¡Sácate el ojo! Jesús y el adulterio
Es admirable como Jesús en el Sermón del monte se dedica a hablarnos de los asuntos prácticos que componen la vida. Siempre he admirado el conocimiento y, cuando se trata de Dios, admiro a todos aquellos que han estudiado profundamente la Teología y su trascendencia; sin embargo, considero que una cosa es el conocimiento a nivel intelectual y otra muy diferente es llevar el conocimiento de las enseñanzas de Jesús a la vida cotidiana, a la práctica de la vida, porque en ellas están las llaves para una vida de victoria en los diferentes roles que interpretamos en la sociedad.
Cuando se trata del matrimonio y de la infidelidad, Jesús sorprendió a su audiencia de aquella época hablándoles de un tema que era tabú para una sociedad acostumbrada a vivir a escondidas, en la hipocresía. Además, porque les movía sus cimientos morales al retarlos a entender los mandamientos no solo en el plano físico de la acción, sino que los llevaba mucho más allá, a comprender que sólo la concepción del pecado en la mente y su codicia en el corazón eran suficientes para manchar sus almas.
En la versión de las Sagradas escrituras llamada Dios habla Hoy, el evangelio según San Mateo relata que Jesús les dijo: “Ustedes han oído que se dijo: “No cometas adulterio.” Pero yo les digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Así pues, si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácatelo y échalo lejos de ti; es mejor que pierdas una sola parte de tu cuerpo, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te hace caer en pecado, córtatela y échala lejos de ti; es mejor que pierdas una sola parte de tu cuerpo, y no que todo tu cuerpo vaya a parar al infierno”.
La palabra adulterio proviene del latín adulterium, alterar o falsear algo, se aplica a aquellas cosas que, fraudulentamente, son modificadas, como el vino, el aceite, la leche y cualquier otra sustancia que se altera mediante la adición de un elemento ajeno a su composición intrínseca. En sentido estricto, en la antigüedad, se consideraba adulterio al acto de infidelidad de una mujer casada con un hombre soltero o casado. La igualdad entre los sexos para la consideración del delito de adulterio no se consiguió hasta avanzado el siglo XX, cuando comenzó a ser moralmente censurado en muchos países, tanto desde el punto de vista de la mujer como del hombre; se constituyó en una causal de divorcio y se tipificó como un delito hasta el día de hoy. Aunque ya hay algunos países, como México, en el cual el adulterio no es ni causal de divorcio, ni tampoco se considera un delito.
En el Antiguo Testamento (Exodo 20:1-17) el séptimo mandamiento de la ley mosaica dice: “No adulterarás” y el décimo mandamiento reitera que no codicies nada de tu prójimo, ni su casa, ni su esposa, ni su siervo, ni nada que le pertenezca. En el libro de Deuteronomio, del pentateuco de Moisés, en el capítulo 22 hay todo un tratado sobre las relaciones matrimoniales, el trato a las mujeres y los castigos estipulados para aquellos que deshonraban la relación matrimonial con el adulterio: “Si un hombre es sorprendido durmiendo con la esposa de otro, los dos morirán, tanto el hombre que se acostó con ella como la mujer. Así erradicarás el mal que haya en medio de Israel”.
Ahora bien, insistimos que la revelación más grande y profunda hallada en el Sermón del monte es que Jesús no solo analiza los hechos per se, sino la raíz que origina la conducta humana errónea. Jesús apela a la verdad escondida en sus corazones. El les dice: Ustedes escucharon que les fue dicho que no adulteraran, pero Yo (Jesús) les digo que cualquiera que mira a una mujer con deseo, ya adulteró con ella en su corazón. De esta manera, Jesús expone ante todos la verdad guardada en sus corazones; los impele a examinarse, a darse cuenta que habían ido haciendo la ley acomodaticia a sus pasiones internas.
Más aún, Jesús les mueve el piso de su mal llamada moralidad religiosa, así como nos mueve los fundamentos endebles de nuestra fe y de nuestra vida matrimonial, cuando les exhorta ayer y nos exhorta hoy a sacarnos el ojo o cortarnos la mano que son los instrumentos para el pecado; en otras palabras, los instrumentos para apartarnos del propósito de Dios para nuestra vida. Por esa razón, no se concentra en la consumación del acto, sino en la concepción que tiene origen en el corazón. Algo ratificado en aquel pasaje dónde fue criticado porque sus discípulos no se lavaban las manos y Jesús les habla acerca de lo que realmente contamina al ser humano, apelando nuevamente al corazón y lo que allí tiene origen: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias”. Mateo 15:19.
El que codicia a una mujer u hombre, ya adulteró en su corazón. Por lo tanto, sácate el ojo, córtate la mano; corta todo lazo, detén esa práctica, no busques la tentación, no te regodees en tus pensamientos. La honra comienza dentro de ti, aunque tu cónyuge no pueda leer tus pensamientos, hay un mundo espiritual en el cual la percepción de los pensamientos y lo que hay en el corazón se discierne de una manera clara y precisa. Cuando la mente está en otro lugar diferente del cuerpo el acto del amor pierde su fuerza, su ímpetu, su pasión.
En el libro de Job, conocido como uno de los libros de las Sagradas escrituras en el cual se narra la lucha de un hombre de Dios probado con múltiples sufrimientos, a quien sus amigos venían a decirle cuáles serían las razones del abandono de Dios o las causas de su pecado, hay un pasaje en el cual Job habla claramente de lo que hubiera pasado si él hubiera sido un adúltero. En este pasaje Job revela una luz maravillosa para usar nuestros ojos de manera honrosa: “Hice pacto con mis ojos”. Job 31:1-12. Tal como Jesús lo expresó: ¡Sácate el ojo o los ojos! Es un llamado a comprometerse con Dios y contigo a no ver, a no codiciar aquello que te induce a la infidelidad. Es conocerse el corazón y llevarlo en oración a Dios: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno”: Salmo 139: 23-24.
El adulterio constituye una cadena de pecado interminable, uno conlleva al otro. Se llega al adulterio por la dureza del corazón, por la mentira, la cual en primer lugar, nos engaña a nosotros mismos. El adulterio es un pecado del corazón. La codicia es el primer pecado. Por esa razón, hay que sacarse el ojo. Comprometer los ojos a Dios. El profeta Malaquías hace un llamado a la lealtad, a guardar la intimidad de nuestro espíritu, a ser fieles a nosotros mismos, para luego ser fiel al amor de nuestra juventud, al esposo, a la esposa.
El amor es en primer lugar una decisión, un compromiso que en la medida que es honrado llena nuestras copas con los sentimientos más profundos y tiernos. No hay una amistad más hermosa y profunda que la amistad en un buen matrimonio. Recuerdo a mi madre diciéndome en su 69 aniversario de bodas que la compañía del esposo es insuperable. Quizá quieran visitar este enlace para ver la descripción sobre su matrimonio:
“Mas diréis: ¿Por qué? Porque el Señor ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto. ¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque el Señor, el Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo El Señor de los ejércitos: Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales”. Malaquías 2:14-16.
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