El petróleo, tanto en la IV como en la V República, engendró una “cultura del milagro”. Nadie como Cabrujas supo retratar los espejismos del populismo: “¿De dónde sacamos nuestras instituciones públicas? ¿De dónde sacamos nuestra noción de Estado? De una chistera, de un rutinario truco de prestidigitación. Un candidato que no nos prometa el Paraíso es un suicida. ¿Por qué́? Porque el Estado no tiene nada que ver con nuestra realidad. El Estado es un brujo magnánimo”. Chávez con su visión mágica de la realidad nos condujo hacia un nuevo milenarismo, convirtiendo a la economía rentista y al país importador en un culto mágico donde él era el oficiante en las pantallas de los televisores. El antropólogo Fernando Coronil (El Estado Mágico, 2002), afirmaba que “el Estado venezolano cautiva mentes. El público, sujeto al encantamiento, ni participa ni internaliza los argumentos: es conquistado, subyugado, arrastrado por el flujo persuasivo de la retórica. El estado tiende a deslumbrar mediante las maravillas del poder, no a convencer mediante el poder de la razón. Con la fabricación de deslumbrantes proyectos de desarrollo que engendran fantasías colectivas de progreso, lanza sus encantamientos sobre el público y también sobre los actores, se apodera de sus sujetos al inducir la condición de receptividad para sus trucos de prestidigitación: un estado mágico”. Perplejos, fuimos testigos de la mayor elaboración en nuestros años de historia como nación de la taumaturgia y la deificación de un Estado petrolero absolutista y rentista, que ejerció el poder de forma teatral mediante el despliegue de sus prestidigitadores, vestidos en la IV República con chaquetas a cuadros y desde hace 25 años con uniformes militares. Debido a la corrupción, ignorancia y despropósito, el chavismo y sus herederos terminaron por arruinar la fábrica productora de “maná”. Se agotó la magia, se acabó el espectáculo cuando el público le lanzó tomates el 28-J al torpe mago sustituto que no supo disimular sus trucos.
Una casta de inútiles
El historiador Yuval Harari (Sapiens, 2014; Homo Deus, 2015), augura para el mundo un escenario preocupante que debería llamarnos a la reflexión: “Las tecnologías, el conocimiento y la información están ampliando las desigualdades entre una clase de superhombres con mayores capacidades y posibilidades y el resto de la humanidad, la casta de los inútiles”. Esto ya es una realidad en Venezuela, ya que mientras otros países, muchos de ellos pequeños, sin petróleo ni fuentes de energía, se preocupan por invertir y desarrollar el conocimiento, retener y atraer a los mejores talentos, buscar la excelencia en sus campus universitarios, nutrir la cultura y las artes, potenciar la agroindustria, desarrollar startups, pequeñas y medianas empresas dedicadas a la innovación tecnológica, acelerar el desarrollo de las ciencias vivas, desarrollar energías alternativas, hacer emerger las ciudades del mañana mediante diseños urbanos sustentables, alentar economías de nicho, promover políticas públicas eficaces, empoderar al ciudadano, invertir en el desarrollo informático, en la investigación biomédica, en la gestión sostenible de los residuos, en fin, todo lo que esta civilización y en especial las sociedades democráticas están demandando de sus gobiernos.
Aparte del boom petrolero de 1970 que convirtió a Venezuela en uno de los países más ricos de América Latina, entre 1999 y 2014, en el mandato de Chávez, el país obtuvo ganancias de US$ 960.589 millones, sin embargo, en las últimas décadas, los indispensables temas de desarrollo social no han estado presentes en el imaginario colectivo. Políticos y gobernantes, han obviado reflexionar y debatir sobre modelos desarrollo que no estén basados en la renta petrolera y en las importaciones, debido a que allí están las oportunidades de corrupción y enriquecimiento de una casta privilegiada de arribistas compuesta por empresarios, políticos y militares, asociados a cada gobierno de turno. Es desesperanzador el cuadro de pobreza, escasez, improductividad y marginalidad en todos los indicadores del desarrollo y de la economía mundial que exhibe el país. convertido en un paria del progreso humano y sus ciudadanos en mendigos.
La verdadera lucha es por un cambio de paradigmas
Como lo afirma el pensador Buckminster Fuller: “No podrás cambiar las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, debes construir un nuevo modelo que haga obsoleto el modelo actual”. Entre los factores para lograr la reconstrucción del país y sacarlo del encasillamiento de ideas obsoletas, es imperativo reposicionarlo, hay que pasar de ser un petro-Estado rentista a un Estado emprendedor. La tarea más urgente es la de ensamblar las individualidades para reconstruir el escenario político venezolano, para posicionarlo en el mundo del siglo XXI. Esto solo será posible en democracia, con la participación y voluntad política de mentes lúcidas que decidan corregir el rumbo incierto que ha predominado hasta el presente. Habría que comenzar por superar la pobreza mental imperante durante todos estos años – tanto del chavismo como de una parte de la oposición – y buscar un terreno común para el establecimiento de unas reglas de juego claras para salir del cul-de-sac donde nos han conducido. De acuerdo con George Steiner “no nos quedan más comienzos”, por eso, a la esperanza hay que ponerle nombre, posicionamiento, estrategias, conducción, ideas y programas, para hacer posible el renacimiento y la reconstrucción de la nación a la que aspiramos y merecemos, sin prestidigitadores ni mesías. Parafraseando a Woody Allen, podríamos elaborar un retrato de estos ilusionistas: Ante una multitud hambrienta, el mago hizo un gesto y de las cornucopias del escudo nacional brotaron alimentos y mercancías, todos aplaudieron asombrados. Entonces, de entre la multitud, surgió una persona virtuosa, habló con certezas de cómo salir de la pobreza a través del empoderamiento del individuo convirtiéndolo en emprendedor de su progreso individual y en responsable de su propio destino. Al primer gesto que hizo, desapareció́ el mago.