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Sánchez vs Feijóo-Feijóo vs Sánchez

El debate entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, así como entre sus respectivas fracciones, durante las sesiones de Investidura, en las Cortes (Parlamento de España) ha dejado la impresión de ser un fraude político-intelectual, aunque no haya sido previamente planificado. Muy mal sabor, porque en la medida en que los números no daban a ninguno para ser investido como Presidente del Gobierno, el debate civilizado entre tendencias ideológicas, marcando las diferencias conceptuales de los modelos a desarrollar dejó de serlo y, sobre todo, porque a mi modo de ver, el objetivo de cada una de sus intervenciones, plagadas de insultos al oponente, ha sido solidificar el respaldo que puedan tener sus posturas sectarias, en el ánimo de líderes locales y regionales, así como en el de los impresentables personajes separatistas que cambian apoyo por el desmembramiento territorial.

De tal manera que el Debate de Investidura, así se nos antoja, es una réplica desvaída de los sostenidos en esas mismas Cortes, algunos lustros del pasado más reciente. Desvaído por carentes de contenido que, avanzando por sobre la limitada cartilla doctrinaria, asomaran fórmulas propositivas en cuanto se refiere al deslinde conceptual del desarrollo, enyugado con la necesaria profundización de la democracia y su contenido social. Aportes que arrojaran luz y proporcionaran piso firme al rumbo a seguir, de cara al futuro inmediato y sus posibles consecuencias. Desvaído por no haber construido camino alguno y, por lo contrario, fortalecer los argumentos de los enemigos del Sistema Democrático y de la unidad de España.

En Venezuela, cuando en la democracia, ya cuarentona, se hicieron visibles alarmantes síntomas que anunciaban la decadencia del sistema, ni los fundadores portadores de indiscutible autoridad moral, ni quienes nos consideramos sus discípulos, no asumimos la responsabilidad enfrentar a los agentes del desastre y combatirlos con la rudeza que ameritaban.

Así, el haber cambiado la calle por la pantalla de TV y el honesto abrazo del sindicalista apegado a los principios, con la clase media siempre vapuleada, por el zalamero y untuoso del potentado de la industria y el comercio, condujo a la ubicación en cargos de dirección en los partidos a quienes provenían de estratos y compromisos distantes de la democracia con acento social, iniciando un proceso de deturpación ideológica y actitudinal, lo que a su vez abrió la compuerta por donde se coló el oscuro pasado militar- militarista, en las botas de un moderno chafarote, con pasantía universitaria y un fracasado golpe de Estado, dejando las calles de Caracas y otras ciudades alfombradas con cadáveres de venezolanos. Y aquí tenemos a su heredero, haciendo sus más denodados esfuerzos por culminar su obra destructiva.

A mi modo de ver, España está trillando un peligroso camino. ¿Acaso imaginan que, con la muerte del Caudillo de España por la gracia de Dios, desapareció la doctrina militar de su formación, presente hasta en la sopa de cada integrante de las Fuerzas Armadas? ¿Acaso no podría emerger del infierno un Franco redivivo y, de nuevo, arrasar con todo enarbolando la bandera de la unidad de España?

Los 40 años son cruciales para todo organismo vegetal o animal. Los partidos políticos son organismos integrados por seres humanos que forman el entramado político-social de un país. En Venezuela, cuando los partidos democráticos cambiaron el debate civilizado por el insulto, la palabra huera y ofensiva, derrumbamos la democracia. El extremismo militar-comunista se hizo con el poder. Al decir del presidente Carlos Andrés Pérez, optamos por el autosuicidio.

La democracia española atraviesa el peligroso ciclo de los 40 años y está siendo dinamitada por líderes que, al parecer, no ven un poco más allá de los 365 días del año y la comodidad de una silla, la del presidente del Gobierno. Son cortos de miras. Desestiman las lecciones de la historia. De allí el que me invada un inmenso pesar por la suerte de nuestros hermanos españoles. Para cuando esta opinión salga a la luz, es posible que Pedro Sánchez haya sido investido presidente del Gobierno, sin que se conozca la magnitud de los compromisos con los separatistas. ¿Será la amnistía exigida por Puigdemont? Por eso, el Rey Felipe VI, Felipe González y José María Aznar, paradigmas de la democracia española, deben tomar la sartén por el mango y convocar a la nación para derrotar, en la calle, a los separatistas y pactar un gobierno de coalición.

Les llegó la hora salvar la unidad de España y la democracia.

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