Revoluciones fatídicas
El politólogo Samuel Huntington, profesor de la Universidad de Harvard ya fallecido, escribió un famoso libro titulado Political order in changing societies, (Harvard University, 1968), en el que identificaba una serie de fenómenos que caracterizaban a todas las revoluciones, basando su estudio en las investigaciones que había hecho de varias revoluciones, entre ellas la francesa, la rusa, la mexicana y la cubana. Sostenía Huntington que el objetivo central de toda revolución no es alcanzar el bienestar económico, sino cambiar rápidamente los valores de la sociedad en los que se han basado los sistemas políticos anteriores, los cuales, de acuerdo a los nuevos líderes, deben ser abolidos.
Normalmente, esos cambios de valores generan destrucción de la estructura económica tradicional, traduciéndose ello en caídas de la producción y de la inversión, desabastecimiento, ineficiencia, descalabros fiscales, desempleo e inflación, es decir, penuria económica. Sin embargo, los líderes revolucionarios sostienen que ese es el precio que hay que pagar por el triunfo del nuevo sistema político, que busca la igualdad, la equidad y la fraternidad de los ciudadanos, objetivos que son permanentemente vendidos a la gran masa poblacional que tradicionalmente se ha sentido excluida en el pasado, con la finalidad de captar adeptos incondicionales a la revolución, por más fatídica que ella sea.
Sostiene Huntington que, en consecuencia, el éxito económico no es prioritario para las revoluciones. Por el contrario, las privaciones y penurias pueden ser muy útiles para consolidar los procesos revolucionarios. Eso puede explicar lo que para muchos nos resulta incomprensible, cuando hemos escuchado a altos voceros gubernamentales decir que la revolución necesita a los pobres para su consolidación, razón por la que hay que mantenerlos en esa condición, pero dándoles esperanzas de que superarán su precaria condición, objetivo para el cual está luchando denodadamente la revolución. En otras palabras, hay que mantener la miseria pues ella crea dependencia del Estado y abona el terreno para el clientelismo político, asegurándose el apoyo incondicional de una amplia masa poblacional a través de la manipulación informativa y de la explotación descarada de su ignorancia y buena fe. Eso, a su vez, facilita el logro de uno de los objetivos buscados, cual es la eliminación de la vieja oligarquía del anterior sistema político, para substituirla por otra, pero revolucionaria.
Dice Huntington que las revoluciones limitan la libertad, pero generan identidad de la masa con el nuevo sistema y una ilusión de igualdad, lo cual lleva a buena parte de la población, principalmente a la más desposeída, a aceptar la escasez y las cargas materiales propias de esos procesos políticos. Quizá esa sea la razón por la que el gobierno se niega obstinadamente a implementar los necesarios ajustes y reformas para afrontar los profundos desequilibrios y problemas que padece nuestra economía, prefiriendo no hacer nada para que nada cambie, o profundizar en sus erradas y fracasadas políticas del pasado, asegurando de esta forma la profundización de la crisis, sin importarle que esa irresponsable actitud a lo que llevará es a una mayor penuria y depauperación, particularmente de la población de menores ingresos.
Posiblemente eso responda a un consejo que le pudiera haber dado Fidel Castro a nuestro presidente durante su último viaje a La Habana, ya que después de 55 años de miseria al que ha sido sometido el pueblo cubano, el viejo dictador debe estar plenamente convencido de que las crisis económicas no tumban gobiernos revolucionarios, recomendándole a nuestro bisoño e indeciso gobernante que en vez de implementar incómodas y dolorosas medidas de ajuste, deje todo igual, o incluso profundice en las abyectas políticas de controles y privaciones tradicionales, para que nada cambie, sin importar las dramáticas consecuencias que ello acarrearía.
Sin embargo, esto lleva al caos y a la destrucción de la institucionalidad, aniquilándose una de las condiciones de base para la perdurabilidad, consolidación y estabilidad de los sistemas políticos, razones por las cuales las revoluciones tienden a ser breves, pues la debilidad e inoperatividad institucional que ellas crean las condenan a desaparecer. Luego viene el largo, prolongado y difícil período de reconstrucción, necesario para corregir el caos dejado por la fatídica revolución, echándose las bases institucionales, políticas, económicas y sociales sobre las que se fundamentará el nuevo orden político, que permitirá avanzar en el deseado proceso de desarrollo sustentable.