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Santos y su gesticulación desesperada

Juan Manuel Santos respondió a la arremetida que le montaron hoy los jefes de las Farc insultando no a los narco-bolcheviques que se divierten en La Habana soplándole en las narices calor y frío alternativamente.
En lugar de responderle a los llamados “comandantes” de las Farc –quienes después de saludarlo efusivamente en La Habana le anuncian ahora que lo acordado en materia de “justicia” y “post conflicto” es otra cosa y que la fecha del 23 de marzo no les gusta–,  Santos embiste de manera sorpresiva y agresiva, al punto de hacer casi una apoplejía ante los micrófonos, contra los patriotas, contra los críticos desarmados de ese engendro que él y Timochenko tratan de venderle a los colombianos, y a la prensa internacional, como un “proceso de paz”.
El presidente Santos gesticuló que “nadie ha hablado, y en ninguna parte del acuerdo se habla, de alterar el régimen de fuero presidencial que contempla nuestra Constitución”, y que “en ningún momento se habló de abrir procesos contra los expresidentes de la república”.
Tal declaración muestra que a Santos o se le enredan con mucha frecuencia los cables o que tiene una visión acomodaticia del proceso de paz. Parece que él no oyó, ni leyó, ni vió la declaración imperiosa del fiscal Montealegre del 28 de septiembre pasado. Este, tras el anuncio del “acuerdo de justicia” en La Habana,  proclamó que “el expresidente Álvaro Uribe Vélez podría ser investigado por el Tribunal Especial de Paz, que se planea crear como instrumento en el marco de la justicia transicional en Colombia”.
Toda la prensa publicó esas declaraciones escandalosas y politizadas de Eduardo Montealegre quien interpretó a su amaño ese papel firmado por Santos en La Habana, incluso antes de conocerlo completo y en detalle. Pues lo publicado por la prensa y el gobierno no son sino 10 puntos de un texto que tiene, según Iván Márquez, 75 puntos y mucha letra menuda.
Ya en Bogotá, el presidente Santos no se dignó comentar ni criticar ni objetar la curiosa declaración de Montealegre. Y ahora viene a decirnos que “en ningún momento se habló de abrir procesos contra los expresidentes de la república”. ¿No dijo acaso el señor Montealegre, en esos mismos días, que en vista de los pactos de La Habana los expresidentes (todos y no solo Uribe) tienen la posibilidad de un “ante juicio político ante el Congreso y ante la Corte Suprema de Justicia”?
Santos tampoco respondió a la advertencia que le hizo el senador Ernesto Macías, del Centro Democrático, en el sentido de que “según la interpretación perversa del Fiscal, a Juan Manuel Santos [también] lo juzgaría el tribunal que van a crear, por falsos positivos como ministro de Defensa”.
Santos no ve estas cosas, aunque debería verlas por el lugar eminente que ocupa en el aparato de Estado colombiano, antes de lanzarle improperios a sus adversarios políticos, antes de decirles que sus críticas, plenamente justificadas por las monstruosidades anti constitucionales que él está pactando con las Farc, son “ladridos”.
Si alguien ladra es porque es un perro. Al señalar como “perros” a sus críticos Santos rebaja él mismo su propia condición. La rebaja a un nivel zoológico.
Santos acude al método de los comunistas más infames que consistía en satanizar a sus víctimas, en reducirlas en sus discursos a la categoría de animales y de gusanos. Santos hace eso, como Stalin, como Fidel Castro.  “Esos perros se enloquecieron, deben ser liquidados”, gritaba el fiscal Andrei Vychinski contra los acusados Zinoviev y Kamenev, en los procesos trucados de Moscú de 1936, antes de que fueran asesinados en la Loubianka de un tiro en la nuca.  En 1918, Lenin trataba a sus enemigos de “insectos dañinos”, de “piojos”, de “escorpiones” y de “vampiros”. En pleno delirio de militante embrutecido, en 1952, Jean Paul Sartre eructaba: “Todo anticomunista es un perro”.
Es curioso que Santos escoja esa imagen del “perro” para insultar, en 2015, a la oposición en Colombia. ¿Es el anuncio de que él no ha comprendido nada de la historia? ¿De que todo ese sufrimiento, toda esa experiencia terrible del mundo con las ideologías totalitarias ha sido en vano? ¿Es la señal de que ella, la oposición anti Farc, correrá la misma suerte de los “perros” del universo estalinista de 1936?
Santos insulta y despotrica, pero no contra los que tratan de jugar con él llevándolo a firmar unos pactos secretos para revertir enseguida la mesa. El presidente de Colombia está en esa onda desafortunada, en la que él juega con la suerte de toda Colombia y espera, al mismo tiempo, que Colombia no descubra lo que está en juego y no se pronuncie, mediante el voto universal y secreto, sobre el futuro que los cubanos nos están fabricando.
Mientras Santos siga en ese cuento el desencuentro con la opinión pública será cada vez más grande. Y sus planes serán derrotados.
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Un comentario

  1. La metamorfosis de Santos, de Ministro de Uribe a cargo del exitoso operativo militar que destruyó el Spa de Raúl Reyes al norte del celestino Ecuador (ese campamento tenía demasiado tiempo allí), a benefactor de las FARC, aceptando inclusive reunirse en la MECA de los terroristas de América Latina, La Habana, se me hace cada vez más insoportable y cínica. Me sorprende menos desde que vi (y copié) una foto donde aparece Santos, con unos años menos que ahora, recibiendo una condecoración del Stalin caribeño, del propio Fidel en Cuba. De manera que los vínculos de Santos con el Castrismo y los lineamientos del Foro de Sao Paulo son de vieja data. Corresponde a la mayoría de los colombianos impedir que los criminales de las FARC se salgan con la suya, Santos mediante, y logren total impunidad para sus atrocidades de décadas.

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